Siempre me he preguntado cuál es el momento vital de una mujer en el que pasa de ser independiente a patética.

Si ves a una chica de 25 años de fiesta con sus amigas pasándoselo bien, todo son alabanzas. Vive la vida como quiere. No tiene que rendirle cuentas a nadie. Disfruta. ¿A quién le hace daño?

Cuando cumples 35, la gente ya empieza a mirarte con cierto aire de incredulidad. Salir de fiesta de vez en cuando tiene un pase, pero si eres de las que viernes sí, viernes también está copazo en mano en una discoteca ya empiezan los prejuicios.

Al llegar a los 45 tacos todavía es más descarado. Ya no eres independiente, ahora eres una tía que no ha sabido madurar. No tienes derecho a pasártelo bien con tus amigas de fiesta. Es mejor invertir ese tiempo en un cursillo de coaching, un viaje espiritual a Santiago de Compostela, o una escapada rural a un pueblo de Cáceres.

“¿Bailas canciones de Bad Gyal? ¿En serio? ¿A tu edad? Mujer, tú deberías estar escuchando a Los Beatles en casa con una botella de vino de Toro.”

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No lo dicen (bueno, a veces sí), pero lo piensan. Y se nota. Vaya que se nota. Si te ven con resaca, las miradas de superioridad son como luces navideñas. A veces incluso sueltan algún comentario tipo “ya madurarás”.

Si en 45 años no se me han quitado las ganas de salir, beber, perrear y reír, ¿qué os hace pensar que a estas alturas cambiare de opinión? No es más fácil pensar que ni tú eres más madura por quedarte en casa leyendo el último libro de Juan Gómez Jurado, ni yo soy mas niñata por darlo todo mientras suena Omar Montes.

No eres mejor que yo. No soy mejor que tú. Tampoco sabes lo que hago con mi vida cuando no estoy moviendo el culo copazo en mano. Por eso sólo te pido una cosa, querida lectora, deja de juzgar a las mujeres mayores de 40 años por vivir de una forma diferente a la tuya.

Anónimo