Cómo le gusta a la gente juzgar, es algo así como nuestro deporte nacional.

Parece que de todo tenemos algo que decir, opinar, pensar y darle una vuelta de tuerca.

Por algún motivo que no comprendo necesitamos hurgar en la mierda de los demás para comprobar si huele mejor o peor que la nuestra.

Y en la mayoría de los casos pareciera que nos encontráramos con el placer de dar siempre con aquellas que huelen peor y así podemos seguir viviendo en nuestro mojoncete deluxe tranquilos y convencidos de que, aunque no estemos bien, siempre hay quien está peor.

La que aquí os escribe es una mujer de treinta y seis años que se considera muy afortunada de tener una vida plácida, que goza de buena salud y tiene sus necesidades cubiertas.

No tengo enemigos conocidos, no debo dinero más que al banco (por la hipoteca que pago religiosamente), no tengo problemas para relacionarme, no he cometido ningún delito y creo que, si mañana de pronto saliese en las noticias, mis vecinos me describirían como una chica muy simpática y agradable que saludaba siempre.

Pero, cuidado, tengo hijos con tres hombres diferentes… y estoy cansada de que me juzguen por ello.

Desconozco totalmente con qué derecho se cree la gente para juzgarme, y en algunos casos criticarme a mis espaldas, por el hecho de haber parido tres criaturas engendradas con tres padres diferentes.

Soy muy consciente de que no es lo habitual, incluso de que es muy infrecuente, sí. Sin embargo, no alcanzo a entender por qué mis hijos han tenido que escuchar comentarios más que despectivos sobre su madre por esta causa. Ni lo entiendo ni lo comparto.

Ni creo que en adelante me vuelva a quedar de brazos cruzados cuando me vengan llorando porque fulanito les ha dicho no sé qué barrabasada sobre mi vida sexual que le han escuchado comentar a sus padres durante la cena.

Tuve a mi primer hijo a los veinte años, fruto de un descuido con el chico con el que llevaba saliendo desde los diecisiete. Un bebé no entraba en nuestros planes, es verdad. En cambio, acogimos la noticia con tanta sorpresa como ilusión y fuimos muy felices cuando nos convertimos en padres.

Lo nuestro como pareja al final no funcionó y nos separamos cuando el peque tenía tres añitos. No obstante, me llevo a las mil maravillas con mi ex y mi hijo adora a su padre, al que ve cuando le toca según el régimen de visitas y cuando no también, si le apetece.

Mi segundo hijo fue un niño deseado y muy buscado. Tanto su padre como yo teníamos muchas ganas de aumentar la familia y lo cierto es que no me fue tan fácil quedarme embarazada como la primera vez.

No puedo explicar bien qué fue lo que ocurrió con la relación, solo que se fue desgastando a marchas forzadas con la llegada del bebé. En parte porque mi pareja se pensaba que iba a nacer con edad para ir al colegio o algo así. Debía creer que sería como tener una réplica de mi niño mayor (autónomo, independiente y del que me hacía cargo yo al 90 %). Se agobió, se le fue la pinza de mala manera y, de la noche a la mañana, nos dejó. A su hijo y a mí.

Con el tiempo recapacitó y ahora puedo decir que se comporta como un padre. Quizá no el mejor del mundo, pero sé que lo intenta y yo le ayudo cuando él no llega como es debido.

Conocí a mi pareja actual hace seis años y desde entonces tenemos una relación maravillosa.

Encajamos perfectamente desde el principio. Nos comprendemos y asumimos las mochilas del otro muy bien, porque él también tiene dos hijos de un matrimonio anterior.

Mantiene una relación, si no excesivamente cercana, sí cordial y respetuosa con su exmujer y se desvive por sus hijos, de los que tiene la custodia compartida.

Por nuestro cuarto aniversario nos casamos y decidimos que queríamos tener un hijo de los dos.

Y ahora tenemos una niña juntos.

Un bebé que hace las delicias de sus cuatro hermanos mayores. Los dos que viven casi siempre con ella y los dos que se van cada dos semanas.

Nuestra rutina familiar a veces es un caos y tenemos un planificador en la cocina en el que todos podemos consultar quién se va este finde, quién el otro, y a quién hay que recoger igualmente de las extraescolares, aunque luego se vaya a cenar y dormir a su otra casa.

Será un poco caótico, pero le tenemos superpillado el punto y vivimos todos la mar de contentos.

Entonces, ahora que os he contado mi vida, ¿os parece que difiera mucho de la de una mujer con tres hijos del mismo hombre? Porque yo creo que lo único que cambia son las agendas de los niños. Y ni siquiera tanto.

Mis hijos tienen una familia estructurada y funcional, independientemente de quién sea su padre.

Yo no soy más puta que nadie por no haber tenido la suerte de encontrar al hombre de mi vida en la adolescencia.

Ni soy peor madre que nadie por tener tres hijos de tres padres.

Y, ojo, que lo mismo que os he contado esto, os contaría que no recuerdo ni el nombre de uno de los padres porque no lo volví a ver desde que lo hicimos en una playa de Ibiza, o porque otro fue fruto de una infidelidad o —insertar lo que se os ocurra aquí—.

Porque yo no juzgo a nadie por lo que haya podido hacer en su vida ni porque sus circunstancias personales sean diferentes a las de la mayoría, que es más de lo que muchos pueden decir.

 

Anónimo

 

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