Tengo una talla 36. Siempre la he tenido. No sé qué es no encontrar tu talla a no ser que sea en rebajas y si miras mi armario verás ropa de Berskha, de Stradivarius, Zara o cualquiera que me apetezca comprarme.

¿Crees que por eso soy más feliz?

Déjame decirte que no. Que los complejos, afectan a todas por igual, independientemente del peso que marque la báscula, que yo también me miro en el espejo y no me gustan mis muslos, que pienso que tengo demasiado anchas las caderas, o que me sale papada cuando miro hacia abajo. Yo también tengo días en los que me creo poco. Poco lista, poco guapa, poco delgada, poco válida.

Hace tiempo me dijeron «te hubiera odiado sólo por la talla que tienes» y yo me quedé pensando cuánto me definía un número impuesto por alguien que jamás me había visto. ¿Cómo podemos dejar que nos defina tanto una convención social impuesta? Porque seamos claras, tener dos tallas menos NO te hará más feliz. Te seguirás sintiendo igual de mierda y ten por seguro que te obsesionarás con otra cosa. Con tener el cabello más liso, más sedoso, más brillante, más rizado, más definido. Con que tus uñas estén siempre perfectas. Con tener unas pestañas de infarto. Con estar siempre depilada, con tener el culo duro, los pechos turgentes y llevar siempre la cantidad apropiada de maquillaje. Porque si no, eres demasiado descuidada o te maquillas demasiado. SIEMPRE, ten por seguro que siempre, habrá algo por lo que te atormentarás. Porque mientras lo hagas, seguirás gastando dinero y al fin de cuentas eso es lo que quieren, dinero. Da igual cuantas vidas jodan por el camino, da igual cuantas niñas piensen que no son suficientes.

Así que déjame decirte que no. Que da igual los kilos, las pestañas o lo suave que tengas el cabello o el culo. La felicidad jamás vendrá de «arreglarte». La felicidad vendrá cuando entiendas que eres y  con eso basta. Que todo lo que necesitas es piel para abrazar a los que quieres, piernas para correr fuerte y un corazón valiente para amar al descubierto.