El chico de la cerveza

 

Toni y yo nos gustamos desde la primera vez que nos vimos. Fue en un restaurante, en la cena de Navidad que organizaron unos amigos en común. El chico era guapete, para qué negarlo. Tenía la piel morena y unos tatuajes que le daban el aspecto atrevido de chico rebelde. Y lo que me volvió loca: su sonrisa profident. Se sentó delante de mí en la cena y tuvimos un buen rollo increíble. No dejamos de hacer bromas y reírnos a carcajadas de todo. 

Cuando acabamos de cenar fuimos a tomar una copa con todos nuestros amigos, y luego, ¿cómo no? Llegó el momento discoteca. Toni y yo empezamos a bailar y comprobé su puntito picantón: me dijo que le encantaba mi boca y mis ojos, y que no había dejado de mirarme el culo durante toda la noche. Yo estaba emocionadísima. Y cachondísima también. Como era de esperar, Toni y yo nos acabamos liando. Surgió sin más, como algo natural, y acabamos en su coche dándonos amor. En realidad, ahora que lo miro con retrospectiva, me muero de vergüenza, porque estábamos a la vista de la gente. Menos mal que era de noche. Y después del polvo mágico, la Cenicienta, o sea, yo, volvió a casa.

Como nos gustó la experiencia, seguimos hablando para volver a vernos. Las conversaciones por whatsapp eran escuetas pero cargadas de buen rollo y positivismo: que si cuándo volveríamos a vernos, que si cuánto nos había gustado el momento en el coche…  Me gustó que mostrara interés en conocerme y en volver a verme. 

La primera vez que quedamos fue para cenar. Fuimos a una zona de restaurantes donde había un ambiente muy festivo por las noches. Cenamos en una hamburguesería muy conocida en la zona. Él era muy fan de la carne, así que me recomendó una hamburguesa que, a decir verdad, estuvo muy rica. Pedimos patatas y ensalada de acompañamiento, y para beber, pedimos cerveza. Yo no es que sea muy fan de la cerveza, pero la suelo tomar los fines de semana cuando salgo y mis amigas también la piden. El caso es que mi acompañante se pidió una jarra bien cargada de cerveza. Mientras transcurría la velada, hablamos de todo un poco; fue una conversación amena. Yo estaba bebiéndome mi botellín, que aún tenía a medias, y él ya se había acabado la jarra de cerveza. Cuál fue mi sorpresa al ver que cuando yo pedí postre, ¡él dijo que de postre se pediría otra jarra de cerveza!  Para acabar la hermosa velada, fuimos a su coche y nos dimos amor.

Total, que decidí darle otra oportunidad al morenazo. Quedamos en un bar muy conocido por sus cócteles. Yo me pedí un mojito de cereza y él una cerveza (¡cómo no!). Bueno, él se pidió una cerveza detrás de otra. Yo ya empecé a ver que tenía una actitud bastante pasota: salía a fumar afuera y estaba bastante rato con el móvil, cuando estaba conmigo no dejaba de mirar el móvil, y la conversación tampoco era muy interesante. Total, que le propuse ir hacia el coche para darnos calor, y él aceptó. Cuando estábamos de camino, pasamos por un bar, a lo que él dijo: podemos pararnos aquí a echar otra cerveza. Yo flipé. ¿Otra? ¿Ahora?

En el bar empezamos a jugar a juegos de mesa (menos mal que me entretuve con algo) y entonces él me empezó a contar la historia de por qué le despidieron del trabajo. Resulta que en la cena de Navidad de la empresa bebió demasiado: vamos, que se puso hasta las trancas de cerveza, y que pegó a un compañero suyo. Nunca más volví a quedar con él.

Lunaris