Por norma general el 99% de los tíos que he conocido en Tinder eran decentes. También es cierto que no busco al amor de mi vida y que ahora mismo lo que más me apetece es echar un polvete, pero cuando hay química con alguien, mola seguir quedando (aunque sólo sea por el sexo). Esto es lo que me pasó con Pascual (nombre real como mis canas).

Me pareció mono, le di like y hubo match. Dejando todos estos palabrejos millennials de lado, “yo también le molé una miaja”, así que empezamos a hablar de nuestras cosas.

Durante un par de semanas todas las noches nos contábamos qué tal había ido nuestro día. Amigas, me estaba pillando y sin siquiera conocerle en persona. Era muy divertido, le gustaban los mismos directores de cine que a mí, habíamos leído libros parecidísimos y nuestra forma de ver la vida era aparentemente idéntica. Vamos, tal para cual. Esto es un milagro hoy en día.

Tras incontables conversaciones por fin quedamos aprovechando que era puente y teníamos todo el fin de semana libre. Llegué a la esquina dónde él estaba esperándome y confirmó mis sospechas “también es atractivo en persona”. Después fuimos a un bar y empezamos a hablar, pero todo parecía diferente.

Las conversaciones que fluían como el agua vía WhatsApp se estancaban y eran incómodas. ¿Cómo es posible conectar con alguien tan bien con una pantalla de por medio y ser incompatibles en persona? Yo intentaba sacar conversación de películas que nos gustaban a los dos, de videojuegos, de libros o de música, pero no había manera. El respondía con monosílabos.

Estaba desesperada y de repente él se sinceró:

“Mira, te voy a ser sincero. Ni me gustan esas pelis, ni me gustan esos libros. Cuando hablábamos buscaba información en Internet. Y bueno, tampoco trabajo en lo que te dije cuando empezamos a hablar.”

Yo miré a los lados pensando “dónde está la cámara”. ¿Por qué alguien miente sobre sus gustos? Yo no me considero una snob ni nada parecido. Soy la primera que ve 15 veces al año la película de La Proposición y que disfruta como una enana leyendo libros moñas para adolescentes. Os juro que no entendía nada, así que tras procesar durante treinta segundos lo que me acababa de decir, le pregunté:

“¿Y por qué dijiste todo eso si no es verdad?”

Me temía lo peor, de verdad, pero su respuesta fue incluso peor de lo que mi cabecita loca elucubraba.

“Porque no quería parecer más tonto que una mujer.”

Mi mandíbula se desencajó y él siguió hablando.

“Ya sabes, se supone que un hombre debe ser más culto, leer más libros y eso.”

Y mis ojos se abrieron como platos, pero él no callaba.

“Además tu tienes un trabajo que está genial y me daba palo decir que cobro menos que tú.”

Se ve que el muchacho tenía acceso a mi nómina, porque sino no sé de dónde había sacado que yo cobraba menos que él. De todos modos, eso era lo de menos. Acababa de soltarme la retahíla de frases más machistas que yo había escuchado en mi vida.

Me fui del bar muy enfadada y le bloqueé de todos lados porque no quería saber más de alguien así, pero antes le dije cuatro cosas bien claras. Su problema no era que no le gustase leer, ya que cada uno tiene sus hobbies, y que conocer cine independiente y raro tampoco le iba a convertir en alguien culto e interesante. No había nada de malo ni en sus gustos ni en su trabajo, sino en su mentalidad machista.

Puedes haber leído todos los libros de la tierra, haber visto todas las películas independientes y de culto del universo, o cobrar un pastizal en el mejor trabajo del mundo, pero cuando eres rancio, intolerante y machista, no vales nada.

 

Anónimo

 

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