Me estoy imaginando los “fake” o “no sé Rick, parece falso” en la sección de comentarios, pero os juro y perjuro que esta historia es tan real como que me llamo María.

Mi hermano David y yo nos llevamos muy poquitos años. Yo tengo 26 y él tiene 24. Como tenemos edad parecida, nos llevamos bastante bien, al menos ahora (de pequeños no nos soportábamos). Intentamos vernos bastante a menudo, sobre todo ahora que ha dejado el pueblo y se ha mudado a la ciudad.

Yo lo dejé con mi ex en junio y durante estos meses he estado un poco living la vida loca. No quiero nada serio, así que he tonteado todo lo habido y por haber en bares, me he enrollado con bastantes tíos y he disfrutado de mi sexualidad todo lo que no disfruté estos últimos 5 años.

En septiembre más o menos me descargué Tinder, pero por mi profesión acabé quitándomelo porque me topaba con algunos pacientes (soy psicóloga en un hospital). Como estaba cansada de que me reconociesen y que la situación fuese incómoda, me creé un Tinder falso con una foto de un dibujo. Mi nombre real lo dejé porque es más común que el hilo negro, pero sí que quité mi profesión de la biografía.

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Poco a poco empecé a conocer a tíos, a tener citas y a echar polvetes, y de repente hace dos semanas apareció un perfil que me llamó la atención, David. Tenía una foto de un personaje de una serie de televisión, pero ni rastro de la cara del chico. La biografía me hizo gracia así que le di like y resultó que hicimos match.

A los 10 minutos empecé a hablar con él y congeniamos muchísimo. Hacíamos los mismos chistes, teníamos una ideología parecida, nos gustaban los mismos grupos y pelis. Todo iba sobre ruedas y de repente me preguntó por mi profesión.

– Soy psicóloga.

Y no sé cómo, pero el muchacho empezó a contarme que estaba pasando un momento muy difícil porque acababa de mudarse de su pueblo a la ciudad y se sentía solo y bastante deprimido. Se abrió completamente a mí, me contó sus inseguridades y yo le apoyé.

Al acabar la conversación nos intercambiamos los números y al ir a guardarlo en la agenda me salió un aviso de que ese contacto ya existía. Efectivamente, era mi hermano.

Descojonada de la risa le llamé al móvil y esa misma noche quedamos. Le dije que no estaba solo en la ciudad, que me tenía para lo que necesitase, y que podía contarme sus rayadas a mí. Fue una cita maravillosa y me hizo reflexionar sobre por qué a veces nos resulta más fácil abrirnos a desconocidos que a la gente que nos quiere. Pensamos que nos van a juzgar, que les vamos a preocupar o que no nos van a entender.

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Sé que esperabais una historia incestuosa y guarra, pero no. Sólo os quiero decir una cosa: apoyaos en vuestra familia y en vuestros amigos, sobre todo si estáis pasando un mal momento como mi hermano.

 

María