Como sé que Weloversize es una comunidad super respetuosa y que no juzga a nadie, voy a compartir con vosotras la historia más bochornosa de mi vida y, sin duda, el mayor fail de toda mi carrera romántica.

Hace cosa de cuatro meses me descargué Tinder. Lo típico, lo había dejado con mi exnovio en octubre y tras un periodo de superación y amor propio, decidí volver a los escenarios del amor (o el folleteo mejor dicho). Las primeras semanas fueron una cagada tamaño XXL porque yo estaba mega nerviosa y los tíos pasaban de mí al no darles el WhatsApp a la primera de cambio.

Dicen que las cosas buenas de la vida requieren esfuerzo, y yo persistí hasta que conocí a Ángel. Sus fotos me volvieron locatis, era guapísimo, gordibueno y con la cabeza rapada, mi tipo total. Si ya me había entrado por los ojos, cuando empezamos a hablar el flechazo fue brutal. No sé cómo no nos habíamos visto antes, porque íbamos a los mismos festivales, a los mismos bares, a ver las mismas películas. Total, que éramos tal para cual. Lo único que nos diferenciaba era que yo era de letras y él era de ciencias.

Antes de contar mi gran cagada, debéis saber que soy una tía con estudios. Tengo un grado en Historia, un máster y un doctorado. Vaya, que tonta no soy. Además, me encanta leer, así que no sé que me pasó cuando conocí a Ángel, tal vez me cegaron las hormonas, pero la pifié.

En una de nuestras primeras conversaciones nos hicimos las preguntas de rigor, entre ellas de qué trabajábamos cada uno. Él me dijo que había estudiado Ciencias Ambientales y que había hecho un máster en Entomología aplicada, y yo no sé qué coño pensé que confundí con total seguridad la Entomología con la Enología. Por si alguien no está muy puesta en estos temas, la Enología es la ciencia del vino, así a grandes rasgos, y le Entomología es la parte de la zoología centrada en los insectos.

Yo odio los bichos con todo mi ser y mi corazón. Odio el campo, odio las tiendas de campaña, odio las moscas, mosquitos, cucarachas, saltamontes y un largo etcétera, pero amo el vino. Mi subconsciente me jugó una mala pasada y la conversación fue tal que así.

Él – Pues yo estudié ciencias ambientales pero hice un máster en entomología porque es mi pasión desde pequeño. ¿No te dará mal rollo?

Y claro, aquí yo pensé “cómo me va a dar mal rollo que haya estudiado algo relacionado con el vino si yo me pillo unos pedos descomunales a base de tinto”. La pregunta en sí me pareció rara, pero yo pensé que lo decía para que no creyese que era un borracho o algo del estilo, así que le respondí esto:

Yo – Buah qué dices, cómo me va a parecer mal, si me flipa.

Él – Me alegro mucho porque alguna vez he tenido problemas con alguna chica por el tema. Pues si te gusta la entomología vas a flipar en mi casa.

Yo estaba dando palmas de alegría imaginándome la colección de vinitos que este hombre tendría en su casa.

Yo – Pues cuando quieras me invitas.

Y así fue como acabamos quedando ese fin de semana.

Me vestí monísima de la muerte, con un vestido rojo porque soy torpe y siempre que bebo vino acabo con manchas rojas por toda la ropa, y me fui dirección a su casa con la excusa de ver una película y un buen copazo de vino. Llamé al timbre, subí en el ascensor, llamé a su puerta y empezó la fiesta.

Nos dimos dos besos y para romper el hielo, me propuso hacerme un tour por su casa. En la entrada un pasillo larguísimo con una puerta a la derecha: la cocina. Entramos y empezó el culmen de la vergüenza ajena.

Yo – Bueno, pues habrá que sacar la botellita de vino, ¿no?

Él – Uy… Es que yo soy más de cerveza.

Yo – ¿Y eso?

Él – No sé… Es que nunca me ha gustado mucho el vino.

Yo – Entonces cómo es que hiciste ese máster.

Y él me puso cara rara, se encogió de hombros y me ofreció una cerveza que acepté encantada, porque siendo sincera a mi cualquier cosa que lleve alcohol me mola.

Seguimos con el tour y pasamos al salón, donde yo morí y resucité. Fue entrar por la puerta de madera y encontrarme una mesa de café de cristal con tarántulas. ME CAGUÉ VIVA. Aun así, no fue lo peor, porque también tenía un terrario con cucarachas de Madagascar, que son como las españolas pero versión gigante. Es decir, son las gordibuenas de las cucarachas.

Total, que yo me puse a gritar de pánico. Me fui corriendo a la cocina y él vino detrás de mí para preguntarme que qué ramalazo me había dado. Como yo soy una señora que no conoce la dignidad, le conté que pensaba que había estudiado lo del vino y él se descojonó lo más grande. Después de un rato hablando en la cocina, decidimos ir a dar un paseo por la calle, porque me negué rotundamente a entrar en el salón.

Han pasado cuatro meses y seguimos quedando, pero yo aun no tolero a sus mascotas.

Anónima.

 

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