¿Veis esas historias tan bonitas en las que una pareja se conoce bajo la lluvia en la puerta de un bar o cruzando miradas en el metro? A mí no me pasa. Primero, porque no tengo tiempo para andar ligando en bares. Segundo, porque cuando voy en el metro me quedo dormida. Soy de esas personas capaces de echarse una siesta express y despertarse justo en su parada, es una habilidad innata. En resumen, mi vida amorosa es tan triste que tengo que recurrir sí o sí a las aplicaciones de ligoteo porque no me da la vida para conocer gente.

Mi cerebro dice “chica, echa el freno”, pero mi chichi dice “tía, echa un polvo”. Cada fin de semana hago caso a uno de los dos. A veces me relajo con una copita de vino viendo documentales de asesinatos, y a veces me pongo a bichear en Tinder a ver qué se cuece por ahí. Así es como conocí a Chema. Hablamos de música, de libros, de viajes y de la vida. Vamos, la típica conversación con un tío que te medio interesa.

A las dos semanas decidimos quedar por primera vez y la química fue brutal. Nos besamos, pero la cosa acabó ahí. Yo pensé que el chaval sería tímido, que quería ir despacio o que me olía la boca a ajo, pero las siguientes veces que quedamos pasó lo mismo. Cuatro besos y fin.

 

Pasaron las semanas y un buen día por fin me invitó a su casa. Mi chumi ya cantaba bulerías porque anticipaba un polvazo de los buenos. Me eché crema para tener la piel suave, me puse las bragas más bonitas de todo mi armario y me planté en su casa con un calentón del copón. ¿Qué podía salir mal?

Llegué a su edificio, toqué el timbre y subí las escaleras (porque no había ascensor) anticipando la mejor noche de mi vida. Igual mis expectativas eran demasiado altas, pero no esperaba lo que encontré.

Abrió la puerta, di un paso y ahí estaba frente a mí: la pared del fondo de su salón llena de cruces, de fotos de Jesucristo y de Vírgenes varias. No había ninguna cosa colgada que no fuera religiosa y a mí sólo se me ocurrió preguntar una cosa:

“¿Vives solo?”

Sabía que sí, ya me lo había dicho, pero me aferraba a que en la habitación del fondo estuviese escondida su abuela haciendo puntillo y colgando más Cristos en la pared. No fue así.

Él no dijo nada de todos los cuadros y figuras religiosas y yo tampoco quise tocar el tema porque aunque me parezca un poco raro en un chaval de 26 años, cada uno vive su fe como quiere. El problema llegó cuando me invitó a su dormitorio.

Efectivamente, también estaba lleno de figuras religiosas y cuadros de la Virgen mirándome, pero lo chungo no fue eso. Cuando yo le iba a quitar la ropa me soltó:

“Te voy a ser sincero. No creo que en el sexo extramatrimonial. De todos modos, si quieres hacemos anal.”

Al parecer a Dios le parece muy mal que te la metan por el chumi pero ojo, que si es por el culo todo va guay. Así de caprichosas son las divinidades.

Amablemente le dijo que no me interesaba y me fui de su casa, pero durante los siguientes meses todas las semanas me mandaba links de artículos sobre religión. Yo no contestaba, pero él seguía. Finalmente le bloqueé y decidí que cualquier persona que se escude en la religión para darme por culo no es para mí.

 

Anónimo

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