Tengo ya un carro de años y ha sido solo en los dos últimos cuando me he dado cuenta de algo que antes solo intuía: toda mi familia piensa que soy una inútil. 

En todos los aspectos de la vida, además. Y, ¿sabéis lo que os digo? Que es lo putísimo mejor. ¿Sabéis cuántas comidas navideñas no he tenido que preparar? ¿Cuántos pañales de sobrinos no he tenido que cambiar? 

Me fui de casa con 19 años, nunca volví, nunca me ha hecho falta. Desde entonces he sido totalmente independiente. Me he pagado yo mis alquileres, mi carnet de conducir, coche, ortodoncia, gafas, todo lo que me ha hecho falta y todos los caprichos que he querido porque nunca me ha faltado trabajo porque no se me caen los anillos. Y, aunque he ido estudiando y mejorando mi currículum, no me ha importado ponerme a trabajar en cualquier sitio (sin menospreciar a nadie) cuando las cosas han venido reguleras. 

Cocino de lujo, tengo buena mano para la cocina, de verdad. Los niños se me dan genial, soy madre y, además, es que me encantan de siempre. Pero esto es así, cuando nos juntamos en familia para cualquier cosa, nunca me dejan cocinar nada, ¡¡aunque la comida sea en mi propia casa!! Siempre me echan de la cocina, es que no me dejan pelar las patatas porque dicen que lo hago mal. Si me ofrezco a cuidar a mis sobrinos, nunca me dejan quedarme con ellos. Si uno de ellos se hace caca y hay que cambiar el pañal y yo ya estoy con ellos en el cambiador, vienen y se ocupan de ellos y a mí me despachan a otro sitio. 

 

Toda mi familia piensa que soy una inútil. 

 

Os podéis imaginar que esto me ha destrozado durante años. No tengo muy buena autoestima (¿por qué será? Jajaja) y cada vez que pasaba algo así me daba ansiedad, me echaba a llorar en cuanto me quedaba sola. Hasta que un día algo hizo clic: “pero, ¿tú has visto lo comodísimo que es esto?” Es que ni me dejan encargarme de la compra si organizamos una comida. Es que no confían en mí ni para comprar el pan por si lo hago mal. Aunque no haya dado nunca una razón para que sean así conmigo, quiero decir algo catastrófico, que equivocarnos nos equivocamos todos. ¿Y sabéis qué? Que desde ese día lo disfruto todo mucho más. 

Aunque no se fíen de dejarme a mis sobrinos a solas, yo ya sé que cuando llego donde hayamos quedado, mi función es: ninguna. Así que aprovecho y me siento con todos los críos de la familia en el suelo y jugamos a lo que sea, nos ponemos una peli, salimos a jugar al fútbol, cualquier cosa que, además, es infinitamente más divertida que pelar patatas o cambiar pañales, me lo vais a permitir.

De verdad que hasta que llegué a este punto de aceptación fue muy duro, pero si os pasa algo parecido a lo que estoy viviendo yo, os recomiendo que intentéis quedaros con la parte positiva. Que no te dejen hacer absolutamente nada es, en definitiva, un lujazo. 

 

La de Siempre