A una cena fui y en ambulancia volví.

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    Texto enviado por una colaboradora:

     

    No sé vosotras, pero a mí cada evento de mi empresa me da pavor, me da igual el motivo, sea el aniversario del fundador o la cena de Navidad, siempre hay alguna desgracia, en la última de navidad, el contable se rompió un tobillo, intentando perrear con la de recepción. Qué queréis que os diga…

    Este año eran las bodas de plata de la empresa y decidieron celebrarlo por todo lo alto, con una cena de gala para todos los empleados, que sería el  colofón de un montón de celebraciones varias y de una, enorme y carísima, campaña de  publicidad. Cómo si eso nos asegurase que la empresa seguiría otros 25 años más.

    La organizadora, una becaria del departamento de Marketing, que debió sufrir horrores organizándola, que si flores, que si fuegos artificiales, que si un discurso del venerable fundador Cuando le llegó la hora de colocar las mesas, fue a lo rápido, por departamentos.

    Cómo me pudo hacer esto a mí, mis colaboradores son buenos en su trabajo, pero fuera de él son como perros en celo.  Sabíamos que, en nuestro departamento, había más cuernos que en un saco de caracoles, para ello teníamos un adonis, que llamaremos, por ejemplo, Camilo. Era  cuarentón, casado, con dos hijas y una tercera en camino que además, se empeñaba en vestir cual veinteañero friki, con camisetas de series o de anime, pero todas de dudoso gusto y un par de tallas menos de las que necesitaba, por lo que, con lo alto que era y su barriguita cervecera, parecía que iba siempre en crop top.

    Camilo, con esas pintas pero, con un piquito de oro, se había calzado, que supiésemos, a tres  del departamento, aun así en la cena, iba a causar furor.  Según nos dijo, su inseparable compañero, llamémosle Sancho, que era clavado al personaje del mismo nombre de una serie animada  de los 80.  Creedme que, tan pronto lo supe, me empezaron a temblar las piernas

    Llegó la fecha de la fiesta, me arreglé y salí de casa con cara de funeral, que tuve que cambiar  tan pronto como entré en el local, para saludar al resto de jefes de departamento y otros superiores. Mientras  fingía una sonrisa amable y comentábamos nimiedades, mi cabeza giraba como la muñeca del Juego del Calamar, haciendo un barrido, para localizar a mis pupilos y verificar, que aun no estaban saltando ninguna ley.

    Tras el cóctel, nos  situamos en nuestra mesa, tenía 10 sitios, pero sólo estábamos nueve del departamento, ya que,  Mayca,  estaba de baja médica, desde Camilo que la había dejado, para buscarse otra presa. Aproveché su ausencia, para sentarme entre el  hueco vacío y mi ayudante, que parecía normal, aunque leyera  a Sócrates en inglés. Cómo veis éramos el departamento de los raritos, pero es que nos iba al pelo.

    Camilo y Sancho se habían sentado  justo después de la silla vacía, cercando a la última presa del seductor friki, Mónica, una chica recién divorciada, que había entrado hacía nada en la empresa, pero me gustaba mucho sus cualidades, por lo que rezaba que estos no hicieran que huyese.  Los demás, se habían sentado por afinidad, excepto María Cristina, nuestra administrativa, que  justo buscó sentarse enfrente de Camilo, pues era la tercera en discordia, una mujer madura que llevaba en la empresa desde su fundación, viuda que también había caído en las redes del pescador de mujeres de nuestro departamento.

    Empezaban  a servir el primer plato ,cuando entró corriendo, una melena pelirroja rizada, embutida en un vestido vintage de los 60, llenito de flores.  Era Mayca que, aún de baja había recibido la invitación, craso error de la becaria.  Su carácter era inestable, pues un día nos venía sonriente como un sol y al otro,  iba con la caja de pañuelos de papel por todo el departamento llorando sus desgracias,  vamos  una Drama Queen de manual.  Pese a eso , tengo que reconocer, que hacía  un buen trabajo, pero siempre bajo presión del tiempo, si era para mañana, nunca lo terminaba antes de la ultima hora de plazo.

    Desde su llegada, se empezó a mascar la masacre, notándose ya la tensión en el ambiente incluso antes de sentarse en el hueco vacío. Tras un par de palabras amables, empezó  a sacar la artillería pesada. No eran ataques directos, pero sí con una fina ironía, como cuando le preguntó a Camilo, si su hija había aprobado el examen de inglés, que ella le había ayudado a preparar, en su propia casa, antes que su mujer se diera cuenta de lo que había entre ellos….  Hablaba y bebía sin parar, ni siquiera Sancho, que era capaz de sacar temas de conversación de todo tipo, era capaz de pararla. Camilo, la ignoraba y sólo tenía ojos para Mónica, mientras veíamos a María Cristina, musitando palabras como si hablase sola.

    Pese al fuego cruzado que había en la mesa, este no parecía haber llegado a otras mesas y bien que me alegraba de ello. Empezaron los discursos, durante los primeros, todo parecía ir bien, pero, en el último, el del fundador, al que le gustaba que le reverenciase,  como si fuera el amado líder  de alguna dictadura  norteña, por lo que nadie osaba molestar, fue interrumpido por ovaciones y aplausos de Mayca, que por supuesto nadie seguía. Aun así ,  la mirada del fundador recayó sobre mi cabeza ,para que la controlase, lo intenté en varias ocasiones,  sin éxito alguno. Yo sólo quería que aquello acabase, pues la vergüenza que estaba sufriendo, me iba a llevar a un colapso de un momento al otro.

    Una vez acabado el discurso, se hizo un brindis y se dio por empezada la noche de bailoteo y barra libre, que todos sabemos que el lo importante de estos eventos. Tras levantarse todo el mundo de las mesas, perdí de vista a Camilo y su  grupo, parecía que había vuelto la calma, o eso pensaba yo, que tenía previsto tomarme una copa y cual Cenicienta, a las doce estar en casa, con mi pijama de franela y mi gata.

    Estaba en pie, en medio de la pista, cuando vi a la asistente del director venir directamente cara a mí.  Me hizo un tercer grado de lo que había pasado y le expliqué que, el error venía de la becaria, pues había incluido a Mayca dentro de la lista de invitados. A su vez, ella me dio a entender que, al regreso de su baja, sería despedida, lo que realmente haría mella en la productividad del departamento, que ya se veía  desbordado durante su baja médica.

    Dejé mi copa en la barra y fui al baño, necesitaba respirar en calma un momento, antes de volver a poner mi sonrisa falsa delante de todos.  Al acercarme a la puerta del baño, se oían gritos y golpes en el interior, pero yo ni lo pensé y entré igualmente. Allí estaban las tres, María Cristina, Mayca y Mónica, estas dos últimas, peleándose cómo gatas en celo. María Cristina, al ver que era yo quien entraba, huyó inmediatamente, parecía que ya no era tan divertido al tener a su jefa allí.

    Les grité que parasen, pero creo que ni me oyeron, ambas ya tenían sangre en la cara de los arañazos que se habían hecho, desconocía la capacidad destructiva de las uñas acrílicas. Me interpuse entre ellas, pese a que ambas me llevaban una cabeza de altura, no soy un cuerpo liviano, pero, aun así, la refriega parecía un tsunami, que me lanzó despedida contra una pared.  Lo siguiente que recuerdo, es ver a mi jefa, Ana, muy de cerca y con cara de cabreo monumental, mientras a las otras dos, las veía despeinadas y ensangrentadas.  Ana cogió su teléfono y llamó a la ambulancia, tras colgar, nos miró a las tres y gritó:

    – “El lunes a las 9, las tres, en mi despacho”.

    Las otras salieron del baño, Ana se quedó conmigo y me acompañó en la ambulancia, donde le intenté explicar, como pude, lo que sabía y lo que había pasado en la cena. No le quedo más opción que, estar de acuerdo conmigo en que estas cenas estaban malditas.

    Ya mientras estaba esperando que me atendiesen, sólo podían pensar, lo ricamente que estaba en mi casa, con mi gato y cenando un yogur desnatado.

    Clara Meridiana


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