Tendría unos 22 años, yo no más de diez. Al principio me dijo que era mi primo y yo le creí. A los mayores siempre hay que hacerles caso, me decía mi madre.
Nunca me tocó – al menos que yo recuerde- pero tampoco me dejaba ir a jugar con el resto de niños. Siempre tenía que estar sentada encima de sus rodillas mientras me hacía y deshacía las coletas una y otra vez.
Los niños empezaron a darme de lado porque yo apenas estaba con ellos. Al principio me sentía guay estando con los mayores, luego me fui sintiendo más y más inquieta.
+ ¿Quieres ser mi novia? Me preguntó en un campamento. Yo dije que no y él simuló una mueca triste. – Bueno, vale- respondí.
Lo último que recuerdo de él es su cara escogiendo los grupos para acampar de noche al raso.
– Tú te vienes conmigo- me dijo.
Y mi mente ya no recuerda más.