No sé cómo empezar ni terminar, ni siquiera qué escribir exactamente. Supongo que lo único que necesito es desahogarme y soltarlo todo. Sé que el comienzo es un tanto dramático, pero escribo esto en caliente.
Hace no demasiado tiempo conocí a un chico por Internet. Él en Latinoamérica, yo en España. Hasta ahí está bien, conversar con gente de otros países aporta ventajas como el enriquecimiento cultural, nada que no sepamos; no era la primera vez que lo hacía e imagino que no será la última. Ya os imaginaréis por dónde van los tiros: lo que empezó siendo un simple pasatiempo ha acabo transformándose en algo más. Y algo bilateral, aunque yo a veces crea que se está riendo de mí por temas de una inseguridad que tengo ya muy arraigada en mi psique.
Soy consciente de que Internet puede ser engañoso, un arma de doble filo. Con esto me refiero a que si yo fuera a conocerlo o viceversa, cabe la posibilidad de que el contacto en 3D sea radicalmente distinto y la magia se esfume tan pronto como llegó. Sin embargo, no es ese el problema de mayor magnitud sino tres que contienen un nombre y un apellido: Océano Atlántico, situación económica e inseguridad ciudadana.
También soy totalmente consciente de que engancharme más puede hacerme daño y provocar que termine herida. Entonces, ¿por qué cuándo he visto hoy un mensaje de él diciéndome justamente esto he roto a llorar como una condenada? ¿Por qué si yo sé tan bien como él que estamos jugando con fuego?
Pero también sé otra cosa: no quiero perderlo aunque lo nuestro nunca pueda ser realidad. No quiero perder el contacto con él.