Artículo 'Tengo 25 años, problemas de salud mental y es hora de gritarlo'

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    Tengo 25 años, problemas de salud mental y es hora de gritarlo
    En España, el 30% de los jóvenes de 15 a 29 años hemos tenido síntomas de problemas de salud mental en el último año. Esto se traduce en un total de 2 millones de personas. Repito: 2 millones de personas. No me invento yo esa cifra, en absoluto; es un dato oficial de la Confederación Salud Mental España. Y por mucho que aún me cueste admitirlo, yo soy una de esas jóvenes reflejadas en la estadística.
    Tengo 25 años y he pasado por muchos altibajos emocionales en mi vida. Soy alguien repleto de inseguridades, miedos y prejuicios contra mí misma, y, por desgracia, todo me afecta mucho más de lo que en ocasiones me gustaría.
    Durante este cuarto de siglo he pasado por 4 depresiones gordas de las que me ha costado mucho salir. Y eso sin contar los trastornos de ansiedad que padezco y para los que me medico.
    “¡Dios mío! No me lo creo, eres muy joven”, dicen algunos. Otros, en cambio, se limitan a mirarte con una mezcla entre pena y compasión cuando se enteran. Y eso que estamos hablando de enfermedades que, por suerte y en mi caso, no me imposibilitan hacer una vida plena y normal. No me gustaría imaginarme cómo tienen que estar viviendo otras personas a las que sí que les restringe la vida.
    Los jóvenes tendemos a recluirnos. Muchas tuits y posts en Instagram en nuestras vidas, sí, pero a la hora de contar lo que pasa en lo más profundo de nuestra cabeza nos lo guardamos. El estigma social en lo que se refiere a trastornos de salud mental está todavía muy presente. Da miedo ser juzgado, sobre todo por cosas que ni tu mismo puedes controlar y en un entorno en el que todo es banal, se borra a las 24 horas y todo tu alrededor se cree con derecho a opinar sobre cosas que no le corresponden.
    Yo soy así, he de admitirlo. Prefiero pensar que soy reservada, pero la realidad es que siempre he vivido con ese miedo de “mejor no contar lo que me pasa por lo que puedan pensar o hacerme”. En las escuelas se enseñan muchas matemáticas, mucha lengua o mucha biología, pero no hay espacio para clases de derechos humanos, respeto mutuo, compañerismo u otros valores de vida. Es más, en muchas ocasiones enseñan que es mejor callar y pasar desapercibido que expresar algo y exponerte a los demás. Es triste, pero es así.
    Mi primera depresión fue a los 10 años. Cuando tenía esa edad no lo llamaba así (no lo llamaba de ninguna manera, en realidad), pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que mi “mamá, hoy no me apetece ir a clase” o mi “papá, hoy prefiero leer y no babar al parque” venían por lo mal que lo estaba pasando por dentro. En aquella época no encajaba; siempre he sido tímida, y a eso hay que sumarle que mi sobrepeso me hacía sentir muy insegura. En resumen, era un target fácil para todos esos compañeros de clase que querían demostrar su “superioridad” y, por qué no, también era presa de los propios miedos que sentía y no era capaz de expresar.
    Mi segunda depresión se dio cuando tenía 14 años. Mala elección de amistades, podríamos llamarlo. Dar y no recibir nada más que silencio o comentarios despectivos por las espaldas acaba doliendo demasiado, por mucho que uno intente dejarlo pasar.
    Mi tercera depresión, la más gorda hasta la fecha, fue a los 18 años. En aquel momento, mi abuela falleció. Mi abuela era una persona maravillosa (me faltan palabras para describir lo maravillosa que era) y siempre he estado apegada a ella. Al final, el Alzheimer acabó con ella antes de que yo pudiera hacer realidad su sueño: verme terminar mis estudios e ir a la universidad. Aquello me mató por dentro (y se llevó una parte de mí que nunca podré recuperar) y se tradujo en ataques de pánico en cualquier momento, en cualquier lugar.
    Fueron meses de lucha. Meses de no salir a la calle, de abandonar los estudios, de quedarme sin respiración en cualquier situación de presión. Meses en los que mi mente no paró de recrear una y otra vez lo miserable que era mi vida, lo mucho que echaba de menos a mi abuela y lo mal que me sentía conmigo misma por ser cómo era (¡sumémosle al sobrepeso y a la inseguridad el hecho de estar descubriendo y aceptando tu homosexualidad, yey!). Pero salí. Salí con mucho esfuerzo, medicación del psiquiatra y mucha (pero que mucha) fuerza mental. Me aferré a la idea de que mi abuela no hubiera querido verme así y de hacer realidad su sueño, y conseguí recomponerme. O al menos recomponer la parte de mí que aún quedaba con vida.
    Después de aquello, he sufrido fuertes bajones anímicos. Desengaños amorosos, inseguridades (de nuevo y para no variar), miedos nuevos, cambios de vida… Pero mi última depresión fue hace poco, de nuevo, por no sentirme a gusto tal y como soy.
    El año pasado, con mucho trabajo, logré bajar 55 kilos y estar en un peso que ayudaba mucho a mi autoestima (además de saludable, por supuesto), pero por razones de la vida, lo acabé recuperando. Volvió a llegar un momento en el que no pude más y caí de nuevo en el pozo de la tristeza y la depresión. Aún no he salido del todo de este agujero, pero poco a poco voy superándolo.
    ¿Sabéis qué tienen en común las tres primeras depresiones? Que no se lo conté a nadie hasta que no pude más, hasta que estallé en pedazos y necesitaba ayudaba para recogerlos y recomponerme. Y como yo, miles y miles de jóvenes pasan por lo mismo y callan. Y esconden. Y lloran por las noches ahogando los sollozos en su almohada porque no pueden más.
    En la cuarta aprendí la lección. En la cuarta aprendí que no pasaba nada por no estar bien, por llorar o por tener un problema. Aprendí a apoyarme en quienes me rodean y hablé. Y lo solté. Y lo grité. Y, sobre todo, me sentí escuchada, sentí que no estaba sola y que no hacía falta que cargara con un mundo sobre mis hombros si había gente a mi alrededor dispuesta a coger parte del peso para que lo superáramos juntos.
    Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental y está dedicado a todos esos jóvenes que, como yo y como tantos otros, sufren de estos trastornos en su día a día o de forma esporádica. Trastornos afectivos, de la ansiedad, psicóticos, adicciones… No importa la enfermedad que se tenga, todas son válidas y son igual de importantes.
    Este texto va por todos aquellos que sienten que la sociedad les margina, que sufren bullying por ser diferentes, o que viven en silencio lo que les pasa por la cabeza por el qué dirán. No estáis solos. Ni locos. Sois personas. Tenéis derecho a sentir, a sufrir y a lo que os dé la gana.
    No dudéis en pedir ayuda, por favor. No hagáis como yo, no calléis, ni escondáis, ni sintáis miedo. Todo esto os llevará a un pozo aún más oscuro. Hay soluciones o paliativos que os ayudarán a vivir con ello o a superarlo.
    Como dirían las Azúcar Moreno, “solo se vive una vez” y hay que aprovecharlo.

    @angypg1


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    Eva
    Invitado
    Eva on #237083

    Solo puedo aplaudirte y decirte gracias

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