Reproducimos un testimonio que nos llega a [email protected]
Por fin he podido encontrar un vestido que me gusta cómo queda, porque en sí es horroroso. Después de recorrer todas las tiendas de la ciudad, ya lo tengo, y también tremenda discusión con mi madre, pues no puedo soportar que me caliente la cabeza, es peor que un martillo. Ese me gusta “si estuvieras delgada”, este no te queda bien, “pareces una mesa camilla”.
He tratado de hablar con ella y pedirle que deje de meterse conmigo bajo el paraguas de “es por tu bien” siempre la misma frase. Tal vez sea por mi bien físico, porque el emocional no puede más.
Mientras terminaba de vestirme en el reducido probador, una de las dependientas se acercó para hablar conmigo. Claramente había identificado un problema de maltrato psicológico y me advirtió de las consecuencias psicológicas que puede acarrear, me vine abajo y le he confesado que desde que empecé a tener la regla, mi cuerpo fue engordando, y mi atracción por los chocolates y dulces ha ido en aumento. Muy amable, me buscó en su móvil un número de teléfono, lo anotó en un papel junto con una nota que no me detuve a mirar porque mi madre me llamaba, lo guardé en el bolsillo trasero de mi vaquero.
Cuando llegamos a casa, colgué el horrible vestido en una percha y lo metí en el armario, no quería verlo. Escuchar a mi madre contarle a mi padre la vergüenza que había pasado en la tienda porque nada me quedaba bien, resonaba en mi cabeza y ya no lo podía aguantar. Así que me fui a un Burguer King y me comí un menú completo.
Por la noche, volví a cenar después de haberme comido semejante menú, estaba acostada en la cama, no me podía dormir, cuando me doy esos atracones, mi mente reacciona con insomnio y pesadillas, la culpabilidad se apodera de mi y me prometo que no lo volveré ha hacer, hasta que me autoengaño y todo vuelve a ser como una rueda que no para de girar.
A la mañana siguiente mientras recogía la habitación, encontré la nota: “El psicólogo es para tu madre” con un número. Abajo una nota: Identifica el por qué comes, el problema está en la mente, no en el cuerpo.
Busqué información en internet y me llevó con una psicóloga especialista en nutrición. No me lo pensé. Acudí a su consulta y tras explicarle mi caso, me hizo ver mi problema. Yo tenía un problema de ansiedad y depresión que se escondía en la alimentación. Comía por tristeza, por nervios, por enfado. La única forma de calmar mi estado psicológico era comiendo.
Cuando le conté que había ido a una psicóloga, me gruñó por gastar el dinero en tonterías, desde su punto de vista. Su receta era, cerrar la boca, no comer y matarme en el gimnasio, porque con lo bonita que soy de cara, el cuerpo tan difícil que tengo no se mejoran en el psicólogo. De nuevo ahí estaba el enfado, la rabia. Acudí a la nevera y me hice un bocadillo de jamón más grande que un brazo gitano (el dulce) le di el primer bocado a la vez que empezaba a llorar, en ese instante recordé las palabras de la psicóloga. “Comes por emociones, no por hambre” En ese instante me detuve, miré el bocadillo, no tenía hambre, tenía rabia.
El resultado de todo, pues que salí a caminar y encontré un gimnasio especializado en boxeo al que me apunté, no solo he entrenado el cuerpo, sino también la mente. Mi madre sigue metiéndose en mi vida “el boxeo es para hombres, eres un marimacho”, pero ya no me afecta nada, mi mente está sana y con muchos filtros.
Anónimo