Había dudado mucho en contarte esto. Y técnicamente no lo hago. Porque ya ha pasado el tiempo, porque ya no hay contacto, porque no hay un punto de retorno.

Dudé, cuando estaba sentada en la sala de espera del médico.
Dudé, cuando sentí pánico por las posibilidades.
Dudé, incluso cuando misteriosamente el miedo se fue y sonreí ilusionada.

Sí, dudé. Saqué el teléfono tantas veces del bolso para contarte que tal vez seríamos padres… Pero en las mismas ocasiones lo volví a guardar.

Porque siempre, a pesar de necesitar con desesperación oír tu voz. Sentir un poco de consuelo…Siempre llegaba a la misma conclusión. No merecía la pena.

Te quise tanto que me olvidé de que debía quererme yo todavía más. Y no quería eso para mi bebé. Como tampoco quería que aquello se convirtiera en una nueva forma de que pudieras romperme el corazón si no estaba embarazada.
Como ves, ambas opciones daban el mismo resultado. Tú no entrarías en mi vida de nuevo.

No cariño, no estoy embarazada. Los resultados fueron negativos. Y a pesar del pánico que sentí cuando era una posibilidad, ahora no logro quitarme la tristeza de encima.

Como si se hubiera extendido por mi piel hasta alcanzarme el corazón. No, nunca quise ser madre.
No, jamás lo había planeado.

Porque pensaba que, como siempre la historia se repetiría. Y mi infancia llena de lágrimas y horrores se reflejaría en ese bebé como la de mis padres se reflejó en mi.
Pero , ahora que sé que no hay nada. Que solo fue una suposición… Me planteo las posibilidades.

Habría sido una buena madre. Quizás no la mejor pero habría hecho lo imposible porque estuviera feliz, cuidado y que supiera diferenciar. No entre el bien y el mal, sabes cuanto me gustan los matices grises. Sino que le habría enseñado como caminar con la cabeza muy alta al defender sus ideales, como sonreirle siempre a la vida. Porque de esa forma conseguirá ponerle luz a la oscuridad.
Le habría enseñado que toda acción conlleva una reacción y que el tenderle la mano a quién lo necesita es un gesto necesario porque en ocasiones somos nosotros mismos quienes precisamos ayuda.

Todavía no logro quitarme este sentimiento de encima, pero algo bueno ha tenido. He logrado, al fin comparender que no estábamos destinados.
Porque tras estos años juntos, lo único bueno que queda es ese momento en el que la ilusión de ser madre superó el miedo y el dolor.