Hay algo que he descubierto de adulta y me está volando la cabeza.
Normalmente nos dicen que cuando llegamos a la edad de nuestros padres entendemos muchas cosas, pero es que a mí me pasa lo contrario…
Durante toda mi infancia mi madre no paraba de repetir que estaba muy cansada, que tenía mucho trabajo, que no podía más. Que su sueño era levantarse un día y no tener nada que hacer. Cada queja nuestra, era minimizada porque ella lo sufría x1000. Recuerdo tener pánico a llegar a adulta e, inevitablemente, tener tantísimo trabajo como ella. Parecía que venía implícito. Creo que esto me generó el trauma con el ser madre, no quería por nada del mundo. Además del sentimiento de culpa constante por generarle tanto estrés y trabajo.
Ahora que ya soy adulta, me doy cuenta de que mi madre estuvo muchísimos años sin trabajar y, cuando trabajó, jamás lo hizo a jornada completa. Luego mi abuela también estaba todo el día metida en casa echándole una mano.
Ahora tengo compañeras que son madres, trabajan a jornada completa y tienen muchísima energía y alegría. Les encanta hacer cosas con sus hijos. Están cansadas pero no tanto como mi madre. Algo que hubiese jurado que era imposible.
Han pasado los años y mi madre se sigue quejando de lo mismo. Hemos volado del nido, pero da igual. Ha sido toda una revelación darme cuenta que la vida adulta no es tan dura como la pintaba ella. Sigo sin querer tener hijos, pero ya no me siento tan mal.