Hace semanas, que me he fijado que estoy más flaca. Me escondo menos cuando me desnudo ante el espejo de la ducha. Llevo días que me veo como nunca. Decidí comprobar con mi archienemiga la báscula cuanto había perdido esta vez. Me subí encima, y para mi sorpresa, había engordado un kilo. Vaya…será que he perdido volumen, o ganado músculo o estoy reteniendo líquido…o esa cantidad de cosas con las que siempre me engaño cuando peso más de lo que creo que debería. Entonces, decidí probarme mis vaqueros favoritos. Esos no mienten. Y no. No me quedaban más sueltos. Al contrario…tal vez un poco más justos. Me senté en la cama, y lo entendí todo. No me había visto más flaca, me había visto mejor. Y es que hace semanas que me quité esas gafas que me hacían odiarme. Que me mostraban mi pecho pequeño, mis muslos gordos y mi tripa fofa. Esas gafas que me hacían mirar todo lo que comía, contar calorías, sentirme mal por cada cerveza, por cada gramo que engordaba. Aquellas gafas que me han hecho sentir gorda, teniendo una talla 38 y me han impedido disfrutar de mucho. Hoy me veo menos arrugas,porque soy más feliz.Porque no estoy tan enfadada conmigo y no frunzo tanto el ceño. Porque os escribo mientras me como una pizza, que por primera vez desde que recuerdo no he mirado cuantas calorías tiene. Y porque estoy buenísima.
Cuando aprendí a verme flaca
Viendo 2 entradas - de la 1 a la 2 (de un total de 2)