Tengo una frase de mi psicólogo grabada en mi cabeza. Se repite una y otra vez, como un bucle infinito. “La depresión es una de las enfermedades más crueles”. Y supongo que tiene razón, te roba la vida.
Estoy estancada, mi vida está en pausa, sin embargo a mi alrededor todo sigue en movimiento. Mi familia y amigos continúan con sus trabajos, estudios, amistades, relaciones…. y yo estoy parada. Al principio, la gente se esfuerza por mantenerme en su órbita, tratan de mantenerme a su lado. Pero eso supone esfuerzo, y la compañía de alguien con depresión no es la mejor.
Me dicen que salga, que ponga de mi parte, que no colaboro. ¿Le dirían lo mismo a una persona que se ha partido una pierna o que tiene una pulmonía?. ¿De verdad dirían que la solución es que salga más?. Mi enfermedad es válida. No estoy triste. Tengo depresión.
Cuando empezaron a asumir esto, la visión respecto a mi cambia. Soy una enferma, y eso es todo lo que me define. Ya no me visitan como quien visita a una amiga, van a verme como quien visita a un enfermo, un ratito y luego se van a divertirse, sin mi. Las invitaciones para hacer cosas empiezan a esfumarse, y cuando soy yo quien sugiere algo comienzan a aparecer las excusas.
La amistad pasa de ser un punto de apoyo a un lastre, algo que hace daño y me hunde.Y me planteo empezar a dejar de lado a algunas personas, porque necesito estar bien. No es que ya no los quiera, pero los silencios incómodos, las miradas esquivas y las excusas acaban por desgastar. Y hace falta ser egoísta, necesito ser mi prioridad si quiero curarme.
Quizás mi depresión se lleve por delante algunas amistades. Pero supongo que puede ser revelador, si una persona te abandona en tu momento más bajo quizás no merece estar tu vida. Mis amigos ya no son una prioridad, lo soy yo. Mi vida vale más que una amistad. Mi salud mental vale más que una amistad. Mi felicidad vale más que una amistad.