Me giré rápidamente, y ahí estaba él mirándome con esos ojos azules tan hipnotizadores, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en aquel rostro tan perfecto. No podía evitar sonrojarme, nunca le había tenido tan cerca, apenas había unos centímetros de separación entre nuestras bocas, solo unos centímetros. Pude sentir como sus brazos rodeaban mis caderas y me acercaba a él, rompiendo la separación entre nuestros cuerpos para acabar fundiéndonos en un intenso y profundo abrazo. Podía sentir el calor de su cuerpo bajo la ropa. Me quedaría abrazándolo así por horas, incluso días. Abrazándolo y besándolo
Un ruido del exterior nos hizo volver a la realidad. Nos dirigimos hacia el gran sofá que presidia en el salón. Nos pondríamos al día de nuestras vidas. Nuestros caminos se habían separado el día en que decidí marcharme de aquel pueblo.
Mientras hablaba no podía dejar de mirarlo, era perfecto, siempre lo había sido. A mi mente llegaban los recuerdos de nuestra infancia, las meriendas de su abuela Doña Manolita, los veranos en el lago; pero lo que más recordaba era el momento en que me di cuenta de que aquella amistad se había convertido en otra cosa. Pero sabía que él no sentía lo mismo por mí, y así fue como decidí alejarme de aquel pueblo. Recordaba el sentimiento de tristeza que invadía mi cuerpo al ver como quedaba atrás aquel pueblo que me había dado cosas tan maravillosas.
Una pequeña lágrima comenzó a deslizarse por mi mejilla, al recordar todo aquello. Al darse cuenta de lo que sucedía, se volvieron a romper los centímetros que nos volvían a separar, pero esta vez pude sentir como su mano secaba mis lágrimas, de una manera tan delicada que mi cuerpo se volvió a estremecer.