Mientras me dirigía a mi destino no podía dejar de observar aquel pueblo en el que había crecido, hacía tiempo que lo visitaba, aún estaba igual que la última vez que había estado allí. Aquellas calles nevadas habían servido de pista de juegos muchos años de mi vida. Recordaba los días de primavera en los que contaba las horas para salir a la calle a jugar, el tiempo que pasaba en la heladería con mis padres, a Doña Manolita, mi vecina, cuando nos preparaba las mejores magdalenas del mundo; pero esos tiempos ya quedaban muy lejos , ahora todo era muy diferente, mi vida había cambiado. La ciudad ya no ofrecía esos placeres que allí podía tener.

Nos adentramos en el bosque que nos dirigía a su destino, cerré los ojos y me concentré en los pequeños ruidos que el bosque me ofrecía, como si estuviesen celebrando una fiesta de bienvenida. Pronto pude sentir como el coche se detenía, había llegado a mi destino.

Sin perder más tiempo subí las escaleras que llevaban a la entrada del que sería mi hogar durante días. Al abrir la puerta me invadió el calor hogareño que tanto añoraba .Colgué mi abrigo en el perchero de la entrada y me dirigí hacia la chimenea, que presidia el gran salón; estaba encendida haciendo que toda la habitación se convirtiese en el lugar perfecto. Me pasaría allí todo el tiempo, pero ahora lo que necesitaba era una buena ducha de agua caliente.
Me dirigí hacía la habitación, que se encontraba en la segunda planta. Todo estaba como la última vez que había estado allí. Entré en el baño y aquella enorme bañera me invitaba a tomar un largo y espumoso baño, así que me desnudé y me sumergí cada centímetro de mi cuerpo en aquella agua tibia. Pasaron horas hasta que me desperté, estaba tan relajada que me había quedado dormida.

Salí dela bañera y fui hacía la habitación, mis maletas ya estaban encima de la cama, pero no tenía ganas de ponerme con ellas, así que cogí lo primero que cayó en mis manos. El viaje había sido muy largo, así que bajé a la cocina y me prepare un café, necesitaba entrar en calor. Un fuerte olor a magdalenas recién echas inundaba toda la estancia, solo podrían ser de una persona.
Con mi café caliente me dirigí al gran ventanal que presidía la cocina , era mi parte favorita de toda la casa, desde allí se podía observar todo el nevado valle y su helado lago. Allí había pasado mi último verano antes de que mi vida cambiase para siempre. Mientras navegaba entre los recuerdos, pude sentir como unas manos heladas como el hielo se posaban sobre mis caderas, haciendo que mi cuerpo se estremeciese a su contacto.