El proyecto de Natalia. Capítulo 1: Toda la verdad y nada más que la verdad.

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    Capítulo 1: Toda la verdad y nada más que la verdad.

    En ningún momento del trayecto fuimos capaces de pronunciar palabra. De vez en cuando miraba de reojo a mi madre, que seguía con los ojos clavados en la ventanilla. Por mi parte, intentaba concentrarme en la carretera e intentar hacer a un lado el dolor y el cargo de conciencia que llevaban días impidiéndome dormir más de dos horas seguidas, pero no podía. Me sentía la peor persona del mundo, fue mi culpa que mi madre no pudiera despedirse de su padre. Sabía que era una carga con la que tendría que vivir el resto de mi vida.
    Cuando mi abuelo exhaló su último suspiro, nosotras estábamos a ocho mil cuatrocientos cincuenta kilómetros de distancia. Mi madre siempre quiso conocer Honduras y tras muchos meses buscando por Internet, encontré una oferta de fin de semana a muy buen precio.
    Hablé con mi abuelo, incluso bromeó, jamás olvidaré sus últimas palabras: “Tranquila cariño, no me voy a morir en tres días, id tranquilas y disfrutad mucho”. Pero se fue. Convertí el sueño de toda la vida de mi madre en su peor pesadilla.
    La única conclusión a la que podía llegar era que nos mintió. Cuando le diagnosticaron el cáncer de hígado fue demasiado tarde para actuar, se había expandido demasiado y lo único que podían hacer por él era recetarle medicamentos para alargar un poco más su vida. Nos aseguró que los médicos le dieron esperanza de vida de un año, pero apenas dos meses y medio después de que nos diera la noticia, falleció. Me amargaba no saber si no se había tomado la medicación o prefirió no contárnoslo hasta el último momento.
    En cuanto llamaron a mi madre para para comunicarle la noticia, fuimos al aeropuerto para volver a casa, pero el destino decidió ser cruel y ese día la tormenta en Honduras era tal que todos los vuelos se cancelaron. Estuvimos cinco días atrapadas, sin poder hacer nada que no fuera llorar ahogadas en la culpabilidad.
    No pudimos asistir al velatorio ni al entierro, lo único que nos quedó fue visitar su tumba. Siempre lo adoré, pero cuando vi la fotografía de su lápida me di cuenta de que lo quería más de lo que me imaginaba.
    Nuestra relación nunca fue normal. Se pasó la vida viajando de un lado para otro. No lo veíamos demasiado, faltaba a navidades y cumpleaños, pero siempre recordaba enviar un mensaje o hacer una llamada, era un modo de estar sin realmente estarlo. Nunca diré que fue un mal abuelo, siempre estuvo cuando más lo necesité, fue de las pocas personas que consiguió sacarme una sonrisa cuando mi padre decidió abandonarnos.

    Aparqué el coche y miré el edificio, me sentía realmente mal, no deseaba estar allí. Apenas había pasado una semana desde su muerte cuando el abogado llamó a mi madre para la lectura del testamento, que se realizaría en su despacho. Me parecía horroroso ir allí a hablar de bienes y dinero tan pronto. Mi madre le pidió al abogado que nos concediera unos días más para hacernos a la idea, pero dejó de insistir cuando supo que esa era la última voluntad de mi abuelo, él quería que se hiciera así.
    Subimos a la cuarta planta y cuando el ascensor abrió las puertas nos encontramos con una señora de unos cincuenta años y un hombre bastante más joven que consiguió que contuviese el aire, por suerte conseguí recordar cómo se respiraba antes de asfixiarme.
    Por distintos motivos que pertenecían a un pasado desagradable que intentaba olvidar cada día, hacía mucho tiempo que un hombre no llamaba mi atención. Nuestras miradas se cruzaron solo unas milésimas de segundo, pero fue tiempo suficiente para que mi corazón latiera con fuerza, fue como si su mirada me hubiera traspasado, no sabría decir si me sentí así por la profundidad de sus ojos grises o por la tristeza que vi en ellos.
    A pesar de que medía casi un metro setenta y cinco, tuve que alzar la cabeza para poder repasarlo de arriba abajo, ese hombre debía sacarme como mínimo diez centímetros de altura. Me fijé en cada detalle, su pelo corto castaño oscuro, su barba del mismo color un tanto desarreglada, pero no frondosa, sus labios y de nuevo sus ojos, nunca había visto unos ojos de ese color tan intensos, pero allí estaban, robándome el aire. Mi mente fue más allá y después de volver a repasarlo minuciosamente, llegué a la conclusión de que no necesitaba verle desnudo para saber que debajo de la ropa se escondía un cuerpo bien definido.
    —Perdonad por la espera —la puerta del despacho se abrió sacándome de mis turbios pensamientos.
    No sabía a quien se estaba dirigiendo el abogado, pero la señora que vestía completamente de negro y el hombre que la acompañaba pasaron al interior del despacho tan rápido que no necesité preguntar. Aun así, el abogado se quedó parado en la puerta sin dejar de mirarnos. Al ver que no reaccionábamos, nos pidió que también pasáramos.
    —Francisco ¿Quién es esta gente? —preguntó la señora. Su tono desconcertado e incluso un tanto molesto, hizo que por primera vez me fijara en ella más detenidamente. Tenía los ojos rojos e hinchados, no había que ser demasiado inteligente para caer en la conclusión de que había perdido un ser querido. Sin duda lo que más me llamó la atención fue su pelo, era pelirrojo, exactamente igual que el mío, la única diferencia era que ella lo llevaba en melena y yo lo tenía largo, sobrepasando un poco el centro de la espalda.
    —Tomad asiento todos, por favor. Sé que esto no va a ser fácil para ninguno, pero así quiso que se hiciera —abrió el primer cajón y sacó un mando con el que encendió la televisión de unas cuarenta y dos pulgadas que teníamos delante.
    Mi pulso se aceleró cuando mi abuelo apareció en la pantalla, sentado en un sofá de cuero marrón claro. No tardé demasiado en reconocer que se trataba del sofá del salón de su casa, en la que había estado siete u ocho veces a lo largo de mi vida.
    —Hola. he grabado este video por si no consigo reunir el valor suficiente para contaros la verdad antes de morirme. Me he imaginado teniendo esta conversación con vosotras miles de veces y nunca he sabido como empezar, pero creo que lo lógico sería hacerlo por las presentaciones. Isabel, te presento a tu hermana Lydia. Lydia, te presentó a tu hermana Isabel.
    —¿Qué clase de broma es esta? —mi madre se levantó como un resorte de la silla, sin embargo, quien supuse que era Isabel se quedó paralizada igual que el resto.
    —Lydia, por favor siéntate y deja que tu padre os lo explique todo.
    —¿Te estás burlando de mí? —me levanté y cogí del brazo a mi madre cuando esta dio un paso amenazador hacia Francisco.
    —Mamá, por favor… —me miró y tras unos segundos se sentó. El abogado presionó el botón del Play y la voz de mi abuelo volvió a inundar el despacho.
    —Siento mucho no haber hecho esto antes. Supongo que ahora mismo tendréis muchas preguntas y aunque ya no podáis hacérmelas, sé exactamente cuáles son e intentaré responderlas todas —incluso en video mi abuelo hacía alarde de su inmensa sabiduría—. No quiero que penséis que mantuve relaciones paralelas. Las dos mujeres que ocuparon mi corazón aparecieron en momentos distintos de mi vida —demasiado pronto un escalofrío me recorrió la espalda, tuve que respirar hondamente para controlar los nervios—. Isabel a tu madre la conocí con dieciocho años. Me costó un poco que me aceptara, pero no pudo resistirse a mi belleza natural y mis historias sobre las estrellas. Al cabo de los años le confesé que me lo había inventado todo, pero no era algo que ella no supiera —una sonrisa escapó de mis labios, sin embargo, el resto de los allí presentes se mantuvieron quietos y atentos al video sin mover ni una sola articulación—. Trabajamos muy duro para poder pagar el alquiler de un piso cutre en el centro de la ciudad. Nos topamos con muchas dificultades, pero éramos muy felices. A los pocos años nos casamos y pensé que, si había conseguido engañarla hasta el altar, también podría convencerla de tener un bebé. Y así llegaste tú, tardamos mucho en concebirte, pero nunca desistimos. Me convertiste en padre a los veintinueve años y me di cuenta de que seguía siendo un niñato —se hizo el silencio en la sala. Incluso a mi abuelo parecía costarle continuar. Me pregunté cuántas veces habría vuelto a empezar a grabar, cuanto tiempo estuvo allí sentado delante de la cámara sin saber cómo continuar.
    —Podemos parar unos minutos si lo deseáis —el abogado volvió a pausar el video, pero todos negamos con la cabeza. Alargarlo no nos ayudaría a ninguno.
    —Un año después de mi divorcio conocí a Marisa, la madre de Lydia. Era una mujer distinta, no anhelaba lo mismo que el resto de las mujeres de la época, no deseaba un marido, ni un hogar estable, ni tan siquiera hijos. Soñaba con viajar y así lo hicimos, durante dos años recorrimos el mundo, pero me di cuenta de que me estaba perdiendo la vida de mi hija y la convencí para regresar —pude notar en su tono de voz un gran sentimiento de culpabilidad que me encogió el corazón. Me costaba escuchar hablar de mi abuela por las circunstancias en las que se encontraba—. Poco tiempo después se quedó embaraza y creí que era el momento perfecto para convencerla de tener una vida más estable. Aceptó porque me amaba, pero ese amor se fue marchitando con el paso del tiempo. Sin darme cuenta le corté las alas y la encerré en una bonita jaula de cristal. A los siete años de nacer nuestra niña me puso las maletas en la puerta. A pesar de todo siempre me permitió ir a visitarte cuando quisiera, que no estuviera contigo todo lo que debía fue mi culpa y de nadie más.
    —¿Cuánto va a durar esto? —habló por primera vez el hombre que acompañaba a Isabel, quien supuse era mi primo.
    Odié que interrumpiera para esa tontería de pregunta. El video duraría lo que tuviera que durar, pero si seguíamos así se haría eterno y a mí la habitación cada vez se me hacía más pequeña.
    —Carlos te pido paciencia, tu abuelo aún tiene muchas cosas que decir —nadie dijo nada más y por fin pudimos continuar con la agonía.
    —Mi querida Isabel, gracias a ti crecí como persona. A pesar de que me divorcié de tu madre cuando apenas tenías cinco añitos —Isabel dejó de mirar el video y apretó con fuerza el pañuelo con el que se había limpiado las primeras lágrimas—. Intenté estar para ti todo lo posible y que nunca te faltara de nada. Sé que te costó mucho asimilar el divorcio, pero quiero que sepas que amé con locura a Victoria, simplemente un día dejó de funcionar, es hora de que dejes de culparte, por favor. Quiero que sepas que te quiero con todo mi corazón. Has sabido afrontar con entereza todas las adversidades que la vida te ha puesto en el camino, estoy muy orgulloso de ti, cariño —la voz de mi abuelo tembló en la última palabra.
    —¿Puedo salir? —preguntó Isabel al abogado con los ojos cargados de lágrimas, dudaba que pudiera retenerlas mucho más tiempo.
    —Lo siento, pero tu padre quería que estuvierais todos presentes durante toda la grabación —en esa ocasión no me enfadé por la nueva interrupción. No podía hacerme ni la más mínima idea de que debía estar sintiendo. No insistió y Francisco reanudó el video.
    —Mi rebelde Lydia —mi abuelo soltó una carcajada—. Después de mi primer divorcio pasé un año perdido, tu madre me ayudó a reconducir mi vida, pero sin duda tú fuiste mi mejor guía. Me costó mucho entender que no podía controlar un espíritu alocado como el tuyo, me empeñé demasiado en ello, probablemente porque me veía reflejado en ti y no quería que tomaras malas decisiones como las mías. Por suerte has sacado la fuerza de tu madre y has sabido levantarte siempre que has caído, sin importar cuan fuerte fuera el golpe. Sé que hemos peleado mucho por ello, pero jamás dudes de lo afortunado que me siento de ser tu padre y de lo mucho que te quiero —mi madre no pudo más y comenzó a llorar en silencio, sin pronunciar ni una palabra, sin hacer apenas ruido, escuchando atentamente las últimas palabras de su padre—. Quiero hacerte una petición, cuida mucho de tu madre y deja de sentirte mal, ingresarla en el centro especializado para personas con Alzheimer fue la mejor decisión. Cariño, no la has abandonado, allí está bien atendida y lo seguirá estando. He dejado una cuenta bancaria que tú manejaras con la suficiente cantidad de dinero para cubrir los gastos del centro —sin esperarlo, mi madre se levantó de la silla y salió del despacho como un rayo. Inmediatamente me levanté y fui tras ella.
    —Mamá, tranquilízate —respiraba con dificultad y las lágrimas bañaban por completo su rostro, me asusté al ver que era incapaz de controlarse.
    Fui corriendo a la máquina que había junto al ascensor y saqué una botella de agua. Bebió un sorbo y la obligué a sentarse en una silla de la sala de espera que había al final del pasillo.
    Nunca la había visto así, ni siquiera cuando mi padre nos abandonó. Siempre se mostró fuerte en mi presencia, haciéndome creer que nada saldría mal. Si mi vida tenía sentido era gracias a ella.
    Tras unos minutos consiguió calmarse, pero al ver aparecer a Francisco intentó levantarse de la silla para marcharse, la agarré de los hombros impidiéndoselo e intentando que no volviera a alterarse.
    —No me pidas que vuelva a entrar ahí —dijo muy seria señalando la puerta de la oficina.
    —Sé que es difícil. En más de una ocasión le aconsejé a Martín que era mejor que os dejara una carta, pero prefirió grabar el video y aún no ha terminado —Francisco se mostraba comprensivo. Me pregunté cuantas veces a lo largo de su carrera se habría enfrentado a situaciones simulares.
    —No…
    —Mamá… —la interrumpí y me senté a su lado—. Quiero llegar hasta el final de esto, pero no lo haré sin ti, por favor —apreté su mano con fuerza y ella me devolvió el apretón mirándome a los ojos. Siempre nos entendimos con una mirada.
    Entramos y volvimos a ocupar nuestros asientos. Un silencio incómodo abordó el despacho, incluso el abogado parecía un tanto sobrepasado, probablemente porque mi abuelo no fue un cliente más, fueron amigos durante varios años. Nos visualizó y tras comprobar que estábamos todo lo calmados que podíamos estar, dio por tercera o cuarta vez, ya había perdido la cuenta, al Play del mando para que mi abuelo siguiera contándonos su historia.
    —Sé que no he sido el mejor padre del mundo, pero os he visto crecer y os quiero con todo mi corazón. Me iré tranquilo a la tumba sabiendo que al menos os puedo dar una mejor vida a partir de ahora. Isabel, quiero que te quedes con la casa de la playa, sé que adoras el mar y los recuerdos que más atesoro son veraneando allí juntos, enseñándote a nadar y construyendo castillos de arena hasta que el mar se los tragaba. A ti, Lydia, te dejo la casa en la que creciste, sé que lloraste mucho cuando tu madre decidió venderla, por eso la he vuelto a comprar, es tuya. Además, a ambas os he dejado una cuenta bancaria con la misma cantidad de dinero.
    —Más tarde os aclararé los bienes que os ha dejado en herencia y hablaremos del papeleo, ahora prestad especial atención a esta parte —dijo el abogado dando volumen a la televisión.
    —Hijas, fueron muchas veces las que me llené de valor para contaros la verdad, pero en el último momento siempre me acobardaba. Cuando erais pequeñas me excusaba pensando que si os presentaba os odiaríais por creer que pasaba menos tiempo con una para estar con la otra. En vuestra adolescencia la excusa fue que estabais en una fase de crecimiento y rebeldía con el mundo y temí que si os contaba la verdad no lo entenderíais, o peor, que me odiaríais por mentiros durante tanto tiempo. Ya después fueron pasando los años y cada una siguió su camino y no me sentía con el derecho de trastornar vuestras vidas. Lo hago ahora porque no me puedo llevar esto a la tumba y porque, demasiado tarde, pero me he dado cuenta de algo y quiero haceros una petición a ambas: por favor, daos la oportunidad de conoceros. Ninguna ha tenido una vida precisamente fácil y creo sinceramente que os necesitáis más de lo que os podéis llegar a imaginar.
    Por primera vez mi madre y su hermana se miraron, no dijeron nada, pero tampoco vi desprecio en sus miradas. En cierto modo, creía saber a qué se refería mi abuelo y estaba de acuerdo con él. Ojalá no hubiera esperado tanto.
    —Ahora Martín se va a referir a vosotros dos —Francisco nos señaló al hombre que me había dejado sin reparación y a mí. Antes siquiera de poder analizar sus palabras y ponerme nerviosa, cogió el mando y mi abuelo nos habló.
    —No quiero terminar esta grabación sin dirigirme a mis nietos. Carlos tengo que confesarte que cuando tu madre me comentó la idea de la adopción no creí que fuera buena idea. Como bien sabes tus padres llevaban mucho tiempo buscando un hijo sin tener suerte y pensé que embarcarse en un trámite tan complicado y largo no le vendría bien a mi hija por su estado anímico, pero hoy por hoy, creo que adoptarte fue lo único bueno que hicieron durante el tiempo que duró su matrimonio —involuntariamente me giré hacia él un segundo cuando mi abuelo mencionó la adopción. Me maldije interiormente por no controlarme, pero él ni se inmutó—. Estoy muy orgulloso de ti y de todo lo que has conseguido con apenas treinta años. Eres un hombre de los pies a la cabeza. Te quise desde el primer día que llegaste a nuestras vidas y te querré allá donde esté —por primera Carlos reaccionó, las palabras de mi abuelo debieron afectarle, pues se revolvió en la silla y bajo la mirada al suelo, me produjo cierta ternura verle así—. Mi pequeña Natalia— el corazón me dio un vuelco al escuchar mi nombre—. Aunque ya seas toda una mujer para mí siempre serás la niña que me robó el corazón la primera vez que vi tus preciosos ojos verdes. Eres luz cariño, no podría sentirme más orgulloso de ti. Te quiero —intenté respirar hondamente para relajarme, las lágrimas amontonadas en mis ojos estaban a punto de traicionarme, pero, aunque me ahogara allí mismo por la presión de mi pecho, no lloraría delante de todos.
    —Sé que es difícil y que estaréis agotados, pero ya solo falta que os hable de un asunto que os concierne a los cuatro.
    —Por Dios… —suspiró Isabel, se veía realmente agotada. Todos necesitábamos salir de aquellas cuatro paredes, tomar aire fresco y al menos yo, poder estar en soledad con mis pensamientos.
    —En los papeles que Fernando os entregará lo veréis, pero me gustaría decíroslo yo mismo. Como bien sabéis hace quince años, junto con dos amigos, construimos Indamar S.A, una empresa constructora y promotora inmobiliaria. En el dos mil ocho mis socios y amigos se acobardaron por la crisis, como no pude convencerles para que no vendieran, decidí comprarles sus acciones. He decidido dejar un quince por ciento de las acciones a Isabel y Lydia. El restante setenta por ciento será dividido en partes iguales para Carlos y Natalia y además quiero que vosotros dos dirijáis la empresa como codirectores ejecutivos. Estoy convencido de que haréis un excelente trabajo —la seguridad de su voz y el orgullo en sus ojos me hizo sentir realmente bien—. No me queda nada más que decir. Os quiero mucho a los cuatro y de nuevo lo siento, ojalá hubiese sabido hacerlo mejor. Espero que algún día me podáis perdonar, pero sobre todo espero que en un futuro no muy lejano dejéis de ser cuatro desconocidos para convertiros en una familia —se levantó del sillón, se acercó a la cámara y todo se volvió negro. Había acabado.
    —Necesito hablar contigo —Carlos fue el primero en interrumpir el silencio tras el fin de la grabación. Se levantó y se acercó a Francisco, a pesar de su tono fue calmado, algo en su rostro me decía que estaba muy enfadado.
    —No te preocupes, ahora os explico a los dos…
    —No, a solas —esta vez la rabia en su voz fue más evidente.
    —Isabel, Lydia, por favor, lo vuestro es más largo, permitidme unos minutos a solas con vuestros hijos —mi madre me miró dudosa, pero asentí para que se marchara tranquila.
    —¡Esto tiene que ser una broma! —Carlos elevó el tono en cuanto la puerta se cerró consiguiendo sobresaltarme, al menos conseguí evitar gritar—. ¡Yo soy el director ejecutivo de Indamar!
    —Y lo sigues siendo, relájate, por favor —Francisco parecía agobiado ante la intensidad del enfado de Carlos.
    —No voy a relajarme. Me he ganado a pulso mi puesto y no pienso compartirlo con una cría de… —me miró sin ocultar su desprecio—. ¿Dieciocho años? No voy a dejar que hunda la empresa —nunca había tenido demasiada paciencia y ese día no iba a ser distinto.
    —Para tu información terminé Derecho más ADE, hice un master de dirección financiera y llevo trabajando desde entonces —intervine en la conversación realmente indignada, nunca había soportado que me juzgaran sin conocerme.
    —Ah bueno, siendo así ya está todo solucionado —su tono irónico me estaba enfermando. Dio un paso hacia mí, pero no retrocedí ni un centímetro, si pensaba que iba a permitir que me intimidara estaba muy equivocado.
    —No voy a consentir que me juzgues como profesional —mi indignación se estaba transformando en rabia a pasos agigantados.
    —Mira niña, llevo ocho años trabajando en esa empresa de sol a sol. Una recién llegada no se va a aprovechar de todo mi esfuerzo —no entendía cómo se atrevía a juzgarme de ese modo por la edad cuando tan solo tenía cinco años más que yo.
    —Pues ve a su tumba y discútelo con él —se quedó callado, pero siguió fulminándome con la mirada.
    —Chicos por favor, un poco de calma —intervino el abogado posicionándose entre nosotros para romper el campo visual—. Esa es la última voluntad de vuestro abuelo y así será a no ser que decidáis renunciar a vuestra herencia. No tenéis que darme una respuesta ahora, podéis tomaros vuestro tiempo para pensar.
    —¡No voy a renunciar a mi vida! —volvió a alzar el tono de voz. Si seguía así finalmente conseguiría que nuestras madres se percataran de lo que estaba sucediendo y no podía garantizar que la mía no irrumpiera en el despacho.
    —Tú lo has dicho, es lo que mi abuelo quería ¿Dónde tengo que firmar? —Francisco fue hasta su escritorio y de uno de los cajones sacó una carpeta blanca en la que se podía leer con claridad: INDAMAR.
    —No sé de qué luz habla el abuelo —me giré y volví a toparme con sus ojos grises más intensos debido al enfado.
    —Yo tampoco veo a ningún hombre —fui hasta el escritorio, cogí un bolígrafo azul del lapicero y bajo la atenta mirada del hombre que hacía una hora me había cortado la respiración, estampé mi firma donde Francisco me señaló.
    Carlos también se acercó para firmar. Le ofrecí con una sonrisa el bolígrafo que había usado, lejos de rechazarlo, lo apretó rozando mis dedos.
    —Sonríe mientras puedas —tiró del bolígrafo, firmó y sin decir nada más abandonó la habitación.
    Antes de salir le pedí al abogado que me enviara toda la información posible de la empresa, tanto los estatutos como los últimos contratos realizados a mi correo electrónico. Me pasaría todo el fin de semana poniéndome al día de cómo funcionaba mi nuevo trabajo. No solo porque quería demostrarle a ese engreído que no era ninguna incompetente, sino por mí misma y por mi abuelo, no le defraudaría, estaba convencida de que podía hacerlo y lo haría.
    Conforme el enfado por la discusión fue remitiendo, la emoción comenzó a invadirme, siempre había deseado una oportunidad como aquella. Hasta ese momento había trabajado en pequeñas empresas que no me habían supuesto un reto. Mi último trabajo era tan monótono e insatisfactorio que, aprovechando que tenía una buena cantidad de ahorros, decidí dejarlo y buscar algo más de mi estilo, más arriesgado, estaba convencida de que podía aspirar a más en la vida.
    Por suerte, mientras mi madre se encontraba dentro del despacho con su hermana arreglando sus asuntos, mi recién estrenado primo desapareció, no tuve que esperar con él a que acabaran y lo agradecí enormemente.
    No escuchaba nada, ningún grito ni reproches, parecía que su conversación estaba siendo más calmada que la nuestra. Me alegraba por ello. Sabía a qué se refería mi abuelo con que ambas se necesitaban, al menos lo comprendía por la parte de mi madre, y realmente esperaba que fuera así, intentaría poner de mi parte en todo lo que pudiera.
    Nunca era tarde para comenzar a vivir y cumplir sueños. Por desgracia mi madre dejó ambas cosas muchos años atrás. Sabía que no comenzaría a hacer locuras de un día para otro, lo que si esperaba era que dejara su trabajo como camarera. Personalmente, no soportaba a su jefe, me parecía un viejo verde depravado y explotador. Me daba igual si se enfadaba conmigo, no pararía de molestarla hasta que lo hiciera y si no lograba convencerla por las buenas, sería capaz de denunciar al restaurante, estaba convencida de que cualquier inspector de sanidad cerraría aquel tugurio.
    En mi caso la calma nunca era duradera. Las puertas del ascensor se abrieron y Carlos apareció con un café en una mano y una botella de agua en la otra. Por su reacción, se alegraba de verme lo mismo que yo a él. Odié que no mantuviera la distancia, se acercó hasta la puerta del despacho y se apoyó en la pared quedándonos frente a frente.
    No entendía por qué tardaban tanto, no creía que ninguna discrepara en su parte de la herencia, mi abuelo había sido muy generoso con los cuatro. Aunque era evidente que Carlos no pensaba así, al contrario, debía pensar que se trataba de un castigo. Lo observé de reojo, miraba por la ventana que estaba a nuestra derecha, por la distancia no creía que lograra ver el exterior.
    Quería apartar la mirada antes de que se percatara, pero no podía. No porque fuera guapo, que lo era, sino por su atractivo. Tenía unos rasgos muy masculinos, y aunque aún no lo había visto, estaba convencida de que se le marcaban los hoyuelos de las mejillas al sonreír.
    Su teléfono comenzó a sonar, pero al tener las dos manos ocupadas no podía sacarlo del bolsillo izquierdo del pantalón para poder contestar, sin saber por qué y sin que él me lo pidiera, le quité la botella de agua sin abrir de la mano para que pudiera contestar.
    Se tensó al ver el nombre de quien le llamaba en la pantalla. Se alejó un poco y terminó por contestar. Hasta su voz me parecía sexy, en la discusión del despacho no me había dado cuenta, pero en ese bendito pasillo estaba siendo consciente de demasiadas cosas y no me gustaba.
    —Gracias —después de colgar se acercó nuevamente a mí.
    —De nada —le ofrecí su botella y la cogió, por suerte no rozó mis dedos.
    —Tardan mucho —me sorprendió que volviera a hablarme y sin gritar.
    —No todos los días descubres que tienes una hermana —intenté no sonar borde, no era esa mi intención, pero no estaba muy convencida de haberlo logrado.
    —Supongo que no —suspiró y volvió a mirar por la ventana. Agradecí enormemente que dejara de mirarme a los ojos.
    —¿Cuál es el horario de trabajo? —tampoco era mi intención provocarlo, pero por su expresión, no se me estaba dando nada mal.
    —No sé si podrás cumplirlo, a las ocho de la tarde los Lunnis y los niños se van a la cama —me miró, sonrió y pude ver cómo se le marcaron dos perfectos hoyuelos en las mejillas.
    —Solo tienes cinco años más que yo —intenté mantener la calma, pero realmente me estresaba que se creyera tan superior.
    —La edad no es lo que importa —abrió la botella de agua y bebió.
    —No es lo que has dejado ver ahí dentro —me crucé de brazos y lo miré con el ceño fruncido. Cada vez tenía más claro que trabajar con él iba a ser complicado.
    —Cuando eres el jefe no tienes horario —me miró como si tuviera delante a una niña aislada en una burbuja de cristal que no era consciente de lo que pasaba a su alrededor y de lo que complicado que era salir día a día a ganarse la vida. No tenía duda alguna de que se ese tipo estaba completamente convencido de que yo era una completa inútil.
    —Intentaré llegar temprano, justo después de tomarme mi Cola-Cao con cereales. Por favor, ten mi despacho preparado para cuando llegue —me produjo satisfacción ver cómo se tensó. Si su objetivo era desestabilizarme, no se lo permitiría.
    Abrió la boca para responderme, pero la puerta se abrió y tanto su madre como la mía salieron a nuestro encuentro. Observé detenidamente a mi madre, quería cerciorarme de que estaba bien, si algo malo había ocurrido dentro del despacho, no me lo diría, pero para mi sorpresa la encontré bien, no había rasgos de tristeza ni de enfado.
    Durante unos segundos nos quedamos los cuatro allí parados mirándonos las caras en silencio, sin saber muy bien como despedirnos. Era un poco absurdo decirnos adiós allí teniendo en cuenta que todos bajaríamos por el mismo ascensor ya que el otro estaba roto.
    Bajamos en silencio y un poco apretados, no entendía como un edificio de siete plantas solo tenía dos ascensores y pequeños. Según el cartel cabían hasta seis personas, serían seis niños porque de otro modo era imposible.
    Cuando salimos del edificio nos paramos un momento y volvimos a mirarnos las caras sin saber que decir. Fue Isabel la que terminó con el silencio incómodo con un simple adiós. Los demás la imitamos y ellos se marcharon por la dirección opuesta a la nuestra, me alegré profundamente, lo único que me faltaba era haber aparcado al lado.
    Creía que en cuanto entráramos en el coche tendríamos muchas cosas que decir sobre toda la locura que acababa de pasar, pero no fue así. Conduje en silencio hasta nuestra casa y como antes, de vez en cuando miraba por el rabillo del ojo a mi madre para ver cómo estaba.
    Para mí todo lo que había pasado era complicado, pero sin duda a quien más afectaba el secreto de mi abuelo era a ella y no quería presionarla para que hablara. Entendía que necesitaba su tiempo y no importaba cuanto fuera, ahí estaría yo cuando necesitara desahogarse.
    Metí el coche dentro del garaje y mientras cerraba el portón mi madre desapareció. Supuse que se habría marchado a su cuarto. No tenía ni idea de cómo comportarme, por un lado, deseaba ser su hombro en el que llorar, pero por otro, no me sentía con el derecho de decirle cómo vivir sus emociones. A veces pensaba que debería haber barajado como mejor opción estudiar psicología, pero profundizar en mi mente me daba demasiado miedo.
    Me cambié los vaqueros por algo más cómodo. Me senté en el sofá del salón con el ordenador portátil en las piernas y revisé un par de veces mi correo electrónico sin éxito. Francisco aún no me había enviado nada, por lo que decidí meterme en Internet y buscar noticias sobre la empresa de mi abuelo. Sabía que era una de las empresas más importantes de Almería y también era conocedora, porque mi abuelo me lo contó en una de sus escasas visitas, que desde hacía cinco o seis años le había salido una fuerte competidora por la cual había perdido más de un contrato jugoso.
    —¿Qué haces? —mi madre se quedó en la puerta del salón observándome.
    —Nada importante ¿Y tú? —ella también se había cambiado la ropa por el pijama y su espantosa bata color butano con los botones de distintos colores.
    —Iba a preparar algo de cenar ¿Tienes hambre?
    —La verdad es que no —cerré el portátil y lo dejé encima de la mesa auxiliar.
    —Yo tampoco —se acercó y se sentó en el respaldo del sofá.
    —¿Cómo estás? —me atreví a preguntar después de unos segundos.
    —No estoy segura. Me parece todo tan surrealista que me cuesta creerlo. ¿Cómo te sentirías si de repente tras mi muerte te dejo un video diciéndote que tienes una hermana mayor a la que nunca he sido capaz de presentarte y encima mientras te estás enterando de la bomba, ella está a tu lado?
    —Tienes todo el derecho del mundo a estar enfadada.
    —Lo sé y eso es lo raro, no estoy enfadada y tampoco quiero estarlo. Él ya no está y sé que siempre quiso lo mejor para mí y que me amó con todo su corazón —un escalofrío me recorrió la espalda, no quería hablar de mi abuelo, era muy difícil para mí, prefería centrarme en cualquier otra cosa para no recordar que ya no estaba.
    —¿A qué crees que se refería el abuelo con que probablemente os necesitáis más de lo que pensáis? —pregunté con cautela.
    —A que estoy más sola que la una y una hermana podría hacerme la soledad más amena.
    —Eres demasiado extremista.
    — ¿Tu qué piensas? —me miró expectante.
    —Por todo lo que escuché creo que Isabel es una mujer que tampoco lo ha tenido fácil. Pienso que el abuelo os veía como dos guerreras que pelearan mejor juntas.
    —Es lo mismo que yo he dicho, pero con palabras más bonitas —puse los ojos en blanco y dejé escapar un intenso suspiro.
    —Lo importante no es lo que el abuelo creía o quisiera, sino lo que tú quieres hacer ¿Te apetece conocer a tu hermana?
    —Mi hermana —sonrió de medio lado—. ¿Sabes? No suena mal, pero aún tengo que acostumbrarme.
    —Pero eso es normal mamá. Tú siempre me has dicho que el tiempo lo pone todo en su lugar.
    —Si te soy sincera, nunca me lo he creído, solo te lo decía para darte ánimo, pero parece que es cierto ¿Verdad codirectora ejecutiva? —me dio unos golpecitos con el codo en las costillas.
    —No estoy muy segura de que eso sea poner las cosas en su sitio —bajé la mirada.
    —Claro que sí, esta es la oportunidad que estabas buscando.
    —Lo sé —sonreí un poco para disimular. Era la oportunidad que estaba esperando, pero conforme pasaban las horas comenzaba a dudar si verdaderamente estaba preparada para algo tan grande y más teniendo en cuenta que no iba tener apoyo alguno de quien sí llevaba años ocupando el puesto.
    A pesar de que ninguna teníamos hambre, mi madre decidió preparar algo ligero para que no nos fuéramos con el estómago vacío a la cama. Por mi parte seguí dándole vueltas a la cabeza hasta que decidí plantarme. Tenía recursos más que suficientes para hacerlo bien y lo haría, no podía permitir que las impertinencias de un tipo que no me conocía, me desestabilizaran.

    Tras la sexta vuelta en la cama decidí levantarme. Antes de salir de mi habitación, saqué la bata del armario, ya comenzaba a hacer frio por las noches. Fui a la cocina y cogí un botellín de cerveza, no estaba segura de que fuera buena idea teniendo en cuenta que lo único que había ingerido en todo el día había sido la ensalada de la noche, pero me dio igual.
    Volví a subir las escaleras y salí al único balcón que tenía mi casa, no era muy amplio, pero cabían un par de sillas y una mesa cuadrada de madera. En verano comíamos muy a menudo allí. El día que me mudara extrañaría mucho esos momentos.
    Me apoyé en la barandilla de acero inoxidable y observé la calle solitaria. A esas horas no se escuchaban ni coches pasar, estaba sola con mis pensamientos y no eran precisamente la mejor compañía.
    Sin saber por qué me vino a la cabeza la ocasión en la que mi abuelo vino por sorpresa a mi cumpleaños. Probablemente lo hizo porque era el primer cumpleaños que celebraba después de que mi padre desapareciese por voluntad propia. Gracias a su presencia y su constante atención me lo pasé increíblemente bien. Me resultaba curioso con la nitidez que recordaba aquel día a pesar de tener tan solo doce años.
    En realidad, recordaba a la perfección cualquier momento en el que mi abuelo había estado a mi lado. Con él conduje por primera vez, me prestó su coche y me llevó a un polígono industrial donde me dio mi primera clase de conducir. También fue él quien pagó mi viaje de fin de curso cuando acabé el instituto, no solo eso, vino a la puesta de bandas, me emocionó muchísimo verlo junto a mi madre con una enorme sonrisa de orgullo. Después del acto nos invitó a cenar a un italiano. Fue una noche muy especial.
    Pasaron cuatro meses hasta que lo volví a ver, pero no me importó. No me molestaba que desapareciese por periodos indefinidos porque sabía que era su forma de vivir la vida, de un lado para otro y yo no podía cambiarlo, pero lo más importante era que sabía que con solo llamarlo, él estaría allí para lo que necesitase, por más lejos que estuviera, por más insignificante que fuera mi problema, allí estaría.
    Una lágrima resbaló por mi mejilla, la limpié, pero enseguida otra la sustituyó y con ella todas las lágrimas que había reprimido brotaron sin control alguno. Dejé escapar todo el dolor que me había estado oprimiendo el pecho a lo largo del día.

    Al abrir los ojos y mirar el despertador casi se me salen los ojos de las orbitas. Eran casi las diez y media de la mañana. Comencé a moverme por la habitación como una loca hasta que recordé que era sábado y no llegaba tarde a ninguna parte. Igualmente me pareció raro despertarme tan tarde, por lo general, cuando no me despertaba el despertador, solía abrir los ojos sobre las nueve de la mañana. Adoraba dormir, pero nunca solía hacerlo más de siete horas seguidas.
    Bajé a desayunar y me encontré una nota en la nevera de mi madre, se había marchado a trabajar. Maldije para mis adentros. Tuve una pequeña esperanza de no tener que sentarme con ella y convencerla de que su trabajo era un asco y ya no lo necesitaba, esperaba que llegase ella sola a esa simple conclusión, pero tendría que darle un empujón.
    Me serví una taza de café y metí unas rodajas de pan en la tostadora. Fui a por mi ordenador, lo encendí y lo dejé encima de la isla de la cocina. Terminé de prepararme mi tostada de tomate rayado y jamón mientras esperaba a que el ordenador arrancase. Tenía ya sus años y encender le llevaba más tiempo del normal, pero no me importaba, era el ordenador con el que había hecho todos mis trabajos de la carrera y no pensaba deshacerme de él.
    Casi escupo el café cuando al revisar mi correo electrónico comprobé que Francisco ya me había enviado toda la información que le solicité junto a un mensaje de buena suerte.
    Terminé de desayunar, fregué lo que había ensuciado, ordené mi habitación, me cambié el pijama por ropa de diario y cuando se me acabaron las excusas, coloqué mi ordenador sobre mi escritorio y me senté. Suspiré hondamente y abrí el mensaje. En total me había adjuntado tres documentos tan largos que solo con el primero se me echó el medio día encima.
    Escuché la puerta principal abrirse y salí del embrujo. Me resultó extraño, normalmente mi madre no llegaba hasta las seis de la tarde. Bajé las escaleras y me sorprendió no verla vestida con el uniforme de trabajo.
    —¿Estás haciendo algo importante? —me preguntó en cuanto se percató de mi presencia.
    —Sí, ¿Por qué?
    —He dejado mi trabajo —sonreía, pero no parecía realmente contenta.
    —No puedo decir que no me alegre —me dieron ganas de saltar en una pata, pero no lo hice porque no la terminaba de ver bien.
    —Cuando lo he hecho me he sentido muy bien, pero de vuelta a casa he empezado a pensar y no estoy muy segura de sí he hecho lo correcto —se fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua que se bebió de un solo trago. Estaba agobiada.
    —Mamá tranquila, es la mejor decisión que podías tomar. No necesitas ese trabajo y mucho menos ese jefe —me aguanté y no añadí ningún descalificativo.
    —Sí, pero ¿Ahora qué voy a hacer? —estaba teniendo una crisis existencial.
    —Lo que te apetezca. Eres libre para hacer lo que quieras ¿No te das cuenta?
    —No sé…
    —Por ejemplo, dime ¿Cuánto tiempo llevas intentando terminar de leerte el libro que tienes sobre tu mesita de noche?
    —Casi un año —su mirada se volvió triste. Esa no era mi intención, todo lo contrario.
    —Pues ahora podrás hacerlo. Podrás leerte todos los libros que quieras como el ratón de biblioteca que eres —por fin conseguí que se riera.
    —Me encantaría poder leer un buen libro con tranquilidad.
    —¡Pues hazlo! ¿Qué o quién te lo impide? —grité entusiasmada.
    No dijo nada más y se marchó a su habitación a leer. Miré el reloj y me fui a mi cuarto para continuar con mi labor de ponerme al día. No se me estaba dando del todo mal y cada vez estaba más interesada en lo que leía. No podía negar que habían hecho construcciones en zonas de ensueño que los había llevado a cerrar contratos muy jugosos. Por las fechas imaginé que detrás de alguno de esos negocios estaba Carlos. No había duda de que era un tipo inteligente.
    Sobre las nueve de la noche terminé de leer el último documento. Al acabar cerré el portátil y sin poder evitarlo, en mi rostro se dibujó una enorme sonrisa. Mi miedo había desaparecido. Lo que sentía en ese momento eran unas terribles ganas de comenzar a trabajar, comerme el mundo y a todo aquel que se interpusiese en mi camino.
    .
    .
    .
    ¡Hola!
    Esto no es un relato corto, es el primer capítulo de mi libro titulado «El proyecto de Natalia»
    Espero que os haga un poco más amena lo que aún nos queda de cuarentena.

    #YoMeQuedoEnCasa

    Responder
    AS
    Invitado
    AS on #438858

    Hola! La historia y los personajes enganchan. Vas a seguir subiendo capítulos? Estaría genial! Felicidades!!

    Responder
    Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #439071

    ¡Hola!
    Gracias por tu comentario.
    Sí voy a seguir subiendo, de hecho subí hace poco el capítulo 2. Intenté subirlo antes, pero la página me daba error.
    ¡Gracias por leer y espero que te siga gustando!

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Respuesta a: El proyecto de Natalia. Capítulo 1: Toda la verdad y nada más que la verdad.
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