El proyecto de Natalia: Capítulo 2: Abrigo al aceite.

Inicio Foros Querido Diario Relatos El proyecto de Natalia: Capítulo 2: Abrigo al aceite.

  • Autor
    Entradas
  • Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #438595

    LINKS:
    Capítulo 1: https://weloversize.com/topic/el-proyecto-de-natalia-capitulo-1-toda-la-verdad-y-nada-mas-que-la-verdad/

    Capítulo 2: Abrigo al aceite.

    No recordaba la última vez que había estado tan emocionada por ir a trabajar. Ni siquiera tuve ese hormigueo en el estómago con mi primer trabajo. A lo largo de la noche me desvelé un par de veces, no pude descansar bien, pero a pesar de eso, estaba tan nerviosa que apenas notaba la falta de sueño. Por si acaso, cargué más el café de lo habitual y también porque me encantaba el aroma. El café era sin duda mi bebida favorita, por encima del batido de chocolate.
    No importó que Carlos no quisiera decirme cuál era el horario de trabajo, en los papeles que me envió el abogado aparecían todas las jornadas laborales según el puesto desempeñado. Los estudié todos porque era mi deber conocer todos los datos de los que, de la noche a la mañana, se habían convertido en mis empleados, toda una locura. A veces pensaba en pellizcarme para ver si se trataba de un sueño. No era de esas personas que creía en los cambios de vida de la noche a la mañana, al menos no a mí.
    Me centré sobre todo en la jornada laboral de los arquitectos. Ellos cumplían un horario diferente, de lunes a viernes entraban a las diez de la mañana y terminaban a las siete de la tarde, contando con una hora para almorzar. Supuse que para Carlos sería similar y, por ende, para mí también.

    Tras darme una ducha rápida para despejarme, tardé aproximadamente una hora en decidir que ponerme, me cambié cinco veces de ropa hasta que me cansé y opté por el tipo de atuendo que más me favorecía y con el que más cómoda me sentía, un traje de americana y pantalón. Tenía ocho diferentes, pero nada más abrir el armario tuve claro que luciría el azul marino con camiseta de tirantas blanca. Me veía muy bien, pero sabía que iba a pasar frio.
    Pensé que llegaría con tiempo. A pesar de que nunca había estado en la empresa de mi abuelo conocía más o menos el camino. Para más seguridad preferí usar el GPS del coche, muy mala idea por mi parte, acabé perdiéndome y llegando diez minutos tarde.
    La mañana siguió torciéndose cuando al llegar y seguir las flechas hasta los aparcamientos subterráneos exclusivos para los trabajadores, el guarda desde su garita no me permitió el paso a pesar de explicarle tres veces que era nueva y por ello no tenía acreditación. Habría aceptado la primera negativa si no hubiese sido tan borde, tuve ganas de responderle cómo se merecía y decirle que en cuanto tuviera mi maldita acreditación estaría de patitas en la calle, pero me controlé. No era esa la imagen que quería transmitir.
    La rabia era más bien por el hecho de presentarme allí pasadas las diez y media de la mañana. Lo último que deseaba ver, era la sonrisa de prepotencia de Carlos o aguantar alguno de sus absurdos chistes sobre mi edad. Me molestaba que tuviera el atrevimiento de juzgarme sin el más mínimo reparo.
    Dejé escapar un suspiro de resignación, di la vuelta y aparqué en uno de los sitios reservados para las visitas. Salí del coche y me paré delante de las puertas de mi empresa, se me hacía rarísimo llamarla así, no me sentía dueña de nada y sabía que tardaría mucho tiempo en acostumbrarme.
    En una ocasión, uno de mis jefes me dijo que, si quería que me fuera mejor en el trabajo y en la vida en general, debía dejar de ser tan buena y tener más cara para que nadie me pisara. Cuando me lo dijo pensé que exageraba, pero el tiempo y las decepciones acabaron por comprobarme que llevaba razón.
    —Buenos días ¿En qué puedo ayudarla? —en cuanto las puertas de cristal correderas se abrieron, una mujer muy sonriente me abordó desde su puesto de atención al cliente que se encontraba a mi derecha.
    —Hola ¿El despacho del director ejecutivo? —era la encargada de recibir a los clientes e indicarles una planta u otra según el motivo de su visita. Su función la podía desempeñar perfectamente un cartel, pero era un punto favorable de cara a la cercanía con los clientes. Además, se veía muy joven, estaba convencida de que no perdería si apostaba a que ese era su primer trabajo.
    Me agradaba que Indamar apostara por gente joven, que les dieran la oportunidad de iniciarse en el mercado laboral. Dudaba que hubiese sido contratada por mi indeseable primo, o quizás no tenía problemas con la edad de los demás salvo con mía.
    También me parecía estupendo que la tercera planta estuviera ocupada por una guardería para hacerle la vida más fácil a los trabajadores con hijos. No necesitaban pedir permiso para ir a visitar a sus retoños cuando lo creyeran necesario.
    —En la quinta planta, que tenga un buen día — sabía perfectamente donde iba sin necesidad de indicaciones porque me molesté en memorizar que trabajo se realizaba en cada planta, pero fue tan simpática que no dije nada. Me di la vuelta y fui hacia los ascensores que estaban a la izquierda de la entrada.
    —Gracias —antes de subir me fijé un poco más en la recepción. La pintura blanca hacía que pareciese más amplia y la pared donde estaba la puerta estaba cubierta por dos ventanales que la cubrían casi por completo proporcionando una gran fuente de luminosidad. Justo en el centro de la recepción había colocada una preciosa maqueta de una urbanización.
    Las puertas se abrieron en la quinta planta donde las paredes seguían siendo blancas, pero el mármol en un tono marrón claro de la recepción paso a ser suelo laminado de roble gris.
    Justo a mi izquierda había dos escritorios de madera oscura separados por un panel azul claro no demasiado alto, si las personas que se encontraban trabajando allí se giraban podían mirarse perfectamente a los ojos. Era un modo de proporcionarles cierta intimidad.
    Me pareció otro acierto. En mi primer trabajo me colocaron en un pasillo junto con otras seis personas más, los escritorios eran colindantes y pequeños, prácticamente todos los días me encontraba papeles de mi compañera sobre mi mesa. Lo peor no era eso, sino que mi escritorio estaba al lado del baño. Tuve yo misma que colocar un papel en la puerta suplicando que tras salir de realizar sus necesidades cerraran la puerta porque era imposible soportar el olor que dejaban algunos. Ninguna de las veces que me dieron arcadas fue una exageración por mi parte como creían mis compañeros a los que le hacía mucha gracia mi cara descompuesta. El horrible olor solo lo sufríamos mi compañera y yo que éramos las que más cerca estábamos.
    Me percaté de que en frente de los puestos de trabajo había una pequeña zona de espera con cuatro sillas, una mesa auxiliar, un revistero y un dispensador de agua del cual podías servirte agua natural y fría, usando los vasos que había colocados encima de la mesita que también tenía una bombonera llena de bombones de diferentes sabores, muy típicos de la navidad. Justo encima de las sillas había colgada una gran foto enmarcada de mi abuelo sonriente de cuando aún conservaba el pelo. No pude evitar sonreír al verlo. Me habría encantado comenzar mi nueva andadura con él a mi lado.
    Uno de los secretarios se percató de mi presencia, se levantó de la silla de su escritorio cubierto por montañas de papeles y un ordenador.
    —¿Puedo ayudarla? —preguntó a la vez que se quitaba las gafas de pasta negra y las dejaba sobre su mesa.
    —En realidad sí ¿Cuál de esos despachos es el de Carlos? —intenté no sonar demasiado seria.
    —¿Tiene cita? —me hizo un gesto con ambas manos para que me sentara en una de las sillas negras que había delante de su mesa, pero no lo hice. Lo único que quería era dejar de perder tiempo.
    —No es… —iba a decir que no era necesario, pero me interrumpió antes de que pudiera acabar la frase, lo cual no me dio buena espina. Algo en mi interior me dijo que iba a vivir una situación parecida a la de los aparcamientos y no sabía si sería capaz de tener la misma paciencia.
    —Lo siento, el señor Vega no atiende sin cita previa —solté el aire contenido e hice un enorme esfuerzo por mantener la calma, aunque no me lo estaban poniendo nada fácil. La única que no me había puesto ningún problema desde que llegué fue la chica de recepción.
    —Por favor, dime cuál es su despacho —dije señalando al fondo de la planta donde había cinco puertas colindantes. No era tan difícil de entender.
    —Le repito que… —por fin la bombillita de la cabeza se me encendió. No entendí como había tardado tanto.
    —¿No os ha dicho nada verdad? Ese… señor —volví a respirar hondo—. No ha informado de los cambios, ni a ti ni a nadie —afirmé apretando los puños. No sabía ni por qué me sorprendía. Inocentemente tuve una pequeña esperanza de que el fin de semana lo habría ayudado a calmarse y aceptar la última voluntad de mi abuelo por más complicado que se le hiciera.
    —Lo siento señorita, no la entiendo —ver al hombre agobiado me hizo frenar un poco. Él no era el responsable.
    —¿Cómo te llamas?
    —Iñigo —me miraba como si tuviera delante a una loca. Al menos aún no me había amenazado con llamar a seguridad para que me sacaran a la fuerza.
    —Iñigo, llama a tu jefe y dile que venga —no quise sonar tan ruda, pero me fue imposible.
    —Señorita…
    —¡Joder! —descolgué el teléfono fijo que había sobre su escritorio y se lo ofrecí con brusquedad —¡Llama y dile a ese imbécil que salga aquí a dar la cara! —mi tono de voz iba en aumento conforme mi paciencia desaparecía.
    —Llama —interfirió por primera vez la chica que ocupaba el otro escritorio. No me miraba mal, simplemente trataba de evitar un escándalo.
    —Gracias —dije con total sinceridad.
    Escuché una puerta abrirse y me giré para verlo salir del quinto despacho con la cabeza bien alta.
    —Veo que te has atrevido a venir —su clara sonrisa de satisfacción fue el último empujón que necesité para dejar que todo lo que estaba pasando por mi mente fluyera sin control.
    —Pensé de verdad que lo del otro día fue un arrebato del momento, que solo necesitabas tiempo para tranquilizarte y asumir la nueva situación, pero acabo de comprobar que eres exactamente el mismo tipo arrogante, indeseable, creído e inmaduro de la primera vez —con cada descalificativo fui acercándome y elevando la voz, necesitaba desahogarme.
    —¡No te atrevas a insultarme en mi empresa! —conseguí borrarle la sonrisa de la cara, lo que provocó la mía.
    —¡Esta también es mi empresa y será mejor para todos que lo vayas asumiendo! —le apunté con el dedo índice a la vez que hablaba.
    —No me digas lo que…
    —¿Quién de los dos es el secretario de este tipo? —no le dejé acabar y me giré dándole la espalda para dirigirme a las dos personas que presenciaban atónitas el bochornoso espectáculo.
    —Yo —un susurró casi inaudible salió de los labios de Iñigo. Ambos nos miraban sin entender nada.
    —Me presento. Me llamo Natalia Rojas Cazorla, nieta del hombre del cuadro —dije señalando con el pulgar la fotografía de mi abuelo sin girarme—. También soy la nueva codirectora ejecutiva de Indamar. Iñigo quiero que en una hora reúnas al director general y los arquitectos en la sala de reuniones para presentarme oficialmente.
    —¡Él es mi secretario! —volvió a intervenir moviéndose para entrar en mi campo visual.
    —Es el secretario de la dirección ejecutiva lo que lo convierte en mi secretario también, así revientes de la rabia —con lo que parecía importarle la edad nunca imaginé que pudiera ser tan infantil a sus treinta años.
    Durante unos segundos nos mantuvimos la mirada. La intensidad de la discusión hizo que su mirada se oscureciera, pero no me provocó ningún tipo de miedo, al contrario, una oleada de satisfacción me recorrió de los pies a la cabeza.
    Fue él quien acabo rompiendo la conexión dando un paso hacia atrás. Sin decir nada, giró sobre sus talones y se marchó.
    —En seguida reuniré a todos, jefa —habló Iñigo con cierta cautela.
    —No hace falta que me llames jefa, ni señora, ni señorita, con Natalia basta —alcé la voz porque quería que él, que aún no había cerrado la puerta de su despacho, me escuchara. Yo no era ninguna pretenciosa que necesitaba que la trataran de usted para sentirse superior a los demás.
    —También necesito un despacho y en esta planta —dije señalando el suelo.
    —No se preocupe —la chica morena habló por segunda vez.
    —¿Cómo te llamas? —pregunté sentándome en una de las dos sillas que había delante de su mesa.
    —Lola, soy la secretaria del director general. Su despacho es el segundo, por si lo necesita para algo.
    —Encantada. No hace falta que ninguno de los dos me hable de usted —les estreché la mano a ambos.
    —Hay un despacho disponible, pero es el que está al lado del señor Vega —dijo casi con miedo, me reí por no llorar.
    —No pasa nada ¿Me lo enseñas? —me levanté y esperé a que ella sacará un manojo de llaves y me guiara. No había mucha distancia, apenas veinte pasos de distancia, quizás un poco más, nunca fui demasiado buena con las medidas.
    Abrió la puerta y me sentí como si finalmente comenzara mi nueva vida.
    El despacho era muy amplio y luminoso gracias a la ventana que había detrás del escritorio. Dos estanterías cubrían la pared derecha. El otro extremo lo ocupaba una mesa redonda con cuatro sillas a su alrededor perfecta para reuniones.
    —Si quieres te puedo conseguir una planta —miré a Lola y me reí. Una planta no le iría nada mal.
    —Gracias, lo que si necesito es una acreditación para moverme tranquilamente y que el guarda me deje aparcar mi coche abajo.
    —Sin problema. También vas a necesitar claves para poder entrar al programa de la empresa y navegar por internet. Me pongo a ello.
    —Gracias —se marchó cerrando la puerta detrás de ella.
    Me quedé completamente sola. Dirigí la mirada hacia las estanterías llenas de libros. Estaba convencida de que muchos de los libros que estaban allí no tenían nada que ver ni con construcciones, viviendas, ni ventas, simplemente cumplían con la función de rellenar espacio para que se viera más bonito y profesional.
    Me senté en el sillón de escritorio y acaricié el cuero negro, era realmente cómodo, él que lo eligió tuvo buen ojo. En sí el despacho era estupendo.
    Estuve a punto de encender el ordenador y abrir un documento de Word para preparar un discurso mientras esperaba a que todos estuvieran reunidos, pero deseché la idea. Nada de lo que dijera evitaría miradas de desconfianza y desconcierto. Tampoco me preocupaba porque en realidad lo entendía. Ganarme el respeto de los trabajadores era cuestión de tiempo y de demostrar que no estaba allí para calentar la silla y vivir del cuento.
    Cuando tan solo faltaban cinco minutos para la hora estipulada, salté del sillón y le pregunté a Iñigo, que era el único que estaba por allí, cuál era la sala de reuniones. Prefería estar ya allí cuando todos llegaran a entrar y que todas las miradas se posaran sobre mí, que igualmente eso iba a pasar, pero en mi extraña cabeza daba menos vergüenza si ya estaba allí.
    La sala de reuniones como bien me imaginé era la habitación con doble puerta. Entré y observé la sala. Era más grande que mi despacho, contaba con tres ventanas grandes que abrí para que el frio otoñal me despejara la mente.
    Lo único que contenía era una larga mesa cuadrada con sillas alrededor. En total conté quince sitios. Era conocedora de que Indamar contaba con tres equipos de arquitectos compuestos por tres personas, siendo uno de ellos el arquitecto jefe de su respectivo equipo. No era una plantilla muy amplia, pero por lo que había leído, eran muy competentes, de los mejores de Andalucía.
    Ninguno de los equipos estaba autorizado a llevar más de dos proyectos a la vez. Esa era la política de trabajo que mi abuelo implantó para evitar la saturación ya que la empresa no se dedicaba a pequeños proyectos. Su principal área era de las residenciales de pisos, apartamentos y chalets de lujo, tanto su construcción como su posterior venta, ese era el trabajo de los agentes inmobiliarios que ocupaban la primera planta.
    Estaba más nerviosa incluso que al despertarme, tanto que me cambié en cinco ocasiones de sitio. Fui a levantarme una sexta vez, pero la puerta se abrió y me quedé quieta conteniendo el aire. Lo dejé escapar cuando vi que se trataba de Iñigo.
    —Los arquitectos ya están subiendo, algunos no vendrán porque están trabajando fuera.
    —Bien. Gracias —en cuanto él salió por la puerta una mujer entró acompañada de dos personas más. Todos eran mayores que yo y contaban con muchos más años de experiencia.
    Esperé a que se sentaran, no me gustó que optaran por las sillas más alejadas de mí. No quise darle muchas vueltas a un detalle tan pequeño, preferí pensar que eran los sitios que normalmente ocupaban a que se tratara de un acto de rechazo.
    Cuando abrí la boca para hablar, el pomo de la puerta giró y Carlos entró. A diferencia del resto, se sentó a mi lado, sabía que lo hacía para demostrar que estábamos a la misma altura, no por transmitirme tranquilidad ni nada que se le pareciera.
    —Hola, me llamo Natalia, soy nieta de Martín Cazorla que como sabéis desgraciadamente falleció. Seré la nueva codirectora ejecutiva de Indamar junto a mi primo Carlos —puse una mano sobre su hombro y él giró la cabeza para mirarme. Pude ver la incredibilidad en su mirada un escaso segundo. No sería yo quien diera a conocer a todo el personal nuestra mala relación—. Me he informado del funcionamiento de la empresa y de cuáles son los últimos proyectos que se han realizado. Estoy impaciente por comenzar a trabajar con ustedes —nadie dijo nada, ni tan siquiera parecían sorprendidos.
    —No sabía que Martín tuviera una nieta —habló Ernesto, el director general. Un nombre de cincuenta años con el pelo blanco y un bigote muy fino que no le favorecía en absoluto. Todos los hombres allí vestían con traje, cualquier día el nudo de la corbata los ahogaría.
    Sabía los nombres de todos los allí presentes y el puesto que desempeñaban. Las otras dos personas eran Irene y Roberto, dos de los tres arquitectos jefes con los que contaba la empresa.
    Él estaba a punto de cumplir cuarenta y cinco años, aunque se conservaba bastante bien, debía pasar horas metido en el gimnasio, eso más su cara sin impurezas y el pelo negro engominado me dio a entender que le gustaba cuidarse.
    Irene era la única que no me miraba con acritud, también era la más joven, según su ficha había cumplido los treinta y siete años hacia un par de meses. Me sentí un poco intimidada cuando la vi, era increíblemente guapa. Vestía con un jersey ancho color vino y unos pantalones de traje gris de cuadros ajustado al tobillo y unas zapatillas de vestir. Su estilo era más informal que el del resto allí presente y me gustaba.
    —Mi abuelo era un nombre misterioso —me limité a responder, intentando mantener un tono neutro. No creía que tuviera que dar explicaciones que no tuvieran que ver con la empresa.
    —Sí que lo era, bienvenida —se levantó y se acercó para darme un apretón de manos.
    —Gracias —le sonreí y fue el primero en marcharse.
    —Bienvenida. Nosotros estamos en la cuarta planta para lo que necesites —Irene y Roberto imitaron a Ernesto antes de marcharse de la sala de reuniones. No había sido tan terrible como me había imaginado.
    Sin mirar a Carlos que seguía sentado, me fui a mi despacho para poder de una vez soltar todo el aire contenido y relajar mi agarrotado cuerpo.
    Empujé la puerta detrás de mí para que se cerrara, pero no llegó a hacerlo, me giré extrañada y vi el pie de Carlos bloqueando la puerta. Rodé los ojos y por novena o décima vez esa mañana, resoplé resignada, no podía querer nada bueno.
    Me apoyé sobre el escritorio y crucé los brazos sobre mi pecho. No iba a echarle ni a armar un numerito como el del pasillo. Debía armarme de toda la paciencia que pudiera para que no volviera a repetirse, al menos no en horas de trabajo.
    —Bonito despacho —metió las manos en los bolsillos de su pantalón beige y esbozó una sonrisa de medio lado que le marcó el hoyuelo de la mejilla. Odié que el corazón se me acelerara. Estaba frente a un idiota, pero un idiota condenadamente atractivo.
    —¿Qué quieres?
    —Vestirte como una mujer adulta e intentar aparentar seguridad no es suficiente para manejar una empresa y mucho menos esta —la sonrisa desapareció y casi que lo agradecí.
    —¿Algo más? —dije sin inmutarme, no iba a lograr su objetivo.
    —Al menos espero que sepas por qué se llama Indamar —sacó las manos de los bolsillos y se remangó las mangas de la camisa negra hasta los codos, a pesar de tener la ventana abierta hacía bastante calor. Por mi parte me quité la chaqueta del traje y la puse sobre mi sillón.
    —Es una combinación de Indalo y mar, al igual que tú eres una mezcla de simio y asno —le dediqué una sonrisa y coloqué el tirante de mi camiseta de lino que había resbalado por mi hombro al despojarme de la chaqueta. —¿Algo más? —seguí sonriendo, aunque lo que quería hacer era echarlo a patadas.
    —Sí, estamos pared con pared, te pido por favor que cuando estés hablando por teléfono con tus amigas no lo hagas muy alto, algunos trabajamos —esta vez sonrió satisfecho. Era consciente de que había logrado lo que quería, por ello se marchó antes de que pudiera responderle.
    Estuve a punto de ir tras él, pero antes de alcanzar el pomo de la puerta, fui capaz de respirar y contar hasta diez. No podía soportar continuas agresiones verbales, desgraciadamente las aguanté durante una época oscura de mi vida a la cual no estaba dispuesta a regresar.
    Usé el teléfono fijo que había sobre mi escritorio y pulsé el primer botón que me ponía directamente en contacto con Iñigo. Le pedí que me consiguiera toda la información de los proyectos que estuvieran en marcha para meterme en situación.

    Mis tripas crujieron, miré el reloj redondo de plata colgado entre las dos estanterías y comprobé que era la hora de almorzar. La segunda planta la ocupaba un bar-restaurante para todos los empleados, pero no bajaría a comer ahí, a diferencia de en mis otros trabajos, no tenía a nadie con quien compartir el tiempo de descanso.
    Pensar en ello me provocó un terrible sentimiento de soledad que hizo que los ojos se me enrojecieran. Fue como si todos los sentimientos acumulados desde que llegué tumbaran la pared de falsa seguridad con la que quise resguardarme.
    En realidad, enfadarme por la actitud de Carlos fue lo que logró mantener a raya mi miedo, estaba demasiado ocupada maldiciéndolo una y otra vez en mi cabeza, pero una vez que el enfado desapareció, mis inseguridades me arrastraron a un rincón de oscuridad.
    No me permití derramar ni una lágrima, en cuanto alguna asomaba, rápidamente la limpiaba con mis dedos. No tenía derecho a llorar, era toda una privilegiada, muy poca gente con mi edad tenía la oportunidad que mi abuelo me había brindado. Debía convencerme de que verdaderamente a quien bebía demostrar mi valía no era a los demás, sino a mí misma. No importaba quien no me quisiera allí, no iba a tirar la toalla.
    Dejé el maletín y solo me llevé la cartera, el móvil y las llaves de mi coche. Al salir cerré con llave y la dejé sobre el escritorio de Iñigo que no estaba, ni él ni Lola, probablemente ya habrían bajado a comer.
    Salí fuera y lo primero que observé fue la acera de en frente bastante concurrida por distintos negocios, un estanco, perfumerías, tiendas de autoservicio y varios restaurantes, sin duda alguna, tenía donde elegir.

    Con el estómago lleno y la sensación de haberme comido la mejor paella de toda Almería volví a mi despacho. Sobre el escritorio advertí tres carpetas que me dibujaron una sonrisa en el rostro. Era hora de ponerme manos a la obra.
    Quería ojear por encima las tres carpetas y después elegir cuál de las tres analizaba con más profundidad, pero el primer documento que leí de la primera carpeta me pareció tan interesante que no pude parar hasta leer los últimos avances. Solo interrumpí la lectura en dos ocasiones, la primera fue para ir al baño, el cual agradecí que estuviera al fondo del pasillo, y la segunda vez fue Lola la que me interrumpió para entregarme mi acreditación y mis claves para poder acceder a Internet y al programa. Por suerte el resto del día pasó sin sorpresas ni visitas desagradables.
    Una hora antes de dar por finalizada la jornada, me vi obligada a encender la luz del techo y la lampara que había sobre el escritorio pues ya no entraba ni un rayo de sol por la ventana, la cual también cerré porque comenzó a hacer frio.
    Mi idea era marcharme directamente a casa hasta que comprobé mi teléfono y vi un mensaje de mi mejor amiga, quería que no viéramos en nuestro bar favorito, no hizo falta que insistiera, necesitaba un par de copas y una buena conversación con alguien que me apreciaba de verdad.
    Dejé mi escritorio bien ordenado, recogí todas mis pertenencias y antes de salir me puse el abrigo, por la pinta del cielo y como se movían las hojas de los árboles, en la calle debía hacer bastante frío.
    —¿No me digas que tu coche ha pasado el día al sol? —¿Por qué tenía tan mala suerte? Estaba a un paso de salir de la empresa cuando el segundo ascensor se abrió y apareció Carlos con maletín y abrigo incluidos.
    —¿Me espías? —no hice ni el más mínimo esfuerzo por ocultar lo desagradable que se me hacía su presencia, tampoco parecía que a él le importara mucho, molestarme se estaba convirtiendo en su entretenimiento favorito.
    Preferí salir, no quería que la chica de recepción nos viera discutir, también la pequeña ilusión de que no me siguiera, pero no fue así.
    —Búscate tu propio secretario. Iñigo se ha retrasado en unos papeles que me tenía que entregar por estar ocupado contigo.
    —Cuanto lo siento —abrí la puerta trasera de mi coche y puse mi maletín sobre el asiento.
    —Ahórrate el sarcasmo —se apoyó sobre la puerta del conductor de mi coche impidiéndome el paso.
    —No voy a malgastar dinero en un empleado que no es necesario. Ahora, apártate de mi coche —quise añadir un par de cosas, pero mi deseo por marcharme era mayor que comenzar una fuerte discusión.
    —Apártate tú de mi trabajo —me vi obligada a llegar a extremos que no quería, pero él se lo buscó y el horario oficial de trabajo había acabado.
    Me acerqué a él y de un tirón que no esperó le arrebaté su abrigo de las manos. Su maletín cayó al suelo y mientras lo recogía me acerqué a una mancha de aceite que había en el aparcamiento de al lado.
    —Máximo Dutti, no está nada mal —dije mirando la etiqueta —¿Cuánto te costó? ¿Doscientos, trescientos euros? —alcé el abrigo sobre la mancha y él me miró con una mezcla de espanto e ira.
    —Déjate de tonterías —dio un paso hacía mí.
    —Eso es lo que tienes que hacer tú. No quiero ser tu enemiga, pero mi paciencia tiene un límite —balanceé el abrigo y él contuvo el aire.
    —Dame mi abrigo, niñata —en ningún momento se me pasó por la cabeza dejar caer el abrigo al aceite, solo quería molestarlo un poco y hacerle entender que no me iba a amedrentar ante él, pero que me llamara niñata fue superior a mí y antes de que pudiera pensarlo dos veces, dejé caer el abrigo.
    —¿Te has vuelto loca? —en dos pasos estuvo a mi lado y me agarró por el brazo. No apretó, no me estaba haciendo daño, pero el simple contacto me hizo estallar.
    —¡Suéltame! —grité con furia, cualquiera que pasara por la calle podía escuchar mis gritos, pero en ese momento era incapaz de controlarme—. No vuelvas a tocarme así en tu maldita vida, imbécil —de un fuerte tirón me zafé de su agarre. Lejos de enfadarse más, me miró un poco sorprendido y se alejó un par de pasos proporcionándome el espacio que necesitaba. A pesar de no abrir la boca, podía leer su mirada.
    Con la respiración agitada y los nervios a flor de piel me metí en mi coche y salí de allí a una velocidad bastante superior de la permitida.
    Llegué al bar donde había quedado con Daniela antes de tiempo. Por lo general mi amiga solía ser una persona puntual a pesar de que vivía estresada. La admiraba bastante, tenía dos trabajos y estaba preparando el trabajo fin de máster, pero aun así sacaba tiempo para su vida social.
    Nos conocimos en mi primer año de carrera, ella ya estaba en tercero, pero le quedaba una asignatura del primer año que no conseguía quitarse de en medio. Me ayudó bastante a integrarme a pesar de que éramos la noche y el día, fue precisamente eso lo que nos hizo tan cercanas.
    —Ya sé que llego tarde, no me eches la bronca —se sentó y levantó la mano para llamar al camarero—. Necesito un buen copazo y por tu cara parece que tú también ¿Un día duro? —se recogió su larga melena rubia en una cola de caballo. Era hija de españoles, pero tenía el típico aspecto de una mujer americana, solo le faltaba el acento.
    —Antes de llegar a lo de hoy tengo que contarte otras cosas —me miró expectante.
    —¿Qué van a tomar? —apareció un camarero joven con su Tablet para tomarnos nota.
    —Dos Beefeater, uno con gaseosa y otro con limón. Cárgalas como si fuesen para ti ¿vale? —le dijo al camarero con una sonrisa antes de que se marchase.
    La puse al día con respeto al testamento y mi familia secreta. Conforme hablaba, más habría la boca y los ojos. Desde luego daba para una película, aunque no sabía si de humor o terror.
    —Tendría que haber empezado yo con mis dramas —dijo negando con la cabeza repetidas veces.
    —¿Por qué? —fruncí el ceño.
    —Porque chica, un coche con la batería rota no es competencia para una familia secreta y un super puesto de trabajo nuevo—por segunda vez en todo el día me reí.
    —¿Y dices que es adoptado? —no me gustaba su tono.
    —¿Eso te parece lo más interesante? —la miré con la ceja alzada.
    —¿Del 1 al 10 cómo de bueno está? —preguntó ignorándome.
    —Daniela… —rodé los ojos y di un trago a mi copa.
    —Venga ya —hizo un puchero y resoplé resignada.
    —Es un 10, pero su personalidad lo convierte en un 0.
    —Madre mía —casi gritó—. ¿Cómo es? —me miró emocionada.
    —Pues es alto…
    —¿Cómo de alto? —me interrumpió, tenía obsesión por los hombres altos.
    —No le he preguntado cuanto mide. Me saca una cabeza y media, más o menos
    —Eso es muy alto —cada vez parecía más emocionada —¿Qué más?
    —Pues tiene el pelo castaño claro, lleva barba, aunque no es muy frondosa, se nota que hace deporte y tiene los ojos grises.
    —He estado con hombres con los ojos marrones, azules, verdes y un policía con los ojos más negros que he visto en mi vida, pero grises no —por la picardía de su mirada, imaginaba cuál iba a ser la siguiente pregunta—. ¿Me lo presentas? —premio para mí.
    —Eres mi mejor amiga, no te haría algo así
    —Venga ya, podría ir a visitarte a tu nuevo trabajo y…
    —Ni de broma. Lo que me faltaba, otra excusa para que se meta conmigo —dije con fastidio.
    —No te entiendo —le conté lo que pasó en el despacho del abogado después de que el video de mi abuelo acabara y como había sido su actitud en mi primer día. Conforme hablaba la ilusión de sus ojos se transformó en indignación.
    —Vaya idiota —llamó al camarero para nos sirviera otras dos copas.
    —Lo sé, pero me preocupa mi reacción al tocarme, no me ha hecho daño, ha sido un poco exagerado por mi parte, pensaba que ya lo tenía superado.
    —No tiene nada ver con el daño, sino la situación, el gesto en sí —probablemente tenía razón.
    —¿Te recuerda a…? —no dijo el nombre y lo agradecí.
    —En absoluto —respondí al instante—. No creo que Carlos sea un mal tipo, pero no entiendo por qué le molesta tanto mi presencia.
    —Podrías preguntárselo —se recostó sobre la silla con la copa por la mitad.
    —Lo último que quiero es encontrármelo, pero si la situación continua así, por el bien de la empresa no me quedará más remedio.
    —Cuando pongas esa cabecita a trabajar, va a alucinar y tendrá verdaderos motivos para sentirse amenazado —soltó una carcajada.
    Dejamos mis problemas a un lado y me contó su drama con el coche. Como no consiguió que arrancara tuvo que ir a trabajar en autobús y llegó tarde, lo que provocó una bronca de su jefe. Tuvo que pedirle a su compañera de piso que llamara a la grúa para llevar el coche al taller, un gasto que le venía muy mal, pero al menos lo tuvo arreglado para la hora primera hora de la tarde.
    —¿Otra? —dijo alzando su copa vacía. Si hubiese sido por ella nos habríamos quedado allí bebiendo hasta la madrugada. Tenía una resistencia al alcohol envidiable.
    —No, tengo que conducir y solo me he comido un plato de paella en todo el día —la invité a las copas y nos despedimos en la puerta del bar.
    Llegué a mi casa y antes de abrir la puerta volví a respirar hondamente para terminar de calmarme. No quería que mi madre notara algo raro y me atosigara a preguntas.
    Estaba en la cocina preparando la cena que olía de maravilla. Me acerqué y vi en la sartén dos muslos de pollo asándose. Se me hizo la boca agua, mi madre sí que sabía hacerme feliz.
    —¿De dónde vienes? —preguntó mientras se enjuagaba las manos en el fregadero para poder cortar el tomate de la ensalada.
    —De tomar unas copas con Daniela —me puse de cuclillas delante de la puerta del horno y observé una fuente de patatas pequeñas redondas con queso por encima gratinándose.
    —No me gusta que bebas cuando tienes que conducir —me miró seria.
    —Solo han sido dos —no pareció conforme, pero tampoco dijo nada más.
    Tras saludarla subí las escaleras en dirección a mi habitación para cambiarme la ropa por algo más cómodo. No quise ponerme el pijama porque mi idea era, después de cenar, llenar la bañera, echar sales aromáticas, encender unas velas y quedarme allí metida un buen rato relajándome con una copa de vino.
    —¿Qué has hecho hoy? —pregunté en cuanto me senté a la mesa con mi plato ya servido. Lo hice con toda la intención de evitar un interrogatorio sobre el trabajo.
    —Ha sido un rarísimo. Es el primer día después de veinticinco años que no voy a trabajar y si te digo la verdad no me ha gustado —chasqueó la lengua.
    —Por qué? —pregunté antes de llevarme el primer trozo de pollo a la boca.
    —Porque cuando no tienes nada que hacer tu cabeza empieza a pensar y a darle mil vueltas a las mismas cosas.
    —¿Qué cosas?
    —Estoy acostumbrada a trabajar, pensaba que iba a ser genial no tener nada que hacer, pero solo ha pasado un día y ya lo detesto. No deseo volver a lo de antes porque no tenía tiempo ni de leer un párrafo de un libro, pero tampoco quiero esto. Necesito un punto intermedio.
    —¿Y has pensado cuál puede ser?
    —No, lo único que tengo claro es que quiero ser mi propia jefa —dijo con seguridad.
    —Con los antecedentes que tienes, no me extraña —sonrió e hizo una mueca.
    —También he pensado en visitar la casa en la que crecí y en Isabel —al pronunciar el nombre de su hermana se puso más seria.
    —¿Y a qué conclusión has llegado?
    —Pues a que quiero visitar la casa, pero te pido por favor que me acompañes, no estoy convencida de que si voy allí sola no me daría la vuelta antes de meter la llave en la cerradura —pinchó su última patata y se la llevó a la boca—. Me han salido muy ricas.
    —Vale, te acompañaré, pero me refería a que conclusión has llegado respecto a tu hermana y sí, están muy ricas —alcé el tenedor con una patata pinchada y me la comí.
    —Voy a intentar que nos conozcamos, creo que sería un error no hacerlo —mantuve la calma, aunque por dentro lo estaba celebrando a lo grande.
    —Me alegro mucho por ti —sonreí, pero no me duró mucho.
    —¿Cómo te ha ido tu primer día? —intenté no tensarme y mostrarme despreocupada.
    —Bien, me he presentado a algunos trabajadores y he estado estudiando los proyectos que hay en marcha —cogí mi plato ya vacío junto con mis cubiertos y me levanté para llevarlo al fregadero.
    —¿Y Carlos?
    —Todo bien mamá, no tienes nada de lo que preocuparte —terminé de fregar y me excusé con que quería darme un baño y meterme en la cama. Por suerte se quedó conforme y su señoría no hizo más preguntas.
    Mientras la bañera se llenaba de agua caliente y las sales se derretían, comencé a quitarme la ropa hasta estar completamente desnuda. Llené la copa de vino por la mitad y la dejé en una mesita auxiliar al lado de la bañera donde podía cogerla sin problema. Encendí un par de velas pequeñas y las coloqué en los extremos de la bañera.
    El agua caliente, las sales y el vino fueron provocando su efecto conforme pasaban los minutos, noté como todo mi cuerpo se relajaba, estaban tan tensa que incluso me dolía.
    Tras una hora el agua pasó de estar caliente a templada y mi mente amenazaba con comenzar a funcionar, por lo que quité el tapón y me di una ducha rápida antes de irme a la cama. El día por fin finalizó en el instante en que apoyé la cabeza en la almohada y caí en un profundo sueño.
    .
    .
    .
    ¡Hola de nuevo!

    Espero que llevéis el confinamiento de la mejor forma posible.
    Un abrazo virtual a todas/os
    #YoMeQuedoEnCasa


    Responder
    sara
    Invitado
    sara on #439566

    Me declaro super fan de esta historia. estoy deseando leer las próximas entregas!

    Responder
    Ilenia
    Invitado
    Ilenia on #440778

    Para Sara:
    Muchas gracias por tu comentario.
    El tercer capítulo ya está disponible. Espero que te siga gustando y sigas comentando.

    Responder
WeLoversize no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta web por colaboradores y usuarios del foro.
Las imágenes utilizadas para ilustrar los temas del foro pertenecen a un banco de fotos de pago y en ningún caso corresponden a los protagonistas de las historias.

Viendo 3 entradas - de la 1 a la 3 (de un total de 3)
Respuesta a: El proyecto de Natalia: Capítulo 2: Abrigo al aceite.
Tu información: