El sueño de mi vida siempre ha sido ser profesora, pero por una cosa o por otra no se dio. Comencé a trabajar en la empresa privada y ahí me quedé durante bastante tiempo. Pero llegó un momento en el que ya estaba harta y decidí ponerme a preparar oposiciones en serio, con tan buena suerte que el año pasado aprobé y con plaza. Me mandaron a un pueblo pequeño de una sierra andaluza y fue una alegría pero un shock tuve que buscar en el mapa dónde estaba aquel sitio y al comprobar lo lejos que está de mi ciudad, asumir que tendría que alquilarme algo y vivir allí. Al principio tenía miedo porque yo ya no soy una chiquilla (tengo 36 años) y llegaba a un centro donde los interinos serían mucho más jóvenes que yo y donde la gente con plaza suponía que estaría muy cohesionada. Sin embargo, la acogida no pudo ser mejor, sobre todo con una de mis compañeras de departamento. Congeniamos genial casi desde el principio. Pasábamos horas hablando de todo, tenemos visiones de la vida muy parecidas y casi la misma edad, ella es un par de años mayor que yo.
Al principio nos veíamos en el instituto cuando nos cruzábamos en el departamento o la cafetería durante las horas muertas. Luego comenzamos a buscarnos y finalmente empezamos a vernos fuera del centro para salir a correr o para que echarme una mano con mi año de prácticas. Yo empecé a sentir cosas que no debía sentir pero me tranquilizaba pensando que era normal, estoy sola, en un pueblo donde no conozco a nadie y en ella había encontrado un gran apoyo. Además está casada y tiene un hijo de 7 años, su marido es compañero, así que pensaba que era normal sentir atracción pero que era una atracción más platónica que otra cosa. Pese a todo, me daba cuenta de que había cierta tensión, una calma tensa que me estaba volviendo loca porque estaba segura que no venía solo de mí. Asi que por salud mental decidí alejarme un poco. Poner tierra de por medio y por suerte primero llegó Navidad y luego las excusas tontas o irme todos los fines de semana para enfriar la cosa. Y así fue hasta hace unos días. La semana pasada estaba en el departamento corrigiendo unos exámenes cuando llegó ella. Charlamos un poco y fue como siempre, risas y complicidad, hubo un momento de silencio y me besó. No puedo explicar lo que sentí pero hacia mucho, muchísimo tiempo que no sentia algo así. Fue como en la adolescencia cuando piensas que te vas a morir de amor. Y, os prometo que como en las películas, ella se fue.
Aquella tarde quedamos en mi casa y me dijo que sentía algo que creía que era imposible sentir por una mujer, que había intentando por todos los medios dejar de pensar en mí de esa manera pero que no podía. Y que entendería que le parase los pies porque aquello no tenía ningún sentido. No, no le paré los pies. Esa tarde hicimos el amor. Y ahora me siento miserable porque esto no debía haber pasado y no tiene ni pies ni cabeza. Me siento miserable por su marido, que es un tío estupendo. Miserable porque no puedo evitar sentir un deseo que me mata por mi compañera, porque cuando me toca tiemblo de la cabeza a los pies.
Este fin de semana me he ido porque quedarme era abrasarme y no quiero hacerle daño a nadie. Pero el lunes tendré que volver a verla, a escuchar su voz, a oler su perfume… Y volveré a querer hundirme en su piel pese a que es una historia que no va a ninguna parte y donde va a sufrir tanta gente. Es que sé que el lunes si me roza la seguiré a donde me pida.
Y ahora por una parte solo quiero que se acabe el curso y marcharme para no verla más, pero por otra parte lo único que quiero es perderme en su cuerpo cada día hasta que llegue el momento de separarnos.
En realidad no busco consejo, solo necesito contarlo porque me está matando.