Reproducimos una historia que nos llega a [email protected]
Contexto: mi novio me acababa de dejar por otra. Él no me lo había dicho, claro, lo que él había dicho eran mil mierdas sobre crecimiento personal y caminos distintos, pero me había puesto los cuernos y yo me había enterado. Se la monté pero total, eso me hizo sentirme todavía más perdedora, así que decidí que necesitaba cambiar de actitud, de ambiciones, de vida. Y ¿por dónde iba a empezar? Pues por el pelo, claro está. Me fui a una peluquería de la parte vieja que se llama Rabiosa, con el nombre te lo dicen todo, y le pedí un cambio radical. Corto, largo, capas, color, me daba igual, yo solo quería salir de allí sintiéndome otra persona.
La chica era muy joven, y se le iluminaron los ojos cuando vio que le daba libertad artística. “O sea, quieres algo fuera de lo común, ¿no?”. Ahí es donde tenía que haberlo visto venir, teniendo en cuenta que ella iba que parecía un electroduende, con la cabeza llena de churros de colores, trenzas, y cosas colgando de ellas. Pero no: le dije que sí, que adelante, que carpe diem, la vida es corta, y mucha mierda de ese estilo. Me cortó mucho, muchísimo, pero yo estaba conforme con aquello. Lo malo fue cuando llegó el tinte.
Me enseñó un catálogo de colores muy locos, y a mí me llamó la atención una especie de cereza chillón super cantoso pero no necesitaba más que que me animara la chica, para dar luz verde. Tres horas y pico de decoloración, tinte, retoques, brochas y enjuagues después, me giré hacia el espejo y me quedé pasmada. Abrí los ojos hasta que casi se me salen de las órbitas. El resultado había dado un color imposible, una cosa que hacía daño a la vista, un pelo que probablemente me hacía reconocible desde algún satélite: un puto horror. El corte a capas que me había hecho terminaba de darme un rollo cyberpunk que es que se ma hacía imposible pensar que ese iba a ser mi aspecto de ahí en adelante. Pero vamos, no iba a mostrar mi descontento en ese momento, porque se me iba a notar demasiado el disgusto, así que pagué (y barato no era, lo aseguro) y salí a la calle.
No había dado ni dos pasos cuando me crucé con un grupillo de adolescentes, que por cierto, qué está pasando que las nuevas generaciones están tan buenas y tan fit y con cuerpos tan perfectos, ¿estamos locos? El caso es que pasaron y se rieron de mí. Claramente. Sin disimular. Yo, que no tengo la madurez necesaria para afrontar las burlas de cuatro adolescentes, me vine abajo y me eché a llorar. Y de camino a casa, todavía tuve que coincidir con la salida del instituto de al lado de donde vivo. Hordas de chavales y chavalas gritando, riendo, escupiendo al suelo y yo con vergüenza de existir, directamente. Total, que en estas, se me queda mirando un chavalín de gafas y suelta: ¡Mira! ¡Es Suma! Y, de repente tenía a veinte críos más mirándome.
Yo no entendía nada pero me temía que tenía que ver con mi pelo, así que se me puso la cara del mismo color y huí de allí rápidamente. Y justo cuando menos ganas tienes de socializar, siempre te encuentras con alguien. De repente, oí que me llamaba alguien y era una de mis compis de la uni. Como digo, no tenía ganas de nada, pero la idea de tomarme un café y hablar de mis miserias sí me apetecía, así que nos fuimos a un sitio que acababan de inaugurar donde servían cafés buenos, y cuando aparece el camarero (o barista, como se hizo llamar él), va y me suelta: “Qué guay, vas de nosequé nosecuantos Suma” y yo ya a punto de tirarme de los pelos rojos esos que me habían puesto, le pregunté a ver qué coño era eso, y entonces el que se puso rojo fue él.
“¿En serio? Pensaba que ibas del anime, que estabas haciendo cosplay”. Mi amiga explotó de la risa y a mí no me quedó otro remedio que reírme también. Cogí el móvil y le dije al tipo que me enseñara el personaje. Efectivamente, mi pelo había quedado clavadito al del personaje Souma del manga Shokugeki no Souma. Tanto que no era muy creíble que fuera una casualidad. La chica de la peluquería tendría el día gracioso y fuera. Pero yo ya me vine arriba y de ahí fuimos a comer al centro comercial, donde una chiquilla me pidió una foto y un par de chavalas más me dijeron que era igual que otro personaje de otro manga (pero ese no se me quedó). Vamos, yo, que no he tocado un manga en mi vida, triunfando como reina del cosplay. Gracioso pero para un rato. Nos acercamos a la peluquería del centro comercial y no hizo falta que le dijera nada al peluquero, que puso cara de lástima y me atendió inmediatamente.