Siento que estoy atada a los comentarios constantes de esta sociedad. Como yo, millones de personas, lo sé. Tengo un cuerpo que soy consciente que debe cambiar y estoy en ello con profesionales, pero…

Qué gorda, me decía. Qué gorda, de qué señora, a caso yo le dijo que le ha salido una arruga. Se llama educación.
Vivimos anclados en un mundo donde está permitido poder opinar sobre el otro con total libertad, ya sea gordo, flaco, alto, bajo, rubio o castaño, sin tener en cuenta de que podemos ofender. No sabemos que hay detrás de esa persona, no tenemos ni idea de que historia está viviendo, por lo que en el momento en el que soltamos tan libremente, qué gorda, para ella puede ser un mar entero.

¿Te he preguntado tu opinión? ¿Entonces? ¿Por qué comentas? ¿No tienes tema de conversación? Siempre puedes ir a lo fácil, ¡qué día más bonito hace! ¡Ah, no! Claro porqué en el momento en el que sueltas el regalo ni te has dignado a preguntar qué tal estás después de qué, ¿un año? Está claro que nuestro físico es como una carta de un restaurante, es lo primero que se muestra, no sabemos lo que hay dentro. Pero sigo insistiendo, nadie, pero nadie, tiene derecho a decirte ni a opinar sobre ti, ya que no sabe lo que hay detrás. A caso yo tengo tengo una cosa llamada bulimia, señoraaaaa, ¿lo sabía? No, ¿verdad? Pues podría ir empezando a callar y a opinar sobre los campos de trigo que le rodean.
El colmo del colmo es cuando te dicen, “has adelgazado, estás más guapo” Perdooooona. Vamos a ver, según el número de quilos que tengas en tu cuerpo, ahora resulta que eres más o menos guapo. Pueden decirme la formula para calcular esto que no me la sé, me perdí alguna clase de matemáticas por lo que veo.
Me siento una hormiga que va a contracorriente en medio de mucha mierda. Porqué sé que por mucho que me empeñe, esto va a seguir siendo igual y existen vidas condicionadas por opiniones inoportunas que muchas veces acaban desarrollando trastornos de los cuales cuesta muchísimo salir.