Hace algo más de 10 meses que mantengo una relación a distancia con mi pareja. Yo Valencia. Él Madrid. No son kilómetros exagerados, pero, a veces, puede parecer un infierno.
No soporto las despedidas, odio la sensación de que el tren no llegue nunca a mi destino y que luego, una vez juntos, el tiempo pase volando. Es durísimo necesitar un abrazo un martes y tener que esperar al sábado. Este o el siguiente, cuando se pueda. No sé ser feliz a tiempo parcial. Y la verdad es que necesito un empujón, alguien que me diga: «pues sí, tía. Es una mierda mantener una relación a distancia, pero al final merece la pena». Porque yo sola no soy capaz de creérmelo.