Los rumores corrían desde hace tiempo pero sincera decidí no creérmelos. ¿Qué niña se iba a fijar en mi marido que no es un sexsymbol? Su pancita, sus jerseys de lana y sus pantalones de pana…vamos, que no era el tipo de hombre en el que se fija una jovencita.
Pero se fijo, sí. Él era su jefe, y parece que ser «el Encargado» de una cadena de supermercados lo hacía atractivo para ella.
Fue poco a poco. ¿Os acordáis de las películas de los 90? ¿»American Beaty»? Bueno, esta creo que sería demasiado sexy para representar mi película personal.
Señal número 1. La ropa.
La vestimenta nunca había tenido la mínima atención por parte mi entonces marido, se vestía como he mencionado antes. De repente toda esa ropa abandonada en su armario que era demasiado nueva para ponerse para el día el día, se convirtió en la ropa que llevaba al trabajo. No os equivoquéis pensando, «bueno mujer, un encargado tiene que andar presentable», porque tenía un uniforme. Se vestía solo para 20 minutos de trayecto en coche, entrar allí y pasar al vestuario a cambiarse de nuevo para poner el uniforme. Así que no era el caso.
Señal número 2. Deporte.
Al poco de pasar por la etapa número 1 pasamos al running y a las pesas en el garaje. Echando la vista atrás qué ingenua me siento, «¡mi hombre se está poniendo en forma para mí!», pensaba.
Señal número 3. El móvil.
Sé que es poco original pero de esto hace más de 10 años y por aquel entonces no estábamos ni tan enganchados al móvil ni tan pendientes. Cuando te sonaba un mensaje preguntábamos «quién te escribe» , no era tan habitual. Y que pasara de dejarlo por ahí zapateado a llevárselo al baño era una clara señal que me hizo espabilar.
En esta etapa empezaban los rumores a los que yo hacía oídos sordos hasta que llegó el cartel luminoso que me hizo click.
Señal número 4.El olor.
Ya era una enorme red flag que de repente se perfumara, pero ¿que se cambiara de perfume? Había otra.
Él me lo negaba hasta la saciedad que eran cotilleos del trabajo porque le tenían envidia a la chica y que ya sabía como era la gente allí.
Aunque lo sabía no tenía pruebas y necesitaba algo sólido a lo que agarrarme para tomar la decisión que tanto me estaba costando. Así que como todo esto estaba siguiendo un guión de película, hice lo que tocaba después, seguirle en el coche.
Todos los viernes el bar de la esquina del supermercado se llenaba de los trabajadores que salían tarde. Él salió del trabajo pero en vez de dirigirse allí entró en su coche y arrancó, y yo tras él. El trayecto finalizó en las playas en un aparcamiento oscuro al que van los jóvenes (seguimos con los clichés) y al rato llegó ella en su coche.
Ojalá en aquel momento volver atrás y reunir el valor para bajarme del coche , ir al suyo, llamar a la ventanilla, que la bajasen y decir «te dejo». Pero no lo tuve.. Volví a casa llorando como una loca.
Cuando el volvió lo solté sin poder más. Me lo negó, excusándose en que cualquier persona normal que se viese en esa situación abría abierto la puerta del coche.
Nos divorciamos, vendimos la casa y repartimos las ganancias, compartimos la custodia de los niños y él se casó con ella y tienen dos hijos.
Siempre viví esperando al karma, a que ella lo dejara por otro más joven y le diera la patada. Pero no ha pasado.
Esta historia tiene un final feliz para ellos. Sé que me diréis que para mí también que me libré de él y vivo tranquila, pero siento que el final feliz se lo han robado ellos.
Bueno esperad, recientemente se han ido a vivir a la casa de los padres de ella. Y si los suegros son jodidos, supongo que si son de tu misma edad todavia más.