En el mundo hay niños con mucha imaginación, y encima, muy muy arriba, está mi hija. La pequeña tiene siete años y no me preguntéis por qué, ha decidido inventarse DURANTE VARIOS CURSOS que nosotros, sus padres, tenemos una granja de vacas.
En todos estos años que lleva en el cole nunca jamás me habían comentado nada, sí que es verdad que ahora entiendo algún comentario tipo ‘este fin de semana subiréis al campo, no?’. Yo nunca comprendí muy bien por qué las mamás de sus compañeros estaban tan pesaditas con que fuésemos al campo, pero ahora me doy cuenta de que las pobres estaban más preocupadas por los pobres animalicos que por otra cosa.
El asunto es que me he enterado por un profe nuevo que ha entrado este año. El hombre me llamó el otro día muy emocionado con la idea de que los críos pudieran hacer una excursión a nuestra granja para ver a los animales. Si es que encima a la descripción de la supuesta granja no le faltaba detalle: vacas, pollos, conejos, algún cerdo… Aquello era el puñetero elenco de ‘Babe: el cerdito valiente’. Yo según lo iba escuchando estaba flipando un poco más.
Ya cuando pude le pregunté si no se estaría equivocando de madre, pero me dijo que nada de eso, que todos en el cole saben que nosotros tenemos una granja y que él ha visto interesante lo de visitarla. Por teléfono no le he querido decir nada, pero esa tarde fui al colegio para poner un poco de orden en todo esto, ¡pero si nosotros somos más de ciudad que un rascacielos!
Sus profesores me han pedido que hable con la niña con calma, sobre todo por si ella pudiese tener algún tipo de trauma o algo que le haya llevado a inventarse semejante historia. A mí dentro de toda la preocupación que me genera también me produce ternura, que me ha salido la niña ganadera y yo sin saberlo…