Reproducimos el testimonio de una seguidora que ha escrito a [email protected]
Ser la oveja negra de la familia no es fácil, créeme. Desde que tengo uso de razón, siempre he sido la hija que menos querían mis padres. No es que me lo dijeran directamente, pero podía sentirlo en cada mirada decepcionada o en cada comentario sarcástico que soltaban de vez en cuando.
Mi hermana mayor era la perfecta hija modelo. Sacaba las mejores notas, siempre estaba en casa a tiempo para la cena y hacía todo lo que le decían sin rechistar. En cambio, yo era todo lo contrario. Mis calificaciones eran un desastre, siempre llegaba tarde a casa y, para colmo, tenía una tendencia a meterme en líos constantemente.
Recuerdo una vez que mi hermana trajo a casa un trofeo por haber ganado una competición de atletismo. Mis padres estaban tan emocionados que organizaron una cena especial para celebrarlo. Yo, por otro lado, apenas recibía una palmadita en la espalda cuando lograba algo, y la mayoría de las veces ni siquiera eso.
Al principio, intentaba encajar y ser como mi hermana. Estudiaba horas y horas para tratar de mejorar mis notas, pero nunca parecía ser suficiente. Por mucho que lo intentara, siempre había algo en mí que los decepcionaba. Y después de un tiempo, me cansé de intentarlo.
El punto culminante de mi sensación de ser la hija menos querida fue cuando decidieron enviar a mi hermana a estudiar en el extranjero. Recuerdo el día en que se despidió de mí en el aeropuerto, emocionada por la aventura que le esperaba, mientras yo me quedaba atrás, sintiéndome abandonada una vez más.
Pero en medio de toda esa oscuridad, encontré una chispa de luz. Descubrí mi pasión por la escritura. En las palabras encontré refugio, una forma de expresarme que nunca antes había tenido. Y aunque mis padres apenas prestaban atención a mis escritos, encontré consuelo en el hecho de que al menos alguien apreciaba lo que tenía que decir.
Decidí abrazar mi individualidad y dejar de preocuparme por lo que mis padres pensaban de mí. Me di cuenta de que no importa cuánto tratara de complacerlos, nunca estarían contentos con quien era realmente. Así que decidí vivir mi vida a mi manera, sin importar las expectativas que tuvieran para mí.
Claro, hubo momentos difíciles. Discusiones, lágrimas y puertas cerradas de golpe fueron moneda corriente en nuestra casa. Pero poco a poco, fui construyendo mi propio camino y encontré personas que me aceptaban tal como era.
Mis padres aún me llaman de vez en cuando, haciéndose los sorprendidos al preguntar por qué no los visito, por qué no quiero pasar con ellos las fiestas, por qué no se lo cogí cuando me llamaron por mi cumpleaños. ¡Porque me abandonasteis desde que era pequeña! En el fondo lo saben, saben que es por eso, pero no lo admiten, ni siquiera a ellos mismos.
Ahora, años después, sigo siendo la hija que menos quieren mis padres, pero ya no me importa. He aprendido a valorarme a mí misma y a rodearme de personas que realmente me aprecian por quien soy. Y aunque sé que nunca seré la favorita, eso ya no me quita el sueño. Porque al final del día, lo único que importa es que me quiero a mí misma, y eso es suficiente.