Nunu. La llamamos así porque se parece a un personaje de la tele, aunque no sabemos su nombre, y tampoco lo queremos saber.
Nunu es una indigente, drogadicta y conflictiva, que desde hace varios meses se ha instalado en la portería externa de nuestro edificio. Duerme en los cajeros automáticos que hay debajo de nuestra casa, y el día se lo pasa tumbada en los bancos que hay en la calle justo enfrente de nuestro balcón. Ella no suele molestar a los transeúntes, pero siente predilección por pasar muchas horas del día (y también de la noche) sentada (o tumbada) o esparciendo sus enseres (mayormente basura) en la parte externa de nuestra portería. Se apoya en la puerta de acceso, de modo que la bloquea e impide el paso a los que vivimos en ese edificio.
La primera vez que le dije que allí no podía estar, que eso era una propiedad privada, que las puertas abrían de dentro para afuera y que le podían hacer daño, pareció entenderlo y se fue.
Sin embargo, a la mañana siguiente, volvía a estar bloqueando nuestra puerta, y cuando le volví a repetir lo mismo, me contestó con chulería y agresividad. Entonces decidí llamar a la policía. Yo no sé si es que mi voz sonaba demasiado tranquila o es que la situación no parecía lo suficientemente preocupante, pero la policía tardó 5 horas en venir.
Y ¿Qué hace la policía en estos casos? Pues le piden documentación y declaración (como si ella fuera la víctima, para más inri), y la invitan a abandonar la portería para que se traslade a los bancos que hay enfrente de mi balcón. Y cuando la policía se va, vuelve otra vez donde estaba.
Ese fue mi primer gran encontronazo con Nunu, aunque he tenido un par más.
En el segundo, me la encontré tendida en el suelo sobre una manta, como si fuese su habitación, y cómo no, bloqueando la puerta. Yo salía a sacar el perro (un perro muy bueno, con miedos, incapaz de atacar ni al peor de los asaltadores), y cuando le dije que allí no podía estar, Nunu agarró la manta y se la lanzó a mi perro.
Ahí la cosa ya cambió. Los conflictos entre adultos se arreglan entre adultos. Ni los niños, ni los animales tienen porqué pagar el pato. Es de mala persona hacerle daño a un animal. No debería, pero me tomé la agresión a mi perro como algo personal, y está avisada de que pobre de ella como se le ocurra volverse a acercar a mi perro.
Desde entonces, otros vecinos me han contado que se la han encontrado fumando crack, orinando o defecando, e incluso echando un polvete con un amiguete que la visita a menudo (si si, como leéis).
La comunidad de vecinos le ha ofrecido ayuda buscándole albergues y asociaciones donde pueda estar bien atendida, pero ha rechazado cualquier propuesta. En nuestra búsqueda de información, descubrimos que a Nunu la habían echado de una asociación para homeless toxicómanos con problemas psicológicos por mala conducta.
La última vez que tuvimos un encontronazo fue hace unos días. Yo salía a sacar el perro y a tirar la basura, y ella estaba durmiendo en el cajero. Le debió molestar el ruido de la tapa del contáiner, porque cuando volví a casa, ya estaba en la portería, mirándome desafiante.
Le pregunté si tiene problemas de comprensión; me dijo que no, que lo entendía todo, y que ya podíamos llamar a quien quisiéramos que no se iba a mover de allí. Eh! Con total impunidad, y con la tranquilidad de que nadie le haría nada.
Como véis, la situación es desesperante.
Yo por mi parte, entiendo que estas personas no tienen nada que perder, y que es muy difícil salir de esas circunstancias de sinhogarismo. Que en algún lugar tienen que estar, y que eligen los lugares donde más protegidos se sienten. Entiendo que es difícil hacer razonar alguien con problemas psicológicos, y entiendo que la drogadicción no ayuda.
Entiendo también (hasta cierto punto) que la policía no pueda hacer nada más, y que no está bien trasladar el problema, porque sigue existiendo. Entiendo que el sistema está saturado y que esta gente sobrevive como puede.
Pero no entiendo cómo, si te dicen que no puedes estar en un sitio, optas por buscarte problemas sin respetar un mínimo de normas de convivencia. Es muy injusto que un ciudadano trabajador humilde, que paga religiosamente sus impuestos y se desloma trabajando para tener un lugar donde vivir, no pueda vivir tranquilamente, y tenga que soportar a gente que, como no tienen nada que perder, no les importa lo más mínimo a quién están amargando la vida.
Se me han pasado por la cabeza soluciones de todo tipo, desde las más pacíficas y educadas (las que deberían funcionar pero no funcionan), hasta las más descabelladas y violentas. Desde tirarle sus enseres a la basura cuando se va al bar y los deja por allí tirados, o encerrarla en los cajeros siliconando las puertas mientras duerme, hasta echarle un cubo de agua por el balcón, o tirarle matacucarachas, o tirarle una tralla de supertruenos cada noche, a ver si se cansa y se va. Parezco muy mala persona, pero son solo pensamientos; nunca se me ocurriría agredir a nadie si no fuera en defensa propia (eso de poner la otra mejilla no va conmigo). Tampoco soy de esas personas capaces de invisibilizar un conflicto y hacer como si el problema no existiera. Esa persona no se está comportando como debe, y no puedo hacer como si todo estuviera bien.
Sin embargo, llevo unas semanas que esta situación le está pasando factura a mi salud. Por una parte, sé que si no normalizo la presencia de Nunu en mi día a día, voy a terminar con ataques de ansiedad. Pero no quiero normalizar una persona que no debería estar allí, que no debería formar parte de mi vida. Su hedor se huele en la portería, la calle, incluso al salir al balcón. Salgo a la calle y allí está ella; y me veo pidiendo permiso para acceder a mi propia casa, y el día que no la encuentro en la portería doy gracias por ello. Eso sí: no salgo sin llevar un pequeño desodorante en spray conmigo, por si le diera por hacerle algo a mi perro o a mí.
Y si salgo al balcón, allí está ella, tumbada en un banco, mirando lo que hacemos, como si estuviera acechando.
Es como una guerra de desgaste en la que, cualquier acción por nuestra parte acabaría en una escalada de violencia donde los vecinos tenemos las de perder, ya sea por lo que nos pueda hacer, o porque (según la policía) si no hay agresión física, ellos no pueden hacer nada.
Así que, por el momento, y hasta que no encontremos una solución, nos toca vivir bajo el acecho constante de Nunu, que hace lo que quiere y nos amarga la vida sin miedo a represalias, sin miedo a perder nada.