Las lágrimas empapan la almohada a la que se aferra con toda su vergüeza. Se encoge, se hace un ovillo y sólo quiere llorar, salir corriendo de esa cama, huir y esconderse en la otra punta del mundo. La pasión que hace un momento incendiaba sus ojos azules se ha convertido en un pudor primario. Acaba de estrenar la mayoría de edad, la independencia y el sexo y nunca se ha sentido peor.
Se ha desnudado para él. Con la camiseta ha dejado caer al suelo su timidez, con los vaqueros se ha quitado su piel de niña y al ritmo de sus caderas ha conseguido sacudir complejos y tabúes. Ha visto crecer su polla debajo del slip, pero aún no puede ni adivinar el deseo que recorre su cuerpo, que golpea su sangre, que nubla su piel y eriza su mirada.
Él hace tiempo que no estrena nada, si acaso una camisa de vez en cuando y poco más. Está de vuelta de todo y no puede creer la dicha de acariciar una piel nueva, suave, inexplorada. La ha besado, la ha acariciado, ha descubierto su cuerpo y al mirar sus ojos sólo ha acertado a decir: «Eres voluptuosa».
Todos los complejos que hace unos minutos han caído al suelo como purpurina la aplastan como piedras. Ha vencido sus miedos, se ha entregado y a él no se le ocurre otra cosa que llamarla gorda. Se da la vuelta, se abraza a la almohada, no quiere verle ni que la vea y las lágrimas brotan con rebeldía infantil. Ahora sí que se quiere morir y trata de disimular.
Él la abraza desconcertado, con toda la ternura del mundo. Trata de consolarla aunque no entiende qué está pasando, supone que es la falta de experiencia de ella lo que provoca su llanto y le acaricia con dulzura el pelo hasta que se queda dormida.
Han pasado algunas semanas desde aquella noche y la palabra sigue resonando en su cabeza. Deja los apuntes y se levanta, va hacia la estantería y coge el diccionario, pasa las páginas y busca por la letra V. Lee la definición y se siente más niña y más tonta y más mujer y más bella que nunca. Voluptuosa: que despierta placer en todos los sentidos.