Yo no soy comerciante pero mis padres sí lo son. Tienen una librería desde hace muchos años, un establecimiento que ya fue de mis abuelos y que ellos heredaron. Un pequeño negocio que, dicho sea de paso, se mantiene porque les quedan apenas 5 años para jubilarse.
Veo a mis padres a diario como ponen todo su empeño en salir adelante. Han pasado temporadas mejores y peores, pero como las de ahora, ninguna. Dicen que la gente ya no valora nada, que el sector se está yendo a pique por culpa de las grandes plataformas de venta online. Y yo, que soy ingeniera informática, no puedo más que darles la razón.
Hace algunos años los convencí para que se abrieran una tienda online y así digitalizar un poco el negocio. La mantuve actualizada durante algunos meses y les enseñé todos los pasos para poder mantener al día sus ventas online. La cosa no funcionó, dicen mis padres que lo suyo no es eso, que les parece fenomenal pero que su tienda no está en internet sino en ese pequeño local decorado con mimo y cariño, en el que pueden charlar con cada cliente, donde organizar círculos para los amigos de la literatura. Siempre me volvió loca su tienda, aunque también es completamente cierto que poco a poco se está apagando.
El título de mi post viene a coalición de lo que ocurrió el otro día. Fue este sábado y coincidió que yo estaba echándoles una mano con el empaquetado de regalos. Unas chicas de unos 30 años se acercaron a mi madre y le enseñaron la imagen de una portada de un libro, mi madre les comentó que ese en concreto estaba agotado pero que tenía disponible otra edición anterior, por si les servía. Entonces la chica, ni corta ni perezosa, le respondió con toda la amabilidad del mundo que »le daba las gracias pero que quería ese en concreto porque para comprar el de otra edición ya lo hubiese pedido a Amazon». Ni cuenta se dio de lo que estaba diciendo.
Me quedé tan impresionada que en cuanto estuvimos solas lo comenté con ella. Resopló y me dejó caer que ese tipo de comentarios es su pan de cada día. Clientes antes habituales que entran a saludar y a comentar algún libro que ya se han leído porque lo han comprado online en grandes plataformas en las que consiguen todo, incluso, por debajo del precio de editorial.
A la gente ya le da igual todo. Esperan a que lleguen sus paquetes a casa, todos esos pedidos a los gigantes de Asia y EEUU, y además también pretenden que el ambiente festivo de las ciudades continúe intacto. Veremos lo que ocurre dentro de unos años cuando poco a poco los comercios de siempre echen el cierre.
Pues eso, que este año no olvidéis restregarle a vuestros comerciantes de confianza vuestras compras en grandes plataformas. Visto lo visto es la nueva moda.