Reproducimos un testimonio que nos llega a [email protected]

Estoy en proceso de asimilar lo que me pasó en mi última relación hace ya 5 años.

Aunque tiene nombre, no se lo he querido poner hasta hace bien poco, en el momento que he empezado a hablar de ello abiertamente. No sé si se llegará a publicar, es lo de menos, pero se que escribirlo me libera, pero lamentablemente quiero permanecer en el anonimato, no por mí, por mi familia que me vieron hundida sin saber el porqué.

Hace 6 años, una noche loca me lié con un amigo que me encantaba desde que le conocí. Cuando nos conocimos tenía pareja, luego tuvo otra, y otra, y otra… Yo solo esperaba mi momento. Nos llevábamos bien y ese día llegó. Se presentó en mi casa y follamos como nunca.

Después de ese día seguimos quedando, hacíamos planes, follábamos (¡vaya si follábamos!). Pasaban los meses y salíamos de fin de semana, vacaciones… Yo consideraba que tenía una relación con él.

Todos estos planes parecian maravillosos, pero había un detalle: yo no estaba en esos planes.

Me explico: nuestros amigos en común sabían que él iba o venía, pero de mí no tenían idea, yo simplemente desaparecía o decía que estaba ocupada. De nuestra relación tampoco tenían ni idea, o eso aparentaban.

Quedábamos varias veces por semana para salir a tomar algo, ver películas, dormir, y follar. Seguramente mis mejores polvos han sido con él. Pero también los peores: hice cosas que no quería hacer en el sexo, o más bien las hizo después de mis negativas. (También tiene nombre).

Llegamos a hacer un viajazo, yo me moría por contar todo lo que iba a conocer, pero no podía. «Que vayamos juntos no le interesa a nadie», «Cuanto menos sepa la gente, menos se meten» decía cada vez que yo quería contar algo, porque sí, le pedía permiso.

En ese viaje quería comprar recuerdos para traer a familiares y amigos (no a los amigos comunes, obvio), pero tampoco le hacía gracia, aunque tuve que agradecerle que «me llevase» un día de compras. Ese viaje fue el principio del fin.

Me enteré de que en una conversación con esos amigos en común les había contado abiertamente que había viajado conmigo. ¿Perdón? Yo no había dicho nada a mis amigas por sus comentarios, me lo había comido todo, y luego él lo casca así como si nada, dejándome a mí a ras de suelo. 

Un par de meses después salió de mi casa diciendo entre risas «espero que hayas disfrutado, porque es la ultima vez que vengo». Y así fue. Llevábamos más de año y medio juntos.

Una semana antes había entrado a una chica nueva en nuestro círculo y yo ya vi como se miraban. Desde el gran viaje veía que algo fallaba, lo de la chica no era más que un síntoma más.

Quedamos para hablar porque yo no entendía nada, de repente me hacía «goshting». Me dijo que llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza y que el viaje había sido para pensar. ¿En serio nos vamos al otro lado del mundo para que tú pienses si quieres seguir conmigo?

Así pasaron un par de meses, dándome una de cal y otra de arena, porque sí, de vez en cuando quería tomar algo conmigo, incluso me propuso hacer una escapada de fin de semana. Yo quería recuperarle y hacía lo imposible por estar con él, estaba totalmente ciega. Y efectivamente, estuvo jugando conmigo mientras conquistaba a la chica nueva. 

Nunca me quiso reconocer esa relación. A mí no, pero en nuestro círculo sí. 

Supe que lo habían dejado un tiempo después, y yo intenté que al menos fuésemos amigos. 

Dos años más tarde me di cuenta de que me seguía utilizando (a mí y a cualquier persona de su entorno) cuando no tenía plan, y monté el espectáculo delante de varias personas. 

No fue mi mejor actuación, pero sí la que mejor sabor de boca me ha dejado a la larga: me dejó de hablar y conseguí tener cero contacto con él. 

Agradecida es poco. Ahora me he dado cuenta de que no fui tonta, no. Fui machacada psicológicamente durante mucho más de lo que duró la relación. ¡Yo! Que no me pierdo una manifestación del 8M, que creo firmemente en el potencial de cada mujer, que mi color favorito es el morado… Sí, yo también he sufrido algo que no veía, que nunca toleraría en una amiga, que me prometí no volver a sufrir. 

No somos tontas como muchas veces nos decimos.