Hace poco llegó a mis oídos una crítica sobre mi gusto seriéfilo.

No es que me haya sentado mal, pero quiero explicar el por qué de esa realidad.

El comentario era sencillo, me acusaban de solo ver series de adolescentes. No es del todo verdad, porque veo de todo, pero tengo un especial interés por todas las series en las que la chavalada se ve envuelta en torbellinos de amor que yo zanjaría bien pronto.

Voy a volver a quedar como una salida, pero los empotramientos adolescentes son los mejores y ver series de ese estilo me teletransporta a mi época de guarri-puti.

Cuando te haces mayor y monógamo, pasa lo siguiente: o estás muy cansado para innovar o muy cansado para follar.

¡Triste pero cierto!

Seguro que habrá gente que me diga que no es su caso, pero entre el trabajo, peques, suegra, madre y un largo etc, no da la vida para más.

Siempre intentamos “encontrar nuestro momento”, pero no es fácil.

Sin embargo, te pones un capítulo de cualquier historia de ficción donde todo es muy intenso, dramático y existencialista y te ríes tanto de sus reacciones como de la tontería que tienen en el cuerpo, que se te olvidan todas las preocupaciones.

No quería decirlo, pero hay muchas escenas mue excitantes, no solo a nivel sexual, sino a nivel romántico, donde vives el drama del primer beso, el ansia de que no te llame y la rabia de verle con otra. Además, en mi época habían pocos ejemplos de amoríos entre gente del mismo sexo y las series actuales dan una visibilidad que hubiera sido necesaria en mis tiempos mozos.

Pero ya que estoy de confesiones, voy a admitir que este tipo de entretenimiento es muy lúdico porque no piensas en nada más que en conquistas, los líos que pueden tener los unos con los otros y lo que harías tú en su lugar.

Te hago ya un spoiler, a mí Cabano no se me hubiera escapado, te lo digo ya.

Lo mejor de todo es que no solo veo series de teenagers actuales, sino que rescato viejas glorias en las que los protas tenían en aquel entonces la misma edad que tenemos tú y yo ahora, pero chica, los focos eran mágicos y se les caían de repente 20 años de los bolsillos.