Me llamo María, tengo veinte años y hace un año me salió un tumor en el ovario.

Tumor, qué palabra tan desagradable y asustadiza. Empezaré desde el principio.

Mediados de julio 2014, voy a la piscina tan contenta con mi chico y al tumbarme bocabajo para tomar el sol, creo haberme tumbado encima de un montículo de hierba. Qué incómodo, me cambio de lado. Vuelvo a tener la misma incomodidad. Qué raro. Me toco la parte baja de la tripa, la exploro un poco (creyéndome ginecóloga, que no lo soy) y veo que estoy algo hinchada y que tengo algo «duro». Hago cuentas y descubro que estoy ovulando. Como mis reglas siempre son muy exageradas, le quito importancia (mal hecho). A la semana me viene la regla, de forma regular, y sigo notando la tripa dura. «Si sigue así cuando pasen unos días, voy al médico». Odio ir al médico, me asustan, no me gustan, tengo el «síndrome de la bata blanca», que diría mi madre, así que solo acudí a que me vieran después de que me diera un dolor muy fuerte, me volviera a «explorar» y viera que eso que estaba ahí tenía un fin y parecía una masa.

Empiezo a asustarme, a buscar en internet (mal hecho), pero por suerte esa misma semana me dieron cita para el médico.

Finales de julio 2014. Primera cita con la doctora de cabecera. No era mi doctora habitual, pero era una mujer majísima que me trató muy bien desde el principio. Solo con levantarme la camiseta ya me dice que sí, que algo tengo ahí. Me tumbo, me explora (ella lo hace de verdad, con criterio) y empieza a hablarme de la posibilidad de que sea un teratoma. ¿Teratoma? ¿Y eso qué es? «Un tumor que sale en el ovario, generalmente bueno.»- mi doctora.

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¿CÓMO? ¿TUMOR? ¿YO? ¿TAN JOVEN? ¿QUÉ DICES? ¿ME VOY A MORIR? ¿ME VAN A OPERAR? ¿¿¿¿CÁNCER????

Así estaba yo. Asustadita asustadita. Ella me comprendió casi sin que yo tuviera que decirla nada, me explicó los tipos de teratomas que puede haber y las formas de quitármelo. Porque sí, me lo tenían que quitar de alguna manera, no iba a desaparecer solo. Me puso en categoría urgente preferente y pidió cita para que fuera al ginecólogo.

Una semana después, la primera ecografía. «Efectivamente María, tienes una masa que procede del ovario, un tumor, que te tenemos que quitar.»

Empiezo a marearme, claro. Y al salir de la consulta lo primerísimo que hago esa noche es buscar en internet. Ay, qué malo es a veces tener tanta accesibilidad a la información. Fue de lo peor que pude hacer, porque solo incrementó mi miedo. Decidí que era mejor calmarme y volver a ver a mi doctora para hablarlo todo muy bien hablado con ella.

Mientras tanto, eso crecía por momentos y me empezaba a salir tripita.

A lo largo de un mes me hicieron cuatro ecografías y una resonancia, con tres o cuatro visitas a mi doctora entre medias, que seguía mi progreso con una entrega que nunca seré capaz de agradecerle lo suficiente. TODO ESTO EN LA SANIDAD PÚBLICA. Aprovecho este momento para mostrar todo mi apoyo, facilitaron todo esto al máximo. Prosigo.

Los resultados de las ecografías eran básicamente las medidas que el tumor iba teniendo a lo largo del tiempo, y la resonancia daba pruebas que nos acercaban a la certeza de que mi tumor no era malo (tumor malo=cáncer). Yo seguía sin fiarme y asustadísima, pero ya veía el final del camino. Me dicen la fecha de mi operación, 15 de septiembre de 2014.

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Cita con el anestesista, que me comenta la posibilidad de ponerme la epidural. ¿EPIDURAL? ¿PERO ESO NO ES PARA EMBARAZADAS? ¿NO TE PINCHAN EN LA ESPALDA? Ay ay ay, a mí no me pongas eso. Esas fueron mis palabras literales. Me dice que es un «refuerzo» de la anestesia general que me calmará los dolores posteriores a la operación, pero aun así me niego.

Cita con el cirujano, que me dice que el tumor es tan grande que ya no podemos saber con exactitud su tamaño porque es imposible apreciarlo en una ecografía. Me comenta que puede estar pegado a otro órgano, el hígado, el estómago o los intestinos, y que intentarían despegarlo y que si no pudiesen me quitarían un trocito del órgano pegado. Que me quitarán el ovario entero desde el que ha salido el tumor. Que no sabe muy bien cómo me van a abrir por temas de la dimensión del tumor (llegó a medir 17cm de alto, 9 de ancho, y yo con una tripa de embarazada de cuatro meses). VAYA, CUANTA TRANQUILIDAD. Hablo de nuevo con mi doctora y me dice que puedo vivir igual con un ovario, que éste trabajaría por los dos y que ovularía y me vendría la regla de forma normal. Me tranquilizó muchísimo.

EL DÍA DE LA OPERACIÓN. Ay mamá, qué miedo que tengo. Por supuesto que no compartí mi miedo con nadie, solo una vez con mi chico. Mi familia y él estaban muy preocupados y lo estaban pasando fatal, por lo que yo preferí hacerme la fuerte. Ingreso a las ocho de la mañana, me llevan al quirófano y van a ponerme la epidural. QUE NO LA QUIERO. Pero bueno, me convencen y me pinchan. PRIMERA COSA QUE NO ERA PARA TANTO. Un pinchacito, unas cosquillitas y ya está. Cómo lo agradecí después.

Me despierto en torno a las once de la mañana en la sala de recuperación, y vienen un par de enfermeras para decirme que todo ha salido bien. Medio drogada, me vuelvo a dormir y a las dos de la tarde ya estaba en habitación.

Era lunes, el miércoles antes de comer ya estaba recogiendo porque me daban el alta horas después. Tenía dificultades para moverme, no podía levantarme sin ayuda y andaba muy poquito. Me sentó mal la anestesia y la vomité (normalmente se expulsa por la orina). Esos fueron los peores momentos de todo el proceso por el dolor que me causó. Pero no duró mucho, ocurrió el mismo lunes y el martes ya quería comerme una hamburguesa (y la cené, gracias papá).

Un mes de reposo en casa, ir con cuidado, ser dependiente de mi madre, no poder salir. Eso también fue bastante malo, ya que yo soy un bicho inquieto y no puedo estar entre cuatro paredes. Pero eso también se pasó.

¿YA ESTÁ? ¿TANTO PARA ESTO? Efectivamente, eso fue lo que pensé el primer día que llegué a casa. Tanto susto, tantos llantos yo sola, tanto mal rato para que al final todo pasara súper deprisa y con insuperable resultado.

Respecto a la cicatriz, que seguro que también os inquieta, me pusieron puntos internos en la trompa orgánicos que se reabsorben, y para la de fuera (cesárea) me pusieron unos puntos azules que me quitaron a la semana de la operación. Después, crema del mercadona con aceite de argán y un año después apenas se aprecia.

He escrito esto para animar a las chicas o mujeres que se encuentren en esta misma situación, o tengan a alguien cercano en ella. Yo tuve mucha suerte, no fue para tanto, no fue a más, no fue peligroso, fui muy afortunada pero la mayoría de las veces que sale un quiste que se descontrola acaba así, siendo «casi nada». Para que no tengan que buscar artículos de expertos que puedan confundir en internet y aquí puedan leer un testimonio real. Yo no soy doctora, ni  estudio para ello, por lo que lo que cuento aquí es desde mi visión de las cosas y de mis recuerdos, lo que yo viví. Ánimo, cada día es un día menos para que se acabe. Apoyaos en vuestras familias, os entenderán y cuidarán como nunca.

Gracias a todos los que me cuidaron a mí y a los que cuidan a la gente que está en situación similar.

Autor: María Olivares (@MariaOl211).