Esta es la historia que jamás pensé que escribiría. Si echo la vista atrás, enseguida me encuentro con aquella Virginia, Vicky, como me llama todo el mundo, recién salida de la uni y cuyo máximo agobio era decidir cuál sería su próximo destino vacacional. Todo era perfecto, o así lo veo ahora, seguro que entonces algún problema tendría, pero ahora lo veo todo tan relativo…

Un año y pico después de salir de la uni me ficharon en un reputado estudio de arquitectura de mi ciudad, donde empecé metiendo mil horas como becaria, y seguí metiendo las mismas horas como arquitecta dedicándome, sobre todo, a la rehabilitación de edificios. Como digo, siempre con mucho trabajo y bajo mucha presión, pero contenta de estar haciendo lo que siempre había deseado para mi carrera profesional.

Edu entró a trabajar en el estudio al cabo de un tiempo, y conectamos desde el principio. No tardamos prácticamente nada en empezar a salir, y, aunque la jefa torció un poco la cara al enterarse de lo nuestro, lo cierto es que con tan poco tiempo libre, lo mejor para mi jefa es que nos tuviéramos el uno al otro dentro del estudio; de esa manera, al menos, estábamos juntos mucho rato aunque no tuviera nada de romántico. Aún así, fue muy bonito.

Conseguimos compaginar nuestra relación personal con nuestro trabajo, que para ambos era nuestra pasión, y tengo un grandísimo recuerdo de aquellos años, que tantos logros y algún que otro premio nos trajeron. Nos casamos y yo me quedé embarazada, a raíz de lo cual redujimos los dos parte de nuestra jornada.

Nuestra vida cambió, por supuesto, con la llegada de Jon y, dos años más tarde, la de Mikel, porque tanto Edu como yo teníamos claro que queríamos dos hijos que no se llevaran mucho tiempo entre ellos. Nuestras perspectivas cambiaron; nuestras prioridades, todo.

Empezamos a valorar, casi por primera vez en la vida, el tiempo de descanso, de ocio en familia, el sueño, todo aquello que nuestro trabajo nos había hecho relegar al último puesto siempre. Solo entonces conocimos la felicidad y la tranquilidad, a pesar de nuestros dos terremotos. Desgraciadamente, aquello no duró eternamente.

Edu cayó con una neumonía que lo tuvo hospitalizado y que nos tenía muy preocupados, puesto que era en medio del verano y sin una razón aparente para haberse puesto tan grave. Al hacerle un escáner para descartar que hubiera nada más serio, el resultado nos cayó como una losa de piedra. Era un cáncer de pulmón bastante extendido lo que le había provocado todo aquello, y el diagnóstico no era bueno.

Le pusieron tratamiento de quimio inmediatamente y mejoró bastante, la verdad es que el personal sanitario fue impecable en todo el proceso y estuvo disponible día y noche para todo lo que necesitáramos. Nosotros, como familia, nos unimos muchísimo. Jon y Mikel eran pequeños para saber exactamente qué estaba pasando, pero Edu decidió que si lo único que iban a tener de su padre eran recuerdos, serían los mejores recuerdos.

Se entregó al cien por cien, no tengo palabras para expresar la admiración que sentiré siempre hacia él. Él murió hace dos años ya, y yo me quedé en la más absoluta miseria emocional. No tenía fuerzas más que para mantener las formas delante de los críos. Todo lo demás me daba igual, nada merecía ya la pena. Me daba igual que me dijeran que el tiempo todo lo cura, que tenía que tener paciencia, que poco a poco iría mejorando…

Yo no me creía nada. No me veía capaz de volver a sonreír, a divertirme, a disfrutar (un poco aunque fuera) de la vida sin Edu.

Ahora, después de dos años y con la inestimable e imprescindible ayuda de Rosa, mi psicóloga, no me creo los pasos que he dado hacia adelante. Y no pretendo engañar a nadie: yo sigo pensando en Edu todos y cada uno de los días que pasan. Pero puedo sola. Puedo reírme y me río, puedo disfrutar y disfruto, puedo bailar, y, de vez en cuando bailo.

Ahora veo vivir como un deber que tengo yo, que sí he podido. Por Edu y por todas aquellas personas que no pueden llegar a hacerlo, a las que se les quita el derecho demasiado pronto. Sé que él quería toda la felicidad del mundo para mí y no voy a fallarle.

Virginia.

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