Mi relación con mi novio siempre fue ideal. Nos compenetrábamos de una manera tan natural que cuando fuimos a vivir juntos apenas había cosas que acordar, todo iba surgiendo y resolviéndose sobre la marcha sin conflictos. Él era muy detallista conmigo. Siempre cuidaba los detalles, me preparaba una infusión cada noche antes de acostarse cuando me quedaba trabajando hasta tarde en el ordenador. Me quitaba las gafas y me tapaba con una manta cuando me quedaba dormida en el sofá viendo una peli. Se acordaba de las cosas que me gustaban y se curraba unos regalos de cumpleaños increíbles.

Pero el tiempo fue pasando y las cositas de la convivencia empezaron a crear roces y malestar entre nosotros. Bueno, realmente en mí, porque a él le daba igual.

Jamás recordaba cuando llegaba el seguro del coche y tuvimos que pagar una multa por andar con el coche sin seguro, pues al no tenerlo domiciliado… Esa multa se pagó con recargo, pues se iba a encargar él de pagarla lo antes posible, pero eso no sucedió.

Cuando cambiamos de banco yo me encargué de cambiar todas las domiciliaciones que tenía en mi cuenta y algunas de la suya de cosas que estaba autorizada a poder hacerlo. Todo lo hice yo excepto la compañía con la que teníamos el teléfono e internet. El contrato estaba a su nombre y, aunque yo podía haberlo hecho a través de internet con esa página odiosa que se cuelga veinte veces, consideré que él también debía hacerse cargo de alguna de esas cosas, pues toda la responsabilidad había caído sobre mí porque sí. Semanas más tarde, me levanté, encendí mi ordenador para cumplir con mis horas de teletrabajo y no funcionaba internet. Cuando quise llamar a mi novio para preguntar si sabía qué podía estar pasando me di cuenta de que tenía la línea cortada. Tuve que bajar al bar de abajo para conectarme al wifi y poder escribir a mi trabajo diciendo que me encontraba indispuesta para conectarme esa mañana.

Él estaba en la oficina, por lo que pude localizarlo rápido. No pude expresar todo mi enfado porque estaba en un bar, pero sí que le dejé clara mi postura. ME dio la razón, me dijo que lo sentía, pero él estaba trabajando y no podía salir para solucionarlo, así que debía ir yo al banco y llamar a la compañía. Tardaron dos días en reestablecer los servicios y yo tuve que trabajar desde casa de mi madre para intentar evitar que me despidieran (además de pagar un recargo como penalización).

Las cosas en su trabajo empezaron a ir mal y en la segunda remesa de despidos, se fue a la calle. Se quedó con un paro muy pequeño y los gastos de nuestra casa eran bastante altos, así que debíamos apretar el cinturón durante un tiempo para no vernos demasiado ahogados. Estando en casa aburrido decidió agradecerme el esfuerzo de haber retomado mi trabajo presencial por el que me pagaban un poco más que cuando teletrabajaba haciéndome un regalo. Se gastó más del doble de lo que yo ganaba a mayores en dos regalos que me esperaban en la mesa en la que descansaba una elaboradísima cena llena de productos muy caros que, en ese momento, no nos podíamos permitir.

No entro demasiado en los detalles de las discusiones que teníamos, pero básicamente era yo muy enfadada y él, con cara de no haber roto un plato, diciendo que lo sentía muchísimo, que no lo había pensado bien, que su intención era buena… Pero por sus buenas intenciones, ese mes debía coger las horas extra de los sábados que nos ofrecían para poder pagar las facturas.

Este tipo de cosas hicieron resentirse a nuestra relación. Este tipo de cosas, pero llevadas a lo más cotidiano, siguieron afectando a nuestro día a día hasta que me di cuenta de que yo estaba trabajando muchísimo más de lo que antes necesitaba, encargándome de todo (no solo económicamente, sino también a nivel organizativo). Es cierto que él hacía muchas de las tareas de casa, pero yo, como si fuera la coordinadora del hogar, cada día tenía que pasar por casa, ver lo que había que hacer y dejarle una lista de las tareas que debía hacer. Por supuesto, las más urgente solía dejarlas para el final y perdía muchísimo tiempo en otras tonterías sin importancia. Es cierto que nunca tuve mi estantería de novelas románticas mejor ordenada y clasificada, y sería un detalle precioso, si no fuera que el baño llevaba dos semanas sin limpiarse y lo acabé limpiando yo.

Finalmente me cansé cuando me vi una mañana haciendo aquella lista de tareas que él debía cumplir mientras preparaba el café para pasar todo el día en un a oficina en la que había conseguido un montón de privilegios a los que había tenido que renunciar por él. Me di cuenta de que, mientras estaba en el trabajo, me encargaba de pagar telemáticamente las facturas, estaba pendiente de las felicitaciones de cumpleaños de su familia… Mientras él solamente ejecutaba una parte de las tareas y vivía con cero carga mental, aun sabiendo la ansiedad que a mí me ahogaba.

Decidí irme. Nos separamos porque yo ya no podía más. Me fui a un piso pequeñito que podía pagar perfectamente con mi sueldo recuperando mis horas de teletrabajo y mis findes libres. Pero entonces me empezaron a llegar las opiniones de amigos comunes e incluso de su madre, de cómo lo había dejado tirado, de cómo no me había hecho responsable de nuestra situación económica…

Pues así es como se ve desde fuera. Así es como opina la gente que solamente ve una parte sesgada de una relación. Pero yo he aprendido a lidiar con la culpa en terapia y sigo con mi vida tranquila sin tener que responsabilizarme de un niño de 35 años.

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

 

 

 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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