Los hombres guapos siempre lo han tenido más fácil, al igual que las mujeres guapas, claro está. Un físico agradable abre muchas puertas y te sumerge en un mundo en el que toda la gente te sonríe sin necesidad de que tú le hagas siquiera una carantoña. En una sociedad en la que las primeras impresiones son la base de todas las relaciones, estas criaturas bellas se han acostumbrado a no tener que mover un dedo para conseguir lo que quieren así que puedo permitirme eso de generalizar y aseverar: los guapos (que yo he conocido y en su mayoría) son gilipollas.

Si el camarero es guapo es el que recibe más propinas. Si el vendedor es guapo es el que tiene más clientes. Si el peluquero es guapo… ¿para qué cambiar de peluquería? El físico rige nuestras vidas, a veces inconscientemente y somos los no tan guapos los que hemos creado esos pequeños monstruítos que nos rodean creyéndose dioses.

No hablo de chicos monos, de resultones, de los que solo son guapos con barba. No, hablo de esos que te miran por la calle y no sabes si agachar la cabeza o abalanzarte. De esos como el rubito de ojos azules que te rechazó en primero de la ESO porque a tu amiga Leticia le salieron las tetas antes que a ti y claro, el guaperas de la clase siempre puede elegir. Es precisamente en ese mismo momento, cuando son todavía críos, que se acostumbran a ser los reyes del mambo y nosotras, pavas como siempre, les demostramos que independientemente de su coeficiente intelectual babearemos tras ellos.

La personalidad es algo que se forja cuando te das cuenta de que tu físico no te llevará al fin del mundo (especialmente cuando en vez de 20 tengas 40 y tu calva brille al sol). Hay algunas personas que nunca llegan a hacerse esta reflexión porque su cara bonita lo hace todo por ellos,  por lo que no tienen la necesidad de currarse según qué aspectos de su carácter. Esto está íntimamente relacionado con eso que dicen de que los gorditos, por ejemplo, son más simpáticos. Bien, habrá gordos gilipollas, pero la realidad es que como a la mayoría no le entran por los ojos, la gente menos agraciada recurre a desarrollar cosas como el sentido del humor, la ironía o la empatía  para poder hacerse un hueco y entablar relaciones. Si son las tías las que me entran a mi, ¿para qué voy a ser especialmente cortés? Si en la tienda ya me atienden el primero por lo bueno que estoy, ¿para qué voy a guardar la cola?

No me entendáis mal, como bien he dicho antes, creo que esto es un mal de todos. Somos el resto los que propiciamos que estas personas se sientan superiores y es que casi les incitamos a ello cuando hasta desde niños les tratamos y miramos diferente. Les hacemos crecer en una burbuja de piropos constantes y rodeados de personas que corren tras ellos con la vista entretenida y el corazón en trocitos. Les convertimos en seres caprichosos que desconocen la palabra rechazo, en seres con vidas en las que al menos de primeras el ‘sí’ está garantizado. Pero si hay algo que define a estas personas afectadas por ‘el mal de los hombres guapos’ es la falta de empatía. Jamás se pondrán en tu lugar, ellos no saben lo que es tener que llamar la atención con algo que no sea una espalda ancha y unos ojos claros. No insistas, nunca comprenderá porqué te acomplejan tus michelines o porqué te da miedo invitar a tu vecino a cenar. Ponerse en la piel de otro es algo que solo está al alcance de los que han vivido fuera de la burbuja y aunque te digan que sí, es mentira, ellos nunca lo entenderán.

Por si fuera poco, redes sociales como Tinder no han hecho más que fomentar este ‘mal de los hombres guapos’. Por si no lo tuvieran ya fácil de nacimiento, ahora resulta que tienen aplicaciones en las que con tan solo subir una foto las tías hacen cola y sacan número como en la carnicería para pasar un rato con ellos. El mundo de las citas se ha convertido en una auténtica jungla en la que 4 tíos resultones se están repartiendo toda la carne. Pues os cuento una cosa, los hombres más atractivos con los que me he acostado en mi vida han resultado ser auténticos chascos en la cama. Egoístas y narcisistas tan enfrascados y acostumbrados a su propio placer que se han olvidado (si es que alguna vez supieron donde está) el punto G de una mujer.

Pero yo, yo voy en busca del auténtico unicornio. Tras un guapo tras otro y un fraude detrás de cada uno de ellos, me he dado cuenta de que lo importante no es que sean pibones, sino que no lo sepan. No os voy a ir con el rollo de que lo importante está en el interior ni con moralejas Disney, pero sí os digo que al final la belleza está en el equilibrio y yo he llegado a la conclusión de que prefiero un poco menos de guapura en la cara y más en el corazón.

Conquistar lo hace cualquiera. Cuidar, amar, proteger y hacer prosperar lo conquistado, sólo un hombre de verdad.