Dice mi hermana que aún se me nota. Cuatro años y un precioso niño después, sigo sin dejar que me abracen. Que me quieran. Que me besen.

Cuatro años después sigo viviendo a la defensiva. Pero un poco menos.

Cuando estás siendo maltratada no lo quieres ver. A mi jamás me levantaron la mano. Pero las hostias en el alma tardan mucho más en curarse. Mucho más que cualquier brecha.

Cuando la persona a la que idolatras te dice “nadie va a quererte como yo» tú te lo crees. A pies juntillas. Y piensas que no vales nada.

Cuando te humilla, cuando te machaca el alma, el amor propio, cuando te deja sola después de un viaje en avión (y a ti volar te supone un ataque de ansiedad) para salir a drogarse con sus amigos. Ahí te crees que no vales nada. Que no sirves para nada. Y lo peor de todo es que crees que todo lo que te dice, te lo dice porque te quiere y quiere que cambies para que seáis felices.

Cuatro años después he aprendido a quererme, a amarme bien fuerte. A querer mis defectos, a vivir segura de mi misma. He dejado de ser débil mentalmente. Pero aún tengo carencias. Aún me cuesta creerme que me quieren, aún no he aprendido a abrazar, ni a que me abracen. No sé aceptar un cumplido y sigo cultivando mi fama de borde.

Cuatro años después tengo, y aún no se cómo, una buena relación con mis amigos, con mi hermana y con mi hijo. Pero que nadie se equivoque. No soy esto gracias a él. No soy madre gracias a un mierda. Que va. Lo soy a pesar de él. Porque aunque durante meses no lo creí, sobreviví. A él, a mi misma. A mis miedos.

Y quería que tú, lectora de WeLoverSize que sufres lo mismo, supieras que se pasa. Que sobrevives. Que te haces a ti misma a pesar de los monstruos. Que aunque no lo parezca, de verdad, hay esperanza.

Anónimo