Soy una chica de 28 años, mitad española mitad italiana. Mido 1,78 y siempre he sido la más alta de todos los saraos. Soy de complexión normal, más ancha de caderas que de busto (bonita manera de decir que estoy bastante plana). Estoy en mi peso, pero si me descuido puedo engordar mucho. Tengo el pelo muy rizado, negro y largo, una nariz grande y unos ojos grandes, una boca pequeña, dientes alineados y tendencia al acné. Mis pies son enormes, lucho a diario contra mi vello corporal , que no es poco –si pudiese viajar en el tiempo le cortaría las manos a la primera loca que se arrancó un pelo– y todo el mundo sabe que soy muy torpe y descoordinada (de hecho no sé cómo aún no me he despeñado por algún sitio). Me suelen decir que huelo bien porque me tengo que echar productos en el pelo para domarlo. Me muerdo las uñas, no tengo ningún sentido de la moda ni de la estética en general, no me pinto jamás y no he pertenecido nunca a ninguna tribu urbana porque me daba demasiada pereza dedicarle tanta atención a la tendencia que esta siguiese.

Creo, de verdad, que yo no suelo comentar del aspecto físico de las personas a menos que me hayan pedido consejo u opinión. Todas las mujeres en mi familia tienen sobrepeso y yo las veo preciosas. Ni siquiera me entero de cuando engordan o adelgazan, porque estoy demasiado preocupada tratando de entender si están bien o no. Algunas de mis amigas también son gordas. Unas pocas tienen bigote, o celulitis, o psoriasis, o los dientes torcidos, o muchas pecas, o van siempre despeinadas…  Y aun así son preciosas. También tengo amigos extremadamente delgados y muchos de los chicos con los que he estado eran calvos o estaban a punto de serlo y lucían con orgullo su coronilla de hombre cincuentón, y aun así me gustaban. Otros en cambio tienen pelos en los sitios más insospechados y en cuanto se quitan la camiseta les asoma una incipiente barriga. Los hay que descuidan la higiene y los hay tan obsesionados con el espejo que se pasan el día de selfie en selfie. Hay de todo, de verdad.

He visto a amigas agonizar de hambre y torturarse en los gimnasios para lucir el bikini, hablar durante horas de dietas, caminar descalzas por la calle porque no aguantaban más sus tacones y llegar tarde cuando habíamos quedado porque tenían que plancharse el pelo, pintarse las uñas o elegir el bolso adecuado. Del mismo modo, llevo años oyendo comentarios y opiniones que nunca pedí sobre el hecho de que yo no me maquille nunca, aunque solo sea la raya, de que no me ponga tacones, aunque sean unos bajitos, de que no me alise el pelo, aunque solo sea para dejar un rizo más grande que el mío, de que no utilice bolsos, aunque sea uno deportivo y de que no tenga ningún sentido de la moda ni sepa bailar ni tenga interés por aprender ninguna de las dos cosas. Opiniones que nunca he pedido y que no creo que constituyan una versión mejorada de mí misma, opiniones que yo nunca me atrevería a dar, porque nadie debería sentirse con el derecho de opinar tan libremente sobre el cuerpo ajeno. Nunca nadie aconseja a otros de manera tan descarada que se pongan a leer un libro o que un sábado cambien un plan de botellón por un museo. Pero cuando se trata de mejorar la carcasa, cualquier opinión parece válida. Y no, no lo acepto, porque yo me siento súper cómoda en mis zapatos. Planos, para más datos.

Podré haber sido más o menos dura y directa, y sé que soy muy pesada sermoneando a mi familia y amigos con que se pongan el cinturón de seguridad, con que apaguen las luces y cierren bien los grifos y con que no usen palabras como “retrasado”, “puta” o “maricón”, con que no escriban con faltas de ortografía. Pero de verdad creo que nunca, ni cuando era una niña cruel y descorazonada, me habréis oído aprovechar la gordura de mis hermanas para atacarlas en una pelea, ni habréis visto que me ahorre un piropo a una amiga a sabiendas de que esa noche –como todas las noches- ligaría más que yo, ni les he dicho que quizá ese kebab a las seis de la mañana tras toda la noche bebiendo no sea la mejor de las ideas. Como tampoco me habréis oído decirles a mis novios que esa camiseta no conjunta con el pantalón, que sería bueno que se empezasen a rapar para disimular la calva o que el tabaco, además de apestarle la boca, le hace la sonrisa negra.

giphy (3)

Este es un mensaje para quien quiera darse por aludido y aludida: si yo no te digo que podrías aprovechar tu voluptuoso cuerpo para vestirte mejor, si yo no te digo que podías dejar de hincharte a hamburguesas para estar más sana, si yo no te digo que vistes demasiado formal para el día a día, si yo no te digo que vas tan maquillada que podría pintar las líneas de Nazca sobre tu cara, si yo no te digo que podías depilarte mejor las piernas, si yo no te digo que podías estar un poquito menos obsesionado con el gimnasio y con la ración de proteínas que debes comer hoy, si yo no te presiono para que te compres esa camiseta que me gusta a mí, no entiendo por qué yo tengo que llevar toda mi vida escuchando que podía hacerme la raya del ojo, que podía alisarme el pelo un poquito, que podía ponerme una camiseta más corta o que podría intentar tener más estilo y moverme más delicadamente. Lo que yo oigo tras todas estas opiniones que nunca he pedido es “eres una versión pobre, masculinizada y dejada de ti misma” y me niego a creer que la mujer que me mira tranquila y segura desde el espejo cada mañana necesita de todos esos cambios para que los demás también la vean.

Autor: Alessia Calderalo