Hola a todos/as, antes de contar mi historia os diré que hace muchos años fui feliz. Era una niña alegre, pasaba los días jugando y riendo. Mi familia era mi universo  y yo no necesitaba más.

Un día, un niño pequeño empezó a insultar y a burlarse de aquella niña feliz. Supongo que mi felicidad molestaba a muchos, seguro que era por envidia.  Aquello entristeció a esa niña, la hizo llorar y no querer volver al cole. Sin embargo, la niña era fuerte y no se dejó vencer. No dejó de ser feliz. Tenía cinco años y una familia que la amaba. No necesitaba más.

Los niños a veces son muy crueles, no me vale lo de “son niños y no saben lo que hacen” porque yo sabía perfectamente que insultar, empujar y reírse de los demás niños no estaba bien. Al menos eso me habían enseñado mis padres.

Pero a ese niño le siguieron otros niños y niñas, los insultos iban a más  y los años pasaron.  Esa niña fue creciendo a la misma velocidad que lo hacían sus inseguridades. Sin embargo, aquello no importaba demasiado, ya que se centró en estudiar y sacaba muy buenas notas. Sus padres se sentían muy orgullosos de ella y no necesitaba más ¿o sí?

Sin embargo, un día esas buenas notas dejaron de ser tan buenas, pasó de sobresalientes y matrículas de honor a aprobados y algún que otro suspenso. Su familia ya no era suficiente para ella. Bienvenida, adolescencia. Los insultos siguieron. Las inseguridades iban en aumento. Todo era un caos en su cabeza. Gracias, adolescencia.

Un día sin más, de repente, aquella niña de 14 se puso enferma, no se sabía el motivo, pero ella perdió mucho peso y le dolían todos los huesos de su cuerpo hasta el punto de no poder mover un solo músculo. Era un dolor enorme. Aquello que me sucedía  no tenía explicación o al menos los médicos no supieron dársela a mis padres. Yo solo sentía dolor en todas las articulaciones de mi cuerpo. No quería comer. No podía dormir. No quería vivir.

Tranquilos, “me recuperé” pronto y pensé: basta de lamentaciones. Lucha. Eres fuerte y vales mucho más que ellos. Usa tu inteligencia para vencerles. Y así hice. Una vez más me apoyé en mi familia ¿qué más podía necesitar? pero no es oro todo lo que reluce…

Y es que si los años en el colegio fueron difíciles los que les siguieron en el instituto fueron mucho peores.

Supongo que ya llevaba mucha mierda arrastrando y que se juntó con la adolescencia. La verdad, no lo sé.  El caso es que aquellos niños-no-tan-niños se lo pasaban en grande insultando, empujando y pegando. Yo era su fuente de diversión. Además, no es que yo fuera una niña sin personalidad, NO, yo me defendía todo lo que podía e informaba a profesores, director y jefe de estudios. No sirvió de mucho la verdad.

Me voy a saltar toda la parte dura de maltrato físico (porque lo  hubo). No es necesaria. Sí informar que aquellos insultos se debían en parte a dos cosas, la primera que yo era una niña feliz, querida y amada por su familia, con cero complejos al principio y eso no podía ser. Digo era porque ya no he vuelto a ser feliz. Nunca sonrío y mis ojos siempre están tristes y apagados. Mi madre me recuerda que yo una vez, hace muchos años, era una niña alegre y risueña. Ahora a mis 26 cuesta horrores arrancar una sonrisa de mis labios. Me siguen persiguiendo las pesadillas del pasado. Soy una persona desconfiada y siempre ando con la espada en alza, por si tengo que defenderme (¿defenderme de qué? Ni yo lo entiendo).

Siempre he tenido muchos complejos por mi físico, hasta el punto de no poder mirarme ni en el espejo. Sí, amigos/as, siempre he sido GORDA. Y sí, por eso me insultaban y maltrataban.

Entonces  pensé que quizá el motivo de que yo no fuera feliz eran esos kilos que me sobran. Y dije, pues vamos a ponernos manos a la obra. Tú puedes, chica.  Bueno, han sido tantas las veces que he adelgazado y vuelto a engordar…  pero esta vez será en serio y la definitiva, al menos eso espero.

Y es que llevo una batalla contra esos kilos que ni el Cid Campeador, oiga. En el último año he pasado de 80 kg a 65 kg, de la talla 48 a la talla 38/40. He hecho dieta con una profesional, he ido despacito y me he cuidado mucho. Hago deporte y como más zanahorias que el conejo de la suerte. Estoy tan buenorra que ni yo me lo creo. Me tengo que mirar un puñado de veces en el espejo para creerme que esa soy yo. Sin embargo, NO soy feliz. Ilusa de mí por pensar que bajando de peso acabarían todos mis problemas mentales, mis pesadillas.

La verdad que ni yo lo entiendo y por eso os escribo, porque no sé qué hacer para superar mis fantasmas del pasado.  Doy la imagen de una chica dura y fuerte, con una gran personalidad, sin embargo, no es así. Soy un ser con caparazón impenetrable, tanto para lo bueno como para lo malo. Es como si ser feliz me diera miedo. Encima soy cabezona.

En los últimos años me han pasado cosas maravillosas, me he casado con el amor de mi vida, llevo ocho años con mi chico y me quiere a pesar de todos mis defectos y virtudes, con 80kg o  60kg, con mis locuras y todo. Él es mi gran apoyo, siempre está ahí, al igual que mi familia. Conseguí terminar mis estudios muy satisfactoriamente y trabajo en lo que me apasiona, irónicamente, con adolescentes (soy profe). Además estoy más guapa y delgada que nunca, todo el mundo me lo dice. Sin embargo, siento que no es suficiente y encima, me siento muy culpable. Culpable porque tengo todos los ingredientes para ser feliz y yo no me dejo serlo. No sé si es que me gusta maltratarme o qué me pasa ¿soy imbécil sin más? Incluso a veces no me dejo ayudar por quienes tanto me quieren y me encierro en mi misma. Les hago sufrir y yo lo paso muy mal.

Os cuento todo esto porque sé que muchas culpáis a los kilos de más de vuestros problemas cuando a veces la historia va más allá. A mí me ha pasado. Evidentemente estoy contenta porque he bajado peso, pero no me ha dado esa felicidad que yo creía que podía tener. Si queréis perder peso que sea por salud y no por estar más o menos guapas. Por favor, hacedlo por vosotras. No lo hagáis pensado que seréis más felices, puede que sea así o puede que no.

Sólo espero poder recuperar algún día la sonrisa que aquel niño me robó.

María Murcia