Querido lector, por todos es sabido que los adolescentes tienen la cabeza llena de “y si…” y además estos pensamientos, que en su mayoría son negativos, van acompañados de una baja -pero bajísima, vamos que en muchos casos por los suelos- autoestima y un alto autodesprecio.

A esto hay que añadirle la continua presión social y mediática hacia la “buena” -la que ellos consideran buena, pero eso es otro tema- imagen estética del individuo. Y no, no solo hablo de las chicas. Los chicos también se ven constantemente bombardeados por los estereotipos de la perfecta masculinidad, ya sabéis, el guaperas que con un guiño y una pose que resalte el bíceps deja a la tías en Babia. Actually-everybody-won

Porque sí, hay algo que es peor que ser adolescente, y es ser una adolescente y gorda. Esta mañana en psicología hablábamos de eso. La pregunta ha sido: “¿Cómo debe ser la mujer perfecta?” Mi primer pensamiento han sido adjetivos como independiente, tirá pa’ lante, valiente. Lo primero que han dicho las chicas de mi clase, y repito chicas, ha sido: DELGADA. Vale, sí, si piensas en el ideal de mujer perfecta que nos quieren hacer desear, lo acepto. Pero, ¿en serio se da tanta importancia a eso?

Pues sí, se la da, y muchísima más, además. Las adolescentes somos las que aún cuando no nos aproximamos a la edad perfecta establecida por los cánones de belleza, ya empezamos a estar bombardeadas con imágenes de cómo debemos ser.

Debe ser una creencia popular, tal vez hay alguna de leyenda, oye, yo no sé, que al cumplir los dieciocho, debes ser delgada, con pelazo tipo Rapunzel sin tener la puntas abiertas y haber empezado ya la búsqueda del príncipe azul por el que te estás manteniendo casta y pura. Y si no lo haces, es porque algo estás haciendo mal. Y si el día de mañana eres una mujer exitosa, con muchos galones a tu espalda, pero la gente te ve como una mujer que encima de estar gorda, no ha podido encontrar un desgraciado que se atreva a meter la mano y robarle su margarita, es culpa tuya, por no haber querido matarte de hambre a los dieciocho. Y si tu amiga, a los dieciocho no nos confundamos, debe ser ingresada por tener anorexia, o ser bulímica, es su culpa, puesto que ella ha querido llevar al extremo las modas. Y si a los treinta vas al psiquiatra, porque estás depresiva perdida a causa de tu reciente ruptura con el novio de toda la vida, la culpa no será de nadie, te dirán la típica frase de “aprovecha, tienes tiempo para ti misma” con el típico consejo, al que precede una miradita significativa, “apúntate al gimnasio, es el mejor sitio para encontrarse a uno mismo”.

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Pues oye, mira, para el que ha inventado la leyendita del “debes ser…” voy a cumplir los dieciocho, estoy gorda, mi pelo parece un estropajo de los viejos, por las puntitas abiertas, y no me van los príncipes azules, ni los quiero cerca, ya sabes, por si destiñen. Y, eh, escucha que viene lo mejor, cada día me miro en el espejo y me digo a mi misma: “Ole tu chichi, morena. Estás para tomar pan y mojar hasta la última gota del plato.” Y tras decir esto me pongo los vaqueros, pitillos, eh, para marcar, la camiseta y con un último guiño a mi fabuloso reflejo salgo a comerme el mundo.

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Autor: Sara Pérez.