Después de un modesto pero suficientemente desastroso trabajo de campo, he decidido redactar unos sencillos consejos sobre qué hacer y qué evitar en una primera cita. Ojalá a alguien le sirva de algo.

Me vais a perdonar si empiezo por lo que NO conviene hacer, pero tengo más material negativo. Veamos:

NO al horror vacui. A ver, repite conmigo: un interrogatorio NO es una conversación. Entiendo que los silencios te resulten incómodos, pero pasar de una pregunta a otra sin dejarme ni respirar y sin aportar nada más que interrogantes NO es la mejor forma de hacer que me sienta cómoda.

NO me pidas que decida todo yo. Sí, soy una mujer independiente y estoy acostumbrada a organizar mi vida yo solita todos los días. Precisamente por eso, me encanta que, por una vez, alguien decida por mí y me dé el plan hecho. Quedas mucho mejor con un “Conozco un sitio que te va a encantar” que con “¿Dónde nos vemos?”. Un poco de iniciativa, plis.

NO me hables de dinero. Pocas cosas me bajan más la libido que un hombre jactándose del sueldazo que gana o lamentándose de su penuria económica. Entre las cosas que me interesan de ti, NO está el saldo de tu cuenta corriente. De verdad.

NO me vengas con planes a largo plazo. Aunque no te lo creas, no todas vamos por la vida buscando marido. Por ahora, solo aspiro a pasar un buen rato contigo. Imaginarte en gayumbos apalancado en el sofá los domingos por la tarde me corta un poco el rollo.

NO me cuentes tus penas. Bueno, me las puedes contar, pero NO DURANTE TODA LA NOCHE, por favor. ¿Cómo me va a apetecer volver a verte si haces todo lo posible por convencerme de que tu vida es una mierda?

NO hablemos de la edad. Sobre todo si tienes 10 años menos que yo. Los dos sabemos lo que hay, no hace falta hablar del tema.

NO enumeres tus defectos. A menos que lo hagas con ironía para echarte unas risas. Pero con cara de compungido, NO, por lo que más quieras. ¿O me he perdido algo y andas buscando psicóloga? Se supone que la idea es acabar en la cama, no en el diván, ¿no?

NO a los titubeos con la cuenta. ¿Me invitas a cenar? Estupendo. ¿Dejas que pague yo? Estupendo también. ¿Pagamos a medias? Estupendísimo. Pero ahorrémonos la escenita del “No, no, deja, invito yo, faltaría más…” mientras buscas la cartera sin encontrarla. Es embarazoso para ti, para mí y para el camarero. No y mil veces no.

Podría seguir, pero pasemos a lo que SÍ funciona, que no se diga que no soy constructiva:

SÍ a los mensajitos antes de la cita. Basta una sonrisa, un guiño o un “Qué ganas de verte”. Voy a llegar más sonriente, más guapa y más motivada. Mira tú qué fácil.

SÍ a los piropos. A ver, si llevas días mandándome besitos y corazoncitos virtuales, deduzco que algo te gustará de mí, ¿no? Pues dilo. Y si te mola cómo me he vestido, ¡no te lo calles! (Esto creo que es universal: en una primera cita, ninguna mujer se pone lo primero que pilla. Aunque vaya sencilla, ha elegido con cuidado algo con lo que se siente guapa, así que va a agradecer el comentario).

SÍ a los juegos de miradas. Con lo que molan. ¿O soy el único ser de la Tierra que eleva esto a la categoría de preliminares? Mírame a los ojos, o a la boca o al cuello o donde te parezca (mis tetas no tienen suficiente protagonismo como para despistarte, tranquilo). Y déjate mirar. Ya verás qué bien.

Y si los juegos de miradas funcionan, SÍ a los piececitos por debajo de la mesa. OH, SÍ. (Si has llegado a esto y la tía te sigue el juego, no necesitas más instrucciones, que esta noche follas).

Solo me queda añadir una cláusula de exención de responsabilidad: estos consejos NO son universales. A lo mejor los sigues al pie de la letra y la cagas igual (me consta que hay mujeres a las que eso de los piececitos les pone del hígado y caen rendidas ante uno que alardea de sueldo). Mucho me temo que no hay recetas infalibles, así que seguiremos todos y todas cagándola una y otra vez. Y casi mejor así. Si no, ¿dónde está la gracia?

Anónimo