Me encanta enamorarme cada día. Me monto unas películas yo solita en mi cabeza dignas de las mejores novelas románticas. ¿Alguien más se declara culpable en la sala?

En el metro me enamoro cada día de un chico distinto. Veo entrar a un guapazo en mi vagón que me mira de soslayo. Me sonrojo mientras me fijo en cómo se agarra con fuerza a la barra del convoy. Miro esas manos y me deleito en su espalda. Durante el resto del trayecto imagino como nos metemos mano sin mediar palabra, sofocándonos, hasta que cada uno llega a su destino y nos despedimos como si nada.

En el trabajo me enamoro de un nuevo colaborador. Cuando me lo presentan me vuelvo del revés. Esa barba de tres días y esas canas incipientes encienden mis alarmas más primitivas y el corazón empieza a bombear a mil por hora. Durante toda la reunión de trabajo trato de concentrarme en los mensajes, pero me basta una sonrisa cómplice para dar rienda suelta a todo mi arsenal de pasiones. Quiero follar con él en la sala de juntas.

En el ascensor coincido con mi vecino buenorro y en los ridículos dos metros cuadrados del habitáculo me falta la respiración. Me roza mientras intenta colocarse en una esquina y apoya sus bolsas de la compra en el suelo. Aspiro su aroma con fuerza, noto su respiración entrecortada por el esfuerzo y sueño con darle al botón de parada del ascensor y pasar dos minutos de pasión desmedida.

En el fisio lo que empieza por un masaje totalmente profesional para arreglarme una contractura, se convierte en una tórrida aventura sexual a la mínima de cambio. Voy notando su voz rota en mis sienes. A medida que me magrea la espalda con fuerza mi cuerpo se agita de arriba abajo, mientras palpita desbocado al notar la energía que me va transmitiendo con sus manos. El cachondismo mental llega a tal extremo que tengo que refrenar las ganas de masturbarme en la camilla.

Coincido en el supermercado con el padre más potente de toda la urbanización que hace la compra acompañado por su bebé rechoncho. Se me cae la baba mirando a ese muñequito adorable y se me cae la baba más aun deleitándome con ese adonis de la naturaleza que lo ha engendrado.

Hay días que llego a casa con un calentón imaginario tan brutal que espero a mi marido con ansia viva. Los polvos en el salón son legendarios. ¿Eres de las mías?

Firmado: The perfect wife