A veces simplemente no sé como dejarte ir. Lo intento, pero de alguna manera te me enquistas dentro y por más que intento no puedo sacarte de ese rincón dónde has plantado tu bandera.

Sé que merezco algo más, alguien que me quiera, me valore y me respete y tú nunca has hecho ninguna de las anteriores, pero por más fácil que me hayas puesto las cosas, nunca consigo olvidarte.

Y me da miedo, porque no quiero quedarme así, incompleta. No quiero vivir con ese nudo en el estómago continuo al pensar en ti. No quiero tener que reprimir las ganas de llorar cuando veo tu última conexión y sé que no es para mí.

Y no estoy preparada para el día en el que llegue ella. Esa a la que sí le sonrías, esa a la que sí quieras y a la que sí le dediques canciones bonitas y tus mejores sonrisas.

Simplemente se me parte el alma en dos al imaginar que será otra la que te bese la piel por la noche,  la que vea tus ojos amanecer cada mañana. Será a ella a la que cuentes tus sueños, tus miedos, tus dudas. Serán otros labios los que acaricien los tuyos, serán otras manos las que se hundan en tu pelo. Y me pregunto si aún perdurarán las huellas de mis caricias, los fantasmas de nuestras ganas de hacer el amor en la encimera, los ecos de todas las risas que compartimos.

Tú y yo, que fuimos un par de meses mal repartidos en el calendario, nos convertimos en extraños. Nos volvimos dos besos en la mejilla, una parada rápida en la acera, una excusa para no seguir hablando. Tú y yo, que nos pasábamos toda la madrugada teorizando sobre el origen del universo, nos hemos convertido en un silencio incómodo. Y me cabreo con la vida, con el destino o con el jodido Dios que te puso en mi camino si ya estaba escrito que te iba a perder. Y quizás tú te hayas ido, pero sigues aquí. Estás en cada mesa donde desayunamos juntos, en cada cama donde despertamos gimiendo, en cada esquina donde nos regalamos besos a granel. Y no dejo de preguntarme si para ti todos esos momentos significaron algo, si los recuerdas al menos unos segundos antes de ir a dormir. Si no merecía la pena luchar por mí.

Necesito que te vayas del todo, amor, porque me matas y te me vuelves alcohol en el alma.