Vamos a ver. ¿Cuántas piedras hay en el mundo? ¿Mil millones de trillones de billones de súper mega millones? ¿Me explicas entonces qué coño hacemos tropezando todo el rato con la misma piedra y encima cogiéndola cariño? Que cuando te caes duele ¡eh! 

No me digas que no has visto el pedrusco!

Yo, que en el fondo tengo alma de exploradora me he puesto a investigar, y he llegado a la conclusión de que, en el fondo, somos gilipollas.

Vamos a ver, se supone que tenemos todo clarísimo ¿no? Que sabemos lo que queremos en nuestra vida y lo que no. ¿Entonces en qué momento de nuestras vidas nos volvemos a bajar las bragas con el petardo de turno? ¿Por qué volvemos a acceder a quedar con esa amiga tediosa que solo se aprovecha de nosotras? ¿Por qué volvemos a caer una y otra bajo el influjo de la palabrería y la ñoñería carente de actos?

¿Me explicas?

Pues después de mucho excavar entre montañas de piedras con las que he tropezado y a las que me he aferrado como si me fuera la vida en ellas, creo que puedo decir que además de gilipollas, somos unos cagones y unos comodones.

Cuesta mucho, muchísimo plantarse y decir: hasta aquí hemos llegado, majo. Es más fácil seguir aguantando carros y carretas y renegar de todo aquello que realmente queremos (porque ojo, lo sabemos, lo que pasa es que cuando aparece la piedra se nos olvida) que cortar por lo sano y mandar a la mierda a todo aquel o aquello que nos impide avanzar.

Pero es que amigos y amigas, ¡no veáis lo que pesan las piedras eh! Que cargarse un pedrusco a la espalda solamente porque es mono, porque fijo que cambia, porque en el fondo no es mala persona, porque bueno, mejor esto que nada, porque no lo hace a malas, porque es que me encanta, porque es mi punto débil, porque estoy muy sola, porque no es para tanto, porque esta es la última vez… es un auténtico calvario.

La movida es que para deshacernos de todas esas piedras a las que hemos cogido cariño primero hay que cogerlas, agacharse y lanzarlas bien fuerte y bien lejos. Y para eso hay que ser fuerte y tener decisión y sobretodo haber aprendido mucho de todas aquellas veces que nos hemos tropezado con ellas. Porque ¡ojo!, no somos tontos por  tropezarnos con ellas, eso nos hace humanos; somos tontos por no saber deshacernos de las piedras cuando toca.

Y ganas. Muchas ganas de ser libre, de no cargar con piedras feas y rancias. De hacer lo que realmente nos apetece y nos da la gana; de todo aquello que nos hace avanzar y crecer.

Living

Así que, a partir de ahora voy a empezar a coleccionar conchitas, que son más monas y me voy a deshacer de todas los pedruscos horrorosos que me encuentre en mi camino.

Imagen de portada: Unsplash