Aquel día iba a ser memorable, mi ansiada graduación por fin había llegado.
Después, en el brindis final, antes de irme a celebrarlo por todo lo alto, tropecé contigo. Dejé de tener prisa. Me hablaste, y simplemente sentí que te conocía de toda la vida. Me contaste por qué estabas en aquella graduación. También me contaste que te habías embarcado en un proyecto de negocio que no había dado muy buen resultado y que tu vida, en ese instante, estaba siendo una montaña rusa… la mía también lo era, pero por alguna razón, mientras me hablabas, dejé de sentir ese sube y baja que tantas veces me hacía tener ganas de salir corriendo.
Ahí empezó todo. Lo que no sabía era que el vagón en el que me había subido corría aún más deprisa y frenéticamente que ningún otro, y que cuando parase, saldría disparada hacia el vacío para caer en no sé dónde. Mi maravillosa empatía me había vuelto a jugar una mala pasada.
Nuestra historia no fue muy larga, pero sí fue lo suficientemente intensa como para engancharme a ti. Y es que cuando tienes una autoestima de mierda, a veces, cuesta ser selectiva en lo que a relaciones sociales se refiere y eso fue lo que pasó. No pude «verte venir», o no quise, no lo sé. Y después de tanto quererte y de tanto olvidarme de mí, me doy cuenta de que todo pasa, de que por muy malo que haya sido este proceso de desacostumbrarme de ti, me encuentro justo en el punto que debo estar, ya no dependo de ti, mi felicidad no depende de ti y la idea de ser yo la que viva mi vida sigue intacta, porque a veces, solo es necesario un acto, una palabra de amor, para desenterrar todo aquello que da sombra a la luz… entonces te paras, respiras, te reencuentras contigo misma, con tu realidad y lloras… y,  ahora sí, lo ves con claridad.
Ahora solo queda sentir el agua fría en la cara, levantar la cabeza y practicar la calma. Entender que a veces no es suficiente con dejarlo estar, que por más que esperes no sabes muy bien qué, no va a llegar si no das permiso para que así sea. Entonces, también entiendes que eres tú quien tiene que llegar a ti misma. Y surge ese acto de amor, surge mimarte, surge pensar en ti. Lo demás ya vendrá, o no… pero ahora toca seguir adelante, aquí, ahora… y ya no pienso en nada, solo me dejo llevar. Miro a mi alrededor y veo como poco a poco va cambiando todo, como, poco a poco, se va vaciando todo para volverse a llenar. Porque ahora, solo me dejo llevar… solo yo, solo por mí.

Gema A. Mora.