Así, sin anestesia ni nada. Apareciste con tu chupa de cuero y tu sonrisa, con tu aspecto de chico duro y tu guitarra, con la dulzura de tus ojos, con unas manos que abrazan muy fuerte, y me invitaste a una cerveza. Y yo, pequeñita, te miraba a las alturas sin saber interpretarte.

Entonces empezó todo: una conversación llevó a la otra, y una tarde de invierno se convirtió en un amanecer despertando a tu lado con besos que sabían a café.

Y yo, con mi aspecto de chica dulce y mi corazón forjado con una armadura, estaba ahí, junto a alguien que cuanto más miraba más bonito me hacía ver el mundo.

El reloj avanzaba, pero dentro de esa habitación no había noción de las horas que habíamos compartido en tan poco tiempo.

Me acompañaste al coche porque había llegado el momento de despedirse, nos miramos sin saber bien cómo hacerlo. Te di un beso chiquitito y te fuiste mientras te veía alejarte de espaldas a mí, con tu forma tan característica de caminar, y ahí me di cuenta de las ganas que tenía de seguir conociendo a ese chico que acababa de revolucionar mi cuerpo a contrarreloj.

No podía dejar de pensar en ti y me cabreaba, porque ¿quién narices eras tú para meterte en mi cabeza tanto y tan fuerte? Yo, que soy especialista en encontrarme con capullos de chupa de cuero, que los huelo a distancia, no sabía cómo afrontarte.

Creo que pasaron dos días hasta que volvimos a vernos, que por cierto, se hicieron eternos, porque habías despertado algo dentro de mí que se moría de ganas de tenerte cerca.

Qué miedo, coño, qué miedo me dabas. ¿Qué estabas haciendo conmigo? Que yo no soy así, que yo sólo me desnudo por fuera, y contigo tenía el corazón quitándose las bragas en cuestión de horas.

Los días pasaban y seguíamos juntos, de tu casa a la mía y de la mía a la tuya, sólo nos movíamos de una a otra para poder cambiarnos de ropa.

Poco a poco hemos ido juntando nuestros mundos (te has metido en el mío haciendo más ruido que un elefante en una cacharrería, colegui) y cada día aprendo cosas nuevas de ti.

Me encanta descubrir que no soporto la mayoría de la música que te gusta, y que sin embargo me encanta escucharla contigo porque la vives con fuerza, porque me haces reír cuando bailas y porque le pones pasión a cada nota que suena.

Me gusta también que seamos tan distintos a la hora de entender el mundo, porque compartimos fondo, pero no formas.

Tú, que no entiendes el amor como los demás, vas y te topas conmigo. Apuestas, te arriesgas, eres valiente y quieres descubrir a mi lado de qué va todo esto.

Hemos formado un equipo, nos hemos hecho amigos, compañeros, cómplices y amantes. Compartimos tiempo, miedos, sueños, ganas y cama. No somos la media naranja del otro, porque por separado ya somos completos, pero juntos nos complementamos.

Llegado este momento yo también quiero arriesgarme contigo, porque me gusta despertarte por las mañanas y que me digas “un abracito más”, me gusta cómo me retiras el pelo de la cara para besarme, me gusta cómo me miras cuando crees que no te veo, me gusta que te rías de mí (pero con amor, ¿verdad, cari?) y hacer que me enfado para que me abraces fuerte. Me gustan tus cosquillas y que siempre me ganes. Me gusta la fortaleza que me hace sentir fuerte a mí, tus ganas de luchar, que se te atasquen las palabras cuando no sabes cómo sacar lo que llevas dentro, también me gusta el sonido de tu risa. Pero sin duda, lo que más me gusta de ti es que eres libre, y que compartes tu libertad conmigo, que me entiendes, que me apoyas y que no necesitamos ocultarnos verdades, porque podemos hablar de todo, aunque duela, porque nos estamos construyendo de una manera sana.

Quién sabe en qué quedará esto, pero sin duda, ahora, que de repente apareces tú, vuelvo a pensar de dos en dos y te confieso que ya estaba esperando que algo me sacara la piel de los huesos.

Ahora ya no me asusta decirte que te quiero.