Cuando yo era joven y bella (no como ahora, que soy menos joven pero mucho más bella) era extremadamente enamoradiza. Cualquiera que me riera un poco las gracias se ganaba mi corazón para siempre. Y ese siempre solía durar o hasta que a mí se me pasaba la tontería o hasta que descubría que la otra persona no era tal y como yo la había idealizado. Me gustaba todo el mundo, me encantaba estar con la gente, me veía casada con el primer chico en el que me fijase. 

Mentiría si os dijera que a veces echo de menos aquellos años, porque ser una persona muy enamoradiza era, cuanto menos, emocionante. Pero parece que el tiempo me ha convertido en, prácticamente, lo contrario. ¿El tiempo, la madurez, o las malas experiencias? Es una pregunta que todavía se me pasa por la cabeza de vez en cuando porque, aunque generalmente no le dé mucha importancia, hay días que me fastidia no poder sentir las cosas que sentí en el pasado por nadie.

Efectivamente, el tiempo ha pasado. Esto de tener un novio semanal me pasó a los veinticinco años, aproximadamente, y ya no me ha vuelto a ocurrir.  ¿Será que este tipo de comportamiento es típico de esa edad, y que, cuando el tiempo pasa, se acabó lo que se daba? Entonces entra en juego la madurez. Evidentemente, no soy la persona que era cuando tenía veinticinco años. Mi mente ha evolucionado bastante, lo noto cada día de mi vida: ya no opino lo mismo, no veo las cosas de la misma manera, he vivido experiencias que ni las hubiera podido imaginar, he aprendido cosas que desconocía por completo… Otro paso normal y esperable en la vida de cualquier persona: crecer no solo física, sino mental e intelectualmente. Por lo tanto, ¿he dejado que mi lado racional se coma a esa yo tan espontánea que vivía entre cuelgue y cuelgue? No tengo la menor idea, pero no me parece tan descabellado.

in love snoopy

Lo que sí sé es cómo llegó el final de mi etapa happylover. Hace unos años conocí a un tío por internet (por twitter, vaya) y llegué a creer que había descubierto América. Me parecía una persona fascinante. Pasamos un año entero hablando casi a diario y bueno, acabamos medio locos. Los dos. Cuando por fin nos conocimos en persona la chispa del principio estaba apagada y repisoteada, vamos, no quedaba nada de nada. Pero yo tenía esperanzas de que en persona la cosa mejorase. Bueno, pues me llevé la mayor decepción de mi vida. Pero sí, como suena: esa fue la mayor decepción de mi vida. 

Desde entonces (y esto ya pasó hace dos años) no me he vuelto a interesar por ninguna persona. A veces pienso que como ese chico me decepcionó tanto he puesto el listón altísimo y solo quiero a alguien perfecto que cumpla las expectativas que yo me creé entonces. A veces pienso que me di una hostia tan fuerte con aquel que ya no quiero saber nada de ninguno. Pero lo que más tiendo a pensar cuando conozco a un chico nuevo que me hace un pelín de gracia es «¡es que son todos gilipollas!». Y no es que me crea yo mejor que nadie (aunque creo que soy bastante la puta hostia, sinceramente, pero sé que hay más gente que es la puta hostia ahí fuera) es que realmente todos los hombres que he ido conociendo me parecen completamente simples, y yo no quiero eso, y punto. Creo que sé lo que quiero, simplemente no lo he encontrado. ¿Es malo tener las cosas claras? ¿Es que soy demasiado egoísta? ¿Es que no me merezco lo que deseo? ¿Es que mis deseos no se corresponden con ninguna realidad?

Total, que llegados a este punto, comprenderéis que aquí la señorita se va a quedar soltera pa tó la vida. Y no es que me moleste un pelo la soltería, le encuentro tantas cosas buenas… pero sigo pensando que quiero compartir mi vida con otra persona, y sigo buscando a esa persona (a mí manera), y es bastante frustrante ir probando, de vez en cuando, a unos y otros, y ver que a todos ellos los encuentro superaburridos. Esa es la palabra que mejor resume mis relaciones con el sexo opuesto en los últimos años: el aburrimiento. Y cuando todo el mundo me aburre, cuando nadie me interesa ni una mijina, ¿quién tiene el problema? ¿Yo, o el mundo?