Pues no era así como me imaginaba a mi edad, seré franca. Cuando era jovencita y me imaginaba qué sería de mi vida cuando fuera mayor (mayor en el sentido de vieja, no nos engañemos), el panorama que recreaba en mi mente no tenía nada que ver con el actual. Para empezar, resulta que no me siento vieja para nada. Soy consciente de que, en el mejor de los casos, me encuentro en la mitad de mi vida. Las rodillas me crujen cuando me agacho, tengo canas, patas de gallo y el filtro mental reducido a un mínimo peligroso. Pero, en lo esencial, no me siento diferente a cómo era con veinte o treinta años.

Por otro lado, si alguien le hubiera preguntado a mi yo adolescente cómo pensaba que estaríamos a estas alturas, seguramente te diría que casada y con hijos. Y viviendo en un chalet adosado. Y con un par de perros. Tal vez un gato, también.

Lo cierto es que, hoy por hoy, tengo 45 años y comparto piso. Qué le vamos a hacer. No es lo ideal, claro que no. No es lo que quisiera, no lo es. Es lo que me apaña en este momento vital mío y, como decía el anuncio, cada vez el de más gente. ¿Es triste? Un poco, supongo. ¿Es una necesidad? Lo es.

Me resulta imposible vivir sola. Tengo 45 años, un trabajo mediocre con un sueldo mediocre. No tengo pareja ni se la espera, porque quedé tan escaldada tras el matrimonio que se rompió hace ya unos años, que no, gracias. No es que lo descarte de forma tajante, pero es que no me apetece ni hago nada que facilite encontrar a alguien e iniciar una relación. Aunque también lo digo, en caso de que surgiera, me pensaría muchísimo volver a convivir con una pareja.

A pesar de lo que me costó al principio, casi que me quedo con lo de compartir piso. En plan cada uno en su habitación y zonas comunes y Dios en las de todos. Porque al principio fue una medida desesperada, pero ahora ya le estoy pillando el punto. O será que me he resignado y aceptado la situación. Si no quiero depender de una ayuda externa, de la que la verdad es que tampoco dispongo, esto es lo que hay. Es lo único que me puedo permitir con mi sueldo. Y no pasa nada. Es más, cada vez le pasa a más gente. Los alquileres están por las nubes cuando los sueldos están por el subsuelo. Lo de compartir piso ya no es exclusivo de los estudiantes universitarios. Ocurre con adultos mayores. Ocurre con jubilados que, con su pensión, no pueden permitirse vivir solos.

Para mí fue difícil de asumir. Fue violento incluso. Sin embargo, no es tan terrible como me parecía. Es solo… inesperado. Una nunca cree que a estas edades va a tener que compartir piso porque es la única manera de tener un techo y mantener la independencia. Desde luego, yo jamás había pensado en compartir piso. No lo había hecho nunca, ni de jovencita. Pasé de vivir con mis padres a vivir con mi marido. Qué leches iba yo a imaginar que me vería en estas. En repartir alacenas, baldas de la nevera y en no salir nunca en bolas de mi cuarto porque nunca se sabe si estoy sola, si están mis compañeras o si alguna tiene invitados.

Pero, insisto, no pasa nada. No me avergüenzo. Me he comprado un albornoz y un neceser grande para salir del dormitorio cuando voy a ducharme cada mañana. Me he habituado a las caras de la gente cuando les digo que comparto piso con una chiquilla de veinticinco años y otra mujer de cincuenta. De hecho, me he acostumbrado también a pagar la renta que pago, por lo que, aunque mis condiciones laborales y mi sueldo mejoraran, no descarto seguir compartiendo.  

 

Anónimo

 

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